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Verano y robos

Se puede evitar que alguien robe, pero no que sea un ladrón, decía en uno de sus aforismos el escritor francés Jules Renard, y ésa debe ser la causa por la que resulta tan difícil luchar contra los rateros, tan perseverantes que, según dicen las encuestas, en España se roba cada minuto en una casa.

Qué bárbaro, pensar que todo podría medirse en casas desvalijadas: un partido de fútbol dura 90 casas saqueadas; una canción de Elvis Presley, tres y media; un discurso de Fidel Castro, 15 urbanizaciones.

En las ciudades sin mar, el verano es la época de los edificios vacíos y, por lo tanto, de las casas sin defensores, de modo que uno sale hacia sus vacaciones con el temor al atraco en el cuerpo y la cabeza llena de presagios fatales.

Qué miedo.

Es verdad que en esta época nos dan consejos para intentar engañar a los asaltantes, que básicamente consisten en intentar hacer invisible nuestra ausencia: no desconecten el timbre; no bajen del todo las persianas; encárguenle a un vecino que recoja la correspondencia para que no se acumule en el buzón; deje ropa tendida en el balcón o la terraza; coloque temporizadores que enciendan y apaguen de vez en cuando las luces de las habitaciones...

Hace poco, hasta han salido al mercado unos discos con ruidos de casa habitada: conversaciones, batidoras, equipos de música, grifos...

Qué raro todo, ¿no?

Los vecinos del segundo son siempre muy silenciosos, excepto cuando no están en casa. Pero tampoco parece que esas cosas sean un remedio muy eficaz porque, por otro lado, los delincuentes cada vez son más listos y más modernos, tienen cámaras que leen los códigos de las tarjetas de crédito cuando las metes en los cajeros automáticos; usan descodificadores que copian las claves de seguridad que desbloquean los coches; llevan inhibidores de frecuencias que neutralizan las alarmas y manejan ordenadores que abren las cajas fuertes.

Hombre, igual te puedes enfrentar a todo eso dejando unos calcetines de tenis en el tendedero, pero suena raro. En Madrid, los asaltos a casas han ido descendiendo poco a poco desde hace un par de años, sin duda porque mucha gente se ha protegido con puertas acorazadas, cerraduras cuyas llaves no se pueden copiar, alarmas, sistemas que detectan a los intrusos y avisan a la comisaría o a un servicio de vigilantes jurados.

Pero la mala noticia es que eso ha dado lugar a otro tipo de delito, casi más inquietante, que es el de las bandas que entran en las casas justo cuando sus habitantes están en ellas, con las alarmas sin conectar, y les roban mientras duermen. Algunas de las víctimas que han pasado por esa experiencia, necesitan ayuda psicológica, a causa del pánico que les produce todo lo que no ha pasado, pero pudo ocurrir: te imaginas, estaba ahí, en mi cama, dormido, y unos extraños entraron en la habitación, tal vez me enfocasen con una linterna mientras se llevaban las cosas que había a mi alrededor.

¿Y si hubiese despertado? ¿Qué hubieran hecho ellos? ¿Llevarían pistolas, un puñal?

Qué miedo.

En algunas ocasiones se me ha ocurrido pensar si agosto es el mes en el que otras personas se pasean por nuestras calles y hacen nuestros trabajos. Pero, ¿no será también el mes en el que otras personas viven toda nuestra vida en nuestra ciudad, quizá en nuestra propia casa? ¿O quizás eso ocurre todo el año? ¿Viven otras familias en nuestras casas, usan nuestros electrodomésticos y se tapan con nuestras sábanas en los espacios en blanco que dejamos nosotros, en las horas que estamos fuera?

Quién sabe.

De momento, uno se conforma con que su casa no sea una de esas que cada minuto se llenan de invasores, porque, qué inquietante, pensar que, en el fondo, lo que se están llevando es a nosotros, al menos a ese nosotros que somos las otras veces, de enero a julio. ¿Se han dado cuenta de lo que han tardado en leer este artículo? Calculo que unas 12 o 14 casas desvalijadas.

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