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Reportaje:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo de Helsinki

La reina Kluft

La sueca supera todos los problemas para imponerse una vez más en el heptatlón a su gran rival, la francesa Eunice Barber

Carlos Arribas

Carolina Kluft aún no lo sabía, y seguramente si lo hubiera sabido habría actuado de la misma manera. Eunice Barber, la atleta francesa con la que llevaba enfrascada desde el día anterior en tremendo duelo de fuerza, velocidad, poder mental, resistencia, dolor, había pedido al público que con sus palmas rítmicas puntuaran su preparación para su último salto de longitud y ella misma, Carolina Kluft, la atleta sueca de 22 años que ha convertido la alta competición en un juego de niños, se sumó al público, batió palmas, marcó el ritmo para que su rival volara, para que hiciera el mejor salto que pudiera, para que la superara incluso. Y mientras Kluft la animaba la delegación francesa, a petición de Barber, había protestado formalmente por entender que en su primer salto, dado como válido, la punta de la zapatilla de Kluft había mordido la plastilina. Era el momento crítico de la competición de heptatlón más encarnizada, igualada, tremenda, de las últimas décadas, y Kluft, con su inocencia, con su deportividad, había desarmado a su oponente.

"No compito por dinero, ni por ser una estrella. Sólo porque es divertido", señaló la campeona

Era el momento crítico porque por primera vez desde que comenzara la competición, desde la mañana anterior, y ya se llegaban en la quinta prueba, Kluft, la gran favorita, podía ponerse por delante de Barber. No era el heptatlón más fácil de la brillante carrera de Kluft, precisamente. El viernes por la tarde, mientras efectuaba una sesión de saltos múltiples por encima de unas vallas, Kluft cayó mal y se torció el tobillo izquierdo. "Pasé un miedo horroroso", explicó anoche la sueca. "El tobillo se me hinchó como un globo. No sabía si podría competir". Un heptatlón no es moco de pavo. Exige de las atletas un estado de forma único, todas las articulaciones deben estar como puertas engrasadas, fluidas y ligeras, porque deben soportar saltos, lanzamientos, carreras, porque el heptatlón comienza con una mezcla de todo, con los 100 vallas, y continúa con el salto de altura, y luego el lanzamiento de peso, para terminar el primer día con los 200 metros. Y ese primer día, el sábado, Kluft lo pasó arrastrando su tobillo y persiguiendo a Barber, quien tomó una ventaja inicial de 39 puntos en los 100 vallas, y la aumentó a 153 en el salto de altura, donde la temerosa Kluft se plantó en 1,82 metros (y Barber voló hasta el 1,91 metros). Y aunque Kluft hizo el mejor lanzamiento de peso de su vida y también superó a la francesa en los 200, se fue a dormir el sábado dos puntos por detrás de la francesa. Y en el salto de longitud, en la prueba más fuerte de Barber, campeona del mundo en París en la especialidad, le estaba mojando la oreja a su rival. A un primer salto de 6,65 metros de Barber, Kluft respondió inmediatamente con uno de 6,87 metros. Y ése fue el salto que reclamó, infructuosamente, Barber, ese fue el salto que permitió a Kluft adelantar por fin a Barber.

Y sin embargo intentó que Barber saltara más que ella. "Era normal que reclamara", la disculpó Kluft. "Si yo hubiera visto algo raro también lo habría hecho". Imposible discutir con ella. Imposible mantener el espíritu asesino que alimenta a los campeones, que dispara su adrenalina, ante la alucinante chica sueca, que aún recuerda a la adolescente tímida y delgaducha, gafas enormes, de la que se burlaban, a la que atemorizaban, los chicos de su instituto. Todos se metían con ella hasta que en una competición de atletismo los derrotó a todos saltando. Empezaron a respetarla y ella comenzó una irresistible carrera. Campeona del mundo juvenil a los 18 años, campeona de Europa a los 19, campeona del mundo por primera vez a los 20, campeona olímpica a los 21, campeona mundial por segunda vez ayer a los 22. Y todo sin salir del bosque sueco de su infancia donde Kluft, hija de un futbolista y de una saltadora de longitud, exhibía una hiperactividad física increíble, donde no paraba de correr, de brincar, de saltar.

"Yo no compito por el dinero, ni tampoco por el oro, ni por ser una estrella", dice Kluft a menudo. "Compito sólo porque es divertido". Y esta frase, que podría ser el eslogan de una marca de ropa deportiva, es exactamente la verdad en el caso de Kluft, quien a veces prefiere perder un fijo de participación en un mitin para viajar a Kenia, para visitar la aldea en la que ha establecido un programa de ayuda. Y esta cara amable del atletismo, este regreso a la Arcadia que muchos opinan que es la única solución que puede salvar a un deporte comido por el dinero, el dopaje, la lógica comercial y económica del siglo, es la que acabó desarmando completamente a Barber, la otra cara del atletismo.

Barber, nacida en Sierra Leona hace 30 años, se estableció en Reims como refugiada a los 18, y de ese estado salió compitiendo, corriendo y saltando. Y todavía creía Barber que podría hacer algo en la última prueba, en el 800, que corrió Kluft con una estupenda venda en su tobillo, espectacular. Vigilando a Kluft por la pantalla del estadio, Barber corrió como nunca. Y como siempre, en la última curva, sin esfuerzo aparente, Kluft, mitad gacela, mitad canguro, la superó.

Kluft, tras uno de sus saltos en la prueba de longitud.
Kluft, tras uno de sus saltos en la prueba de longitud.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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