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Reportaje:

Pilas Agassi

El tenista norteamericano logra en Los Ángeles su 60º título

Jordi Quixano

Sus pilas nunca se acaban. Ya no lleva el pelo rubio y largo por debajo de los hombros, el aro colgando del lóbulo de su oreja izquierda y su raqueta amarilla fosforito y negra. Ya no le patrocina, desde hace muy poco, la marca deportiva de siempre, Nike, sino la acérrima rival, Adidas. Ya no suspiran por sus músculos las fans, sino que se inclinan por jugadores más jóvenes. Pero Andre Kirk Agassi (Las Vegas, 1970), tras un año de sequía, hizo en la madrugada española de ayer lo que mejor sabe, lo que ha hecho durante toda su carrera: alzar un título. Agassi se impuso en el torneo de pista dura de Los Ángeles al luxemburgués Gilles Müller (6-4 y 7-5) y aumentó a 60 el número de sus trofeos.

Agassi se profesionalizó a los 16 años y, tras vencer en 1987 en Itaparica (Brasil), empezó a labrarse un futuro detrás de la red. Se convirtió además en un ídolo de masas como el tenista rebelde. Tras perder en la primera ronda de Wimbledon, decidió no volver a inscribirse durante los próximos tres años. Alegó que no le dejaban vestir como le gustaba. Pero en 1992 volvió para conquistar la hierba británica. Ahí fue donde Agassi pasó a ser algo más que un rebelde, que un buen tenista. Se impuso al alemán Boris Becker, a su compatriota John McEnroe y, en la final, al croata Goran Ivanisevic, que le hizo 37 aces. Ahí fue donde, sin ser un especialista en esa superficie, se ganó el respeto de todos. Con su drive agresivo, especialmente cuando le daba a la pelota sin botar a media pista; su revés a dos manos, que le garantizaba muchos passing-shots, y su resto fulminante al fondo, se convirtió en el número uno. Lo fue ocho meses en 1995. Por entonces, ya había conquistado Wimbledon y los Abiertos de Estados Unidos (1994) y Australia (1995). Pasado 1996, sin embargo, y por problemas personales, cayó en la sima clasificatoria.

El largo pelo dio paso a la incipiente alopecia, al pañuelo pirata y a la cabeza rapada; la raqueta llamativa, a la más propicia para su forma llana de golpear la pelota, y su lema de "la imagen lo es todo", al de "simplemente hazlo". Sus pilas volvieron a funcionar en 1998, cuando ganó cinco títulos. Pero parecieron agotarse en 2003, una vez sumados otros cinco grand slams, incluido Roland Garros. En la temporada pasada sólo pudo vencer en Cincinnati. En la actual, alcanzó las semifinales de Roma, Miami y Dubai. Pero, a sus 35 años, pocos confiaban en que volviera a alzar un título.

Quizás esa ilusión y garra por seguir adjudicándose torneos las heredó de su padre Emanuel, Mike, que participó en los Juegos Olímpicos de 1948 y 1952 representando a Irán en boxeo. Mike emigró a Norteamérica, de ahí que Agassian deviniera en Agassi. Ahora, su hijo, el tenista rebelde, el del mejor resto del circuito, el del revés a dos manos y drive agresivo, ha vuelto a hacer lo que mejor sabía: ganar. Aunque ayer también rechazó jugar el torneo de Washington para preparar el Abierto de Estados Unidos. "Me retiraré cuando no pueda aguantar el ritmo", suele esgrimir. Hasta que se gasten las pilas.

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