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Columna
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Playas

No acierto a comprender el interés que le ve tanta gente a la playa, con la sóla excepción de los niños. La playa es un lugar incómodo, donde hace mucho calor, la arena es molesta, uno tiene que aceptar como buena la intromisión de los vecinos, de los niños que salpican arena, agua o te golpean con un balón, y sin torcer el gesto para no parecer antipático. Hay que aceptar el agua turbia y hasta que la gente haga sus necesidades allí mismo. Todavía me cuesta más trabajo aún entender el placer que reporta tumbarse en una toalla a recibir los inclementes rayos del sol.

Para qué contar quienes organizan una excursión a pasar el día entero en la playa, con la comida incluida o quienes hacen una barbacoa nocturna. Para colmo, las playas que presumen de servicios suelen convertirse en pesadas: socorristas, policías, vestuarios, limpiadores, todo tipo de recomendaciones por megafonía y chiringuitos, que no son otra cosa que infectas chabolas donde la higiene y la atención dejan paso a la grosería y la suciedad. Lo normal sería que la gente busque en los meses de frío lugares cálidos y en los caluroso sitios frescos. Es la tendencia natural de todos los animales con capacidad para desplazarse, de manera especial las aves: la búsqueda de los lugares templados, donde la vida es agradable.

En cambio, ver esas playas abarrotadas de gente es un misterio insondable. Todavía es comprensible que el que tenga dinero busque playas vírgenes y solitarias, si queda alguna. Pero que al calor se sume la masificación de la Costa del Sol o similares y que eso sea un paradigma de descanso no acierto a entenderlo. La mayoría de esos sitios de supuesto esparcimiento lo son de masificación, sudor, calor, ruido, suciedad y colas,es decir, la antítesis de unas vacaciones. Es un misterio, porque hay mucha gente que lo busca e incluso están dispuestos a pagar.

Para mí es un arcano, pero para el común de los mortales es epítome de placer. Todo el litoral andaluz tomado por las gentes del interior, sean andaluces, extremeños o madrileños, en Chipiona o en Fuengirola. Lugares antes vírgenes como Zahara, son ahora sucios y masificados. Y qué decir de los guiris que se vienen de sus países en los únicos momentos en los que disfrutan de buen clima.

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