¿Rentabilidad o productividad?
La Central de Balances del Banco de España constata un trimestre con más mejoras en los beneficios y rentabilidad de las empresas. Pero la productividad aparente del trabajo de la economía sigue estancada. A los empresarios y accionistas de las empresas les interesa el beneficio y la rentabilidad, mientras que el discurso colectivo muestra preocupación por el estancamiento de la productividad. La productividad depende en buena parte de decisiones empresariales, lo cual significa que para que las empresas aumenten la productividad la mejora debe ser compatible con más rentabilidad.
La rentabilidad bruta de la inversión es igual al cociente entre beneficio bruto (EBITDA) y activo. Para saber el beneficio económico por euro, la rentabilidad se compara con el coste del capital (depreciación más coste financiero). La empresa valora las estrategias según el beneficio que obtiene en cálculos como éste. ¿Dónde interviene la productividad en este cálculo?
El reto de las políticas públicas es conseguir que las empresas encuentren en la productividad el mejor aliado para aumentar su rentabilidad
Dividiendo el EBITDA, numerador de la rentabilidad, por el valor añadido y dividiendo el activo, denominador, también por el valor añadido, la rentabilidad viene expresada por el producto del margen de beneficios (EBITDA / valor añadido) y la productividad del capital invertido (valor añadido / activo). La rentabilidad aumenta cuando mejora la productividad del capital invertido. Una mayor rotación de los activos circulantes, una mayor ocupación de la capacidad sin perder flexibilidad para adaptarse a los cambios de demanda, un funcionamiento justo a tiempo en el aprovisionamiento para reducir los inventarios... aumentan la productividad del capital y la rentabilidad.
El debate colectivo se centra en la productividad del trabajo, cuyo equivalente en la empresa es el valor añadido por trabajador. Puesto que el EBITDA es igual a valor añadido menos gastos de personal, el margen de beneficios que interviene en el cálculo de la rentabilidad es igual a su vez al complementario del cociente entre gastos de personal y valor añadido (coste laboral unitario). Dividiendo numerador y denominador de este coste, gastos de personal y valor añadido, respectivamente, por el número de trabajadores, el coste laboral unitario es igual al cociente entre coste laboral por trabajador y productividad aparente del trabajo.
Más valor añadido por persona ocupada aumenta el margen bruto, si el coste laboral por trabajador se mantiene. Sin embargo, para que el aumento en la productividad del trabajo se traduzca en más rentabilidad, es preciso saber cómo se consigue dicho aumento. Por ejemplo, si los trabajadores se han hecho más productivos porque se ha intensificado el uso de capital con más inversiones, el aumento en el margen bruto irá paralelo con el descenso en la productividad aparente del capital y el efecto neto de la productividad sobre la rentabilidad puede ser nulo. Cuando la empresa anticipa que la mayor productividad aparente del trabajo resultante de más inversión por trabajador terminará en un aumento salarial, la decisión puede ser no invertir. La rentabilidad se altera por otras variables distintas de la productividad del trabajo y del capital. Por ejemplo, la rentabilidad sube (baja) cuando los precios de venta crecen más (menos) que los salarios, es decir, cuando el salario real, en función de la evolución de los precios de venta de la empresa, no del IPC, disminuye (aumenta).
La fórmula para conseguir más productividad del trabajo, y más salarios, sin perjudicar a la rentabilidad del capital es aumentar la productividad total de los factores. Es decir, incidir en aquellos elementos que hacen posible que crezca la producción de la empresa por encima de lo que crecen los trabajadores empleados y los activos invertidos, tangibles e intangibles. Las inversiones en I+D, en formación del personal, en publicidad pueden efectivamente aumentar el valor añadido de la empresa, y con ello la productividad de los trabajadores. Pero su impacto en los beneficios debe analizarse caso por caso, pues es preciso calcular el coste de las inversiones necesarias para acumular los intangibles, al igual que hacemos con la inversión en tangibles. Para que productividad y rentabilidad aumenten de forma inequívoca es preciso que la productividad total de los factores crezca como consecuencia de efectos externos que provienen de activos que tienen el carácter de bienes públicos.
Por ejemplo, el conocimiento que la empresa adquiere por experiencia, por imitación, por movilidad de factores; por las mejoras en la gestión y organización que resuelven mejor los problemas de coordinación y motivación (capital social). Por otra parte, mayor productividad y rentabilidad privada a costa de no reconocer en su cálculo el consumo de bienes colectivos, medio ambiente, recursos naturales, recursos en integración social de los emigrantes, no puede ser socialmente aceptable.
¿Entienden los empresarios la lógica de mejorar la rentabilidad de sus activos a través de aumentar la productividad total de los factores? Pensamos que sí, pero no podemos esperar que apuesten desinteresadamente por esta vía, porque los beneficios privados son en la mayoría de los casos inferiores a los colectivos. El acceso casi gratuito a recursos que tienen un alto coste social, como por ejemplo los recursos naturales, el medio ambiente y la inmigración tampoco favorece la prioridad por la "verdadera" productividad.
El discurso colectivo no puede esperar que una estrategia empresarial de más innovación y productividad sea ganadora para todos, ni tampoco creer que es la única a través de la cual las empresas consiguen aumentar sus beneficios. Una misma rentabilidad se puede conseguir por medios diferentes; desde la óptica de la empresa, todos aportan lo mismo; desde el punto de vista social, posiblemente no. El reto de las políticas públicas es conseguir que las empresas encuentren en la productividad el mejor aliado para aumentar su rentabilidad.
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