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MUJERES Y HOMBRES | Marlon Brando | CULTURA Y ESPECTÁCULOS

El tormento de existir

Marlon Brando le enseñó al mundo que la mantequilla no sólo servía para untarla en las tostadas y lo hizo, no en los momentos gloriosos de sus camisetas sudadas, las cazadoras de cuero y las viriles camisas de estibador, sino cuando ya estaba fondón y bastante calvo. Escribiendo estas líneas me han entrado muchas ganas de volver a ver El último tango en París. De comprobar si aquella melancolía y soledad, mezcladas con sexo, que emborrachaban al espectador siguen en pie. Si continúa siendo una de las composiciones más hermosas sobre la madurez y el tormento de existir que se haya hecho en el cine. Y no habría sido posible sin esta criatura dolida, de 47 años, que llegaba de un largo viaje de relaciones tormentosas y de éxito y fracaso, o por lo menos de olvido profesional, hasta que Coppola lo recuperó para El Padrino. Estamos hablando de 1972, cuando para los españoles lo verde aún empezaba en los Pirineos. Cuántas excursiones se hicieron para ver a Brando bailar un tango que recordaba lo que no habíamos vivido. Bertolucci tuvo mucha suerte, se encontró con un tesoro en sus manos, con una bomba emocional, con alguien que tenía una soberbia capacidad para ser real. Brando no se escamoteaba. Acostumbraba a ser como era, mostraba su verdadera naturaleza aunque se hiciera aborrecer. Y éste es un legado impagable porque si algo necesitamos de los demás es saber cómo son de verdad para poder saber cómo somos nosotros. No necesitamos modelos ideales, sino reconocernos. Bertolucci aprovechó estas cualidades y le dejó improvisar y que echase mano de su propia experiencia en el numerito de la mantequilla o el corte de uñas de Maria Schneider. Le dejó ser. Y se lo agradecimos. Por fin ponía ante nuestros ojos lo incómodo y ese algo rancio de la realidad que finamente llamamos desolación y el desesperante deseo de compartirla con alguien.

Por fin ponía ante nuestros ojos lo incómodo y ese algo rancio de la realidad que finamente llamamos desolación
Ejercía la crítica de tal modo que no caía tan bien como las giras por el Tercer Mundo, ahora tan de moda entre las gentes de Hollywood
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El actor al que aburría el cine

Marlon Brando tiene todo mi respeto. Como actor no fue complaciente con su talento. Era perfeccionista, buscaba mejorar sus personajes y se peleaba con guionistas, directores y con quien hiciese falta. Se entregó con generosidad y ambición a su tarea. No quería dar gato por liebre. Muchos tendrían que aprender de él en lugar de despacharlo con una frase perdonavidas cuando no de absoluto desprecio. Nunca he entendido estos juicios tan severos hacia un hombre que, vista su carrera con distancia, tuvo más sinsabores e indiferencia de los que se merecía. Elia Kazan que lo dirigió mucho y habla bastante de él en el libro de entrevistas Mis películas, comenta de forma conmovedora: "Brando tenía una vulnerabilidad casi total. Cuando estaba tierno parecía que pudieras meter la mano en su interior. Es que es tan suave, se abre tanto. Yo estaba convencido de que tenía las escenas de amor en su interior".

¿Quiere esto decir que me habría gustado conocerle, cruzármelo en mi camino? Probablemente, no. A pesar de la opinión de Kazan, debía de ser una persona demasiado difícil, egosexual y con una personalidad invasiva. Excesivo magnetismo. Fuerza grado diez. Sería imposible no enamorarse de él. Y ahí radicaba la perdición de todos los que le rodeaban. No podían seguir viviendo como si no lo hubiesen conocido. Por lo que cuentan sus exóticas mujeres, la relación que establecía con ellas, o ellas con él, eran enfermizas cuando no odiosas. Y por el trato o falta de trato que tuvo con sus hijos, también nos podemos alegrar de que no haya sido nuestro padre. En definitiva, no parece que fuese derrochando armonía y buen rollo con las personas con las que convivía ni tampoco con las que trabajaba. Y eso que era simpático y le encantaba gastar bromas, aunque a veces tan pesadas que le sirvieron para que lo expulsaran de la academia militar en que lo ingresó su padre con la esperanza de enderezarle. O el desconcierto y cabreo que provocaba en los directores y compañeros de las películas en que trabajaba. Hay bastantes anécdotas sobre este entretenimiento que le valió los títulos de patán y memo entre la prensa, con la que por cierto nunca se llevó muy bien. Tropezones como la legendaria entrevista que le propinó un malévolo Truman Capote, donde quedaba retratado como machista y despiadado, le fueron haciendo más mordaz y huraño. Entre todos ellos, sus esposas y él mismo nos han legado una imagen que nos anima a creernos mejor que él. Y es que es muy fácil caer en la tentación de darles lecciones a los demás de cómo vivir, cuando para vivir la vida de Marlon Brando habría que ser precisamente él.

En cualquier caso, aún hoy consigue provocarnos. Provoca con la mirada desafiante y la salvaje sensualidad de su juventud y provoca con el abandono y la deformidad de su vejez. Siempre provoca, siempre molesta. Siempre logra que nos sintamos incómodos. Nunca ha habido un término medio en él en que apaciguar nuestra mirada. Siempre los extremos: el irritante atractivo que no podemos tocar ni disfrutar y la gordura en pantalla grande, el deterioro a lo bestia para que contemplemos en vivo lo que es la vida. Machacarse comiendo toneladas de helado para acelerar el proceso. Pasamos en la misma persona de camisetas ajustadas que pone nerviosa mirarlas a una mole cubierta por una funda de monovolumen.

Desde luego, su biografía va dejando un rastro de daños colaterales con sabor a tragedia griega. Esposas y amantes dolidas, tal vez humilladas, hijos (unos once) faltos de él, algunos de ellos bastante desquiciados, como Christian, que dio lugar a las lastimosas apariciones de Brando en los tribunales en que se juzgaba a su hijo por la muerte del marido de su hermanastra Cheyenne, que años más tarde acabó suicidándose. También intentó suicidarse la madre de Christian y alguna que otra amante. Por no hablar de los amigos íntimos que acabaron enganchados a las drogas o el alcohol. ¿Pero vamos a culparle a él de todo? ¿Tal era la dependencia que creaba en los demás que anulaba su voluntad? Su problema era que no llegaba a sentirse cómodo ni aun cuando estaba satisfecho por los éxitos logrados en su carrera, ni aun cuando seducía a mujeres y hombres y se sentía deseado y querido. Ni siquiera el tan venerado por él psicoanálisis lograba adaptarle. Decía algo que nos puede poner sobre la pista: "Todo pasa. Nada dura más que un rato. Si aprendes esto, la vida se hace más fácil". Quizá esta lección la aprendió en el hogar, al ser testigo de cómo su madre, a la que adoraba, iba despegándose de sus maravillosas ilusiones por el teatro y por la vida artística e iba uniéndose a la bebida. Cuando Brando se marchó a Nueva York, siguiendo el rastro de sus hermanas, llevaba como capital el teatro con el que su madre soñaba, la mediocridad de su padre y la lección aprendida de ver cómo un ser querido se iba perdiendo en su propia debilidad. Con este equipaje, más su furia y un toque de Actor's Studio, sólo tenía que dejarse querer por nada menos que Elia Kazan y Tennessee Williams para llegar al fondo de nosotros con un simple fruncido de entrecejo. De nuevo Kazan dice de él: "No había nada que hacer con Brando que pudiera compararse con lo que él podía hacer consigo mismo. En aquellos tiempos era un genio".

El personaje de Stanley Kowalski, en Un tranvía llamado deseo, también contribuyó a alimentar una imagen de una carnalidad tan arrolladora que llega a crear melancolía en los demás. Aunque puede que lo que atrajese fuera esa amargura interna que lo hacía inaccesible. Fue un precursor en todo, en la estética de la camiseta pegada a los músculos, en la chupa de cuero y la gorra ladeada (Salvaje), en atreverse con el militar homosexual de Reflejos en un ojo dorado, personaje que echó para atrás a otros duros como Robert Mitchum. En los modales rebeldes. Se sentía tan imitado que dijo de James Dean al ver Al este del Edén: "Parece que lleve mi último guardarropa y que use el talento de mi último año". También en lo político se manifestó enseguida contra las injusticias sociales, el racismo, contra la pena de muerte y a favor del indio americano. El problema es que pocos se tomaron en serio la recogida de su segundo Oscar por Pequeña Pluma. Hacía las cosas y ejercía la crítica de tal modo que no caía tan bien como las giras por el Tercer Mundo y por la pobreza que ahora tan de moda están entre las gentes de Hollywood y que más que nada sirven para lavar la imagen y para promocionar. Marlon Brando irritaba y lo pagó con altibajos en su carrera. Y continúa molestando, pero atrae. A veces me atrae hasta el desprecio con que mira. Murió el verano pasado.

Marlon Brando.
Marlon Brando.

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