La maleta es un cuerpo
La mujer de la foto es una vecina del Carmel, el barrio barcelonés afectado por las obras de ampliación del metro. Acaba de expulsarla de su casa una boca sin dientes que surgió, como una Alien, de las entrañas de la tierra y que se comía los cuartos de baño, los colchones, las lavadoras, el microondas y las sartenes, pero también las fotografías, las cartas, el cepillo de dientes y la ropa interior. A esa boca, que técnicamente llamamos socavón, le huele el aliento a incompetencia, a comisiones irregulares, a subcontratas, a especulación, a falta de conciencia y a gas ciudad. A veces, antes de manifestarse en toda su crueldad, el socavón se anuncia con eructos, con borborigmos, con regüeldos que ponen la carne de gallina. Lo más sensato, al escuchar el primer ruido gutural, es coger la maleta y salir de casa. Y eso es lo que ha hecho esta mujer, pobre, que ahora permanece en la acera aguardando ¿a quién? No lo sabemos, quizá a un yerno, a un hijo, a un nieto, a una cuñada, pero quizá también a los servicios municipales. Se ha puesto encima varias capas de ropa, casi una por año. La más superficial, que es la rebeca, con los dos botones de arriba abrochados, hace las veces de una corteza.
Si al volver por la noche a casa vaciáramos el cuerpo como vaciamos la maleta al regresar de un viaje, ¿qué meteríamos en él al abandonar el hogar a toda prisa? Los pulmones, desde luego, al menos uno de ellos, para no perder el resuello mientras corremos escaleras abajo. Y el corazón, por lo que tiene de bomba y de símbolo. Nos tendríamos que poner también el cerebro, para comprender la situación, y quizá el hígado, que se descompone enseguida. Pero la mayoría de la gente saldría sin estómago, sin bazo, sin aparato digestivo. En las situaciones límite damos más importancia a lo emocional que a lo práctico. Los vecinos del barrio del Carmel cuyas casas fueron demolidas sin que les hubiera dado tiempo a vaciarlas, fueron durante varios días al vertedero en busca de los álbumes de fotos, de los títulos de bachillerato, de los regalos del Día de la Madre. Los veías hurgar en los escombros como quien hurga en la memoria y sabías que no buscaban dinero ni sartenes ni cosas prácticas en general. Buscaban recuerdos porque las entrañas de una vida están hechas de recuerdos más que de certificados, de títulos, de estadillos bancarios.
Una maleta es lo más parecido a un cuerpo. Esta mujer ha tenido que llenarla a cien por hora, con el aliento de la boca negra, de la boca sin dientes, de la boca especuladora, con el aliento del socavón soplando en su nuca. ¿Qué habrá guardado en ella? La experiencia nos dice que lo más inútil que fue capaz de encontrar en su recorrido por las habitaciones. Quizá lleve una colcha, ya ven para qué quiere una colcha en esta situación. ¿Y para qué queremos un cigarrillo en el lecho de muerte? Hay colchas de ganchillo que se han tejido a lo largo de más tardes de domingo que estrellas tiene el universo. Quizá haya guardado el cola cao del nieto, la lecitina de soja de la hija, las cartas del marido, de cuando eran novios... Lo que es evidente es que en el bolso de mimbre que cuelga de su mano izquierda lleva el corazón.
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