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Columna
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Prohibiciones

En otros tiempos se instruía a las gentes si no en sus derechos, cicateramente concedidos, sí en las cosas que no podía o debía hacer. Había letreros por todas partes: "Se prohíbe escupir", "Se prohíbe hablar con el conductor", "Se prohíbe jugar a la pelota", "Prohibido fumar", "Prohibido adelantar por la derecha", en general escrito con todas sus letras, lo mismo que hoy se expresa por símbolos la oportunidad de estacionar, la de sobrepasar determinada velocidad, la de aparcar en el andén o la dirección prohibida. Pasamos la mayor parte de nuestra vida entre estas admoniciones que demuestran, en principio, que estamos deficientemente educados desde el punto de vista cívico y necesitamos un recordatorio permanente. En muchas partes se leyó la amenaza: "Prohibido hacer aguas, mayores o menores, bajo multa".

Parece que esto era cosa frecuente en aquel Madrid que se asomaba a la Ilustración, "el venturoso siglo XIX o, por mejor decir, decimonono", que dijo un rematadamente cursi. Como inciso lexicográfico es incontable el número de personas que desde los micrófonos, las pantallas o los hemiciclos siguen diciendo que los proyectos sigue haciendo aguas, confundiendo la acción mingitoria con la situación apurada, de naufragio y desventura.

Un ingenio de la Corte recordó en un inaugural graffiti la protesta ciudadana: "Cinco reales por mear; / señores, qué caro es esto. / ¿Cuánto cobra por cagar / el señor duque de Sesto?", don José Osorio y Silva, a la sazón alcalde y gobernador civil de Madrid. Me excuso por la expresión escatológica. "Prohibido el paso", "Se prohíbe cruzar las vías", incluso en una tasca que había en la calle de Fuencarral, cerca de Quevedo, otro cartel, frecuente en establecimientos del género: "Se prohíbe cantar y bailar, ni bien ni mal". En algún chigre asturiano puede advertirse: "Prohibido cantar y ser grandón". El adjetivo estuvo dedicado a los jactanciosos y peleones.

Hemos pasado la existencia entre advertencias sobre los límites de lo ilícito, lo injusto, lo clandestino, y hemos ganado. Se puede charlar amigablemente con el conductor del autobús, escupir en la Gran Vía como si fuéramos por Manhattan, cruzar las vías y cuantos interdictos se alzaron contra la libertad de los ciudadanos, incluido orinar contra la pared o entre dos coches aparcados. Lo que no sé es si esa conquista ha traído alguna mejora. Incluso desapareció, tras una breve vigencia, la prevención "Cuidado con los cacos o los rateros", que probablemente no entenderían la mayor parte de los turistas y forasteros que nos visitan.

En el aeropuerto refrescan la atención de los viajeros aconsejando encarecidamente que no pierdan de vista el equipaje. Alguien, con espíritu ácrata, lanzó aquello de "Prohibido prohibir" que ha debido tener éxito, porque las autoridades locales han lanzado la toalla, impotentes ante la marcha imparable del progreso, la libertad y la democracia. En las calles se indican los pasos de cebra y, sin embargo, siguen los camiones aplastando ancianos que cruzan por lugar indebido. De las carreteras se han desterrado las vallas publicitarias, porque distraían al conductor, pero están invadidas de recomendaciones y, a veces, espeluznantes.

Se ha llegado a la proscripción discriminada, alejados de las proclamas genéricas, los toques de queda, los bandos municipales recitados tras un redoble de tambor o, con mayor modestia, por el toque de un cornetín o una trompeta. Desde hace meses fue decretada la prohibición de fumar en departamentos públicos y se contempla la fruición del empleado chupando el pitillo debajo del signo explícito de que no se puede hacer aquello.

No pierdo la ocasión de recordarle al defensor del Menor, Núñez Morgades, que ejerza su protección con los más pequeños, los bebés a quienes sus papás llevan a los bares y cafeterías, lugares absolutamente desaconsejables, por el humo, el ruido, los vapores alcohólicos y el estrépito que causan los mayores a la hora del aperitivo. Asunto muy sencillo: encomendar -bajo multa si es necesario- la observancia del derecho de admisión a los locales reservados a los adultos. Eso y erradicar la mendicidad callejera y la más usual costumbre de dormir en la vía pública a cualquier hora son prohibiciones que la ciudadanía vería con benevolencia.

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