Más pena que gloria
Es el coliseo santanderino una fiesta en feria. Algarabía, ambiente y marcha tarde tras tarde. Llenos a reventar festejo tras festejo. Que se anuncian tres, como el día del patrón, otros tantos no hay billetes.
Para el cierre de la temporada, y teniendo en cuenta lo expuesto, se propuso poner un broche glorioso al festejo fin de temporada. El ganado, del afanado hierro de La Gloria. El cartel, compuesto por tres jóvenes espadas llamados a ser la gloria de la tauromaquia. Todo empezó a chafarse cuando el usía sacó el pañuelo. Los gloriosos llenos de los tendidos se convirtieron en media entrada. Los bureles de La Gloria salieron de gama baja. Los tres aspirantes a los altares de la tauromaquia resultaron ser unos aplicadores de faenas preconcebidas, cuyos bocetos se recogen en las recepciones de los hoteles. Todo un sin pena ni gloria para el fin de la temporada.
Gloria / Barrera, Manzanares, Gallo
Toros de La Gloria: bien presentados, justos de fuerza, 5º inválido. Antonio Barrera, media estocada trasera y caída (ovación y saludos); estocada atravesada, descabello (oreja). José María Manzanares, pinchazo y estocada desprendida (ovación y saludos); estocada caída (vuelta). Eduardo Gallo, estocada (oreja); bajonazo (oreja). Plaza de Santander. 6 de agosto. Corrida de la Beneficencia. Media entrada.
Antonio Barrera enmendó con lucidas verónicas la inoportuna larga cambiada con la que recibió a su primero. Un manso, que desde que salió demostró querencia a los terrenos de chiqueros. Con cambiados por la espalda, tras brindar al respetable, comenzó la faena. Son los cambiados la especialidad del ayer director de lidia. No lo es tanto el toreo fundamental. Con demasiados espacios, desajustes y enganchones resultaron sus series por redondos. El único intento al natural subió la presión a los tendidos. No entiende nadie por qué regresó a la mano de nunca. Mucho más entonado estuvo en la brega de su segundo. Dejó las posturitas en pos de la eficacia. Tras el buen augurio de los ayudados por bajo, con los que comenzó su faena, retornó a la vulgaridad reiterativa de los trasteos sin sustancia.
José María Manzanares se amontonó con el percal en el serial de verónicas ante el segundo. Mantazos enganchados con paso atrás. No brindó. Hizo bien. En ningún momento se adaptó a las condiciones de su oponente. En su otro tuvo la desfachatez de brindarle, a pesar de ser inválido. Soportó los 17 derrumbes del animal impertérrito. Agotó el tiempo. Para colmo, se dio una vuelta al ruedo por la cara.
Eduardo Gallo quiso sacarse la espina de la pobre imagen que dejó en la feria. Cosa que medianamente consiguió con el que cerró festejo. Ante un toro noble, bollante, de dulce embestida fue incapaz de pisar el sitio de la verdad y la hondura. Todo su repertorio estuvo marcada por el abuso exagerado del extremo de la muleta. Perdió su segunda oportunidad. Lo de menos, que le dieran dos orejas.
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