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Reportaje:NATACIÓN | Campeonatos del Mundo de Montreal

La mariposa imperfecta

Crocker fulmina a Phelps para imponerse en 100 metros y lograr el récord del mundo

Diego Torres

En el agua, embutido en el gorro de goma, culebreando como una serpiente con gafas negras, en perfecta posición hidrodinámica, Ian Crocker parece un superhombre venido de un planeta imposible. Cuando sale de la piscina y se quita el gorro, y el pelo le cae lacio sobre la cara redonda, y cuando se saca las gafas y descubre los ojos pálidos, entonces se ve que el récord mundial de 100 mariposa es un muchacho triste de Portland, Maine. Paseando por la orilla de la piscina de Montreal, no había dos hombres más distintos que Crocker y Phelps. Esta vez el que lucía la medalla de oro era Crocker. A su lado, Phelps reía como si hubiera ganado. Pero su medalla era de plata. En la carrera que habían disputado, el chico de Maine había hecho un ejercicio de perfección matemática: una carrera endiablada hacia un récord asombroso. Crocker paró el cronómetro en 50,40 segundos. A 36 centésimas de su anterior récord, datado en Long Beach, el año pasado.

"Ian Crocker no cree en la carrera perfecta", dijo en tercera persona tras nadar en 51,65s

La mariposa es el estilo que más coordinación exige. Las dos batidas del tren inferior por cada ciclo de brazadas sólo son aprovechables al máximo cuando la secuencia se realiza en un tiempo preciso. La eficacia depende del ritmo. De un compás que se mide en centésimas. Un universo de ecuaciones y leyes físicas que Crocker ha dominado desde el 26 de junio de 2003, cuando fue campeón en los 100 metros del mundial de Barcalona. Ese día, Phelps, récord mundial de mariposa en 200 metros, gran especialista, volvió a probar la plata en la distancia más rápida. La carrera que decide la excelencia.

Crocker sabe de ritmo porque, además de nadador, es un notable guitarrista. Lo mismo sabe tocar los acordes del blues de John Lee Hooker, el de los Alman Brothers, o el de Clapton, que los punteos de Plant o los rasgueos de Dylan. El hombre es un melómano que salió de "un agujero en la tierra". Así le llama a la piscina de Maine donde comenzó a nadar antes de emigrar a Texas. Antes de irse a estudiar Sociología y enrolarse a las órdenes del técnico Eddie Reese para superar un diagnóstico por depresión y mejorar su técnica. Esa especie de capacidad matemática infusa aplicada al movimiento que le ha convertido en una leyenda. Y en el peor enemigo de las conquistas de Phelps. Desde Barcelona, Phelps, de 20 años, y Crocker, de 22, se han enfrentado por la supremacía de una carrera que Crocker ha dominado siempre excepto en una ocasión: en la final de Atenas. Ese día, a falta de genio biológico, Phelps puso en el agua todo su poder mental. Se adelantó en el último medio metro de piscina y se llevó el oro ante un rival que siempre ha sido su amigo.

Ayer, Crocker exhibió una respuesta formidable. En la final, ante el asombro del público, Crocker nadó solo. Pasó por el viraje a 30 centésimas de Phelps, una eternidad en esta prueba, y enfiló la pared volando. En su mundo. Como un superhombre de goma que serpenteaba sobre el agua. Phelps lo siguió a un metro. Llegó en 51,65 segundos.

Asombrados ante su rendimiento, tras la final, le preguntaron cómo había hecho para conseguir la perfección. "Ian Crocker no cree en la carrera perfecta", respondió el nadador. Hablando de ese modo extraño, en tercera persona, y mirando de reojo al sonriente Phelps con ojos asustados.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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