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LECTURA

La guerra equivocada de Irak

Mary Kaldor

Con las imágenes de las estatuas caídas hemos presenciado la llegada de una nueva era", dijo George W. Bush el 1 de mayo de 2003, cuando, vestido con uniforme de combate, anunció el fin de las hostilidades en Irak sobre la cubierta del portaaviones USS Abraham Lincoln. El presidente aseguraba haber descubierto una nueva forma de guerra que utilizaba la tecnología de la información y, gracias a ello, lograba ser una guerra rápida, precisa y con pocas bajas.

En los días inmediatamente posteriores a la invasión, los comentaristas militares estaban exultantes. Bush describió la invasión como "uno de los avances más rápidos de la historia". En Foreign Affairs, Max Boot calificó la guerra de "deslumbrante". "El hecho de que Estados Unidos y sus aliados hayan ganado -y hayan ganado tan deprisa- hay que considerarlo como uno de los hitos de la historia militar".

Irak es un buen ejemplo de cómo se está aplicando la tecnología de la información a concepciones de la guerra tradicionales, y se ha hecho de tal forma que se ha ocultado lo que de verdad ocurría en el país
Las bajas de Estados Unidos crecen a diario, el dólar está cayendo y no está nada claro que se vaya a poder financiar el déficit de la guerra de manera indefinida
El ejército ya no da más de sí, y la desilusión y la insatisfacción entre los soldados, sobre todo los reservistas -que han tenido que cumplir más tiempo-, van en aumento

Desde luego, la guerra que continúa en Irak es una guerra de nuevo tipo, en la que se utilizan todas las nuevas tecnologías, desde complejos sistemas de satélite hasta teléfonos móviles e Internet. Sin embargo, para hacer una interpretación del conflicto que pueda serles útil a los políticos, no podemos pensar sólo en la tecnología. Es preciso analizar los elementos nuevos de la guerra en función de la desintegración de los Estados y los cambios en las relaciones sociales derivados del empuje de la globalización.

Es fundamental establecer una distinción entre guerras "viejas" y "nuevas". Las "viejas guerras" son guerras entre Estados, en las que el objetivo es la captura militar de territorio y el enfrentamiento decisivo es una batalla entre fuerzas armadas. Las "nuevas guerras", en cambio, se producen en situaciones de quiebra de un Estado. Son guerras en las que los combatientes forman parte de redes públicas y privadas, las batallas son infrecuentes, la violencia está dirigida sobre todo contra la población civil y se caracterizan por un nuevo tipo de economía que combina el extremismo político y las actuaciones criminales.

Ahora que han pasado más de dos años y ha habido 20.000 víctimas (sobre todo población civil iraquí), cualquier valoración de la guerra iniciada por Estados Unidos es obligatoriamente menos optimista. Mi tesis es que Estados Unidos concibió su invasión de Irak como una versión actualizada de las "viejas guerras", con empleo de nueva tecnología. Su incapacidad de comprender la realidad iraquí y la tendencia a imponer su propia concepción de cómo debía ser la guerra son dos cosas tremendamente peligrosas que corren el riesgo de autoperpetuarse.

No tiene por qué ser así.

Nueva estrategia, viejos supuestos

En las dos últimas décadas, los sucesivos Gobiernos estadounidenses han desarrollado la idea de que podían utilizar tecnologías avanzadas para librar guerras a larga distancia, con el fin de mantener el predominio militar de Estados Unidos y garantizar a sus ciudadanos que su Gobierno puede defenderlos y proteger su seguridad sin correr el peligro de sufrir bajas ni tener que subir los impuestos.

El origen de esta idea se remonta a la guerra fría, cuando la disuasión podía consistir en una guerra imaginaria con concentraciones de tropas, rivalidad tecnológica, espionaje y contraespionaje, juegos de guerra y ejercicios en ambos bandos. Todo ello ayudó a crear en Estados Unidos la convicción de que su misión era defender el mundo contra el mal mediante la superioridad tecnológica.

Los avances tecnológicos se realizaban en función de lo que los estrategas calculaban que podía adquirir la Unión Soviética, el "peor panorama imaginable".

La llegada de las tecnologías de la información generó en los años setenta y ochenta un debate sobre el futuro de la estrategia militar entre la "escuela de la reforma militar" y los partidarios de la estrategia estadounidense tradicional. El resultado fue la estrategia de combate por aire y por tierra de los años ochenta, cuyo elemento fundamental era el "ataque en profundidad" que debían realizar los nuevos misiles de crucero Tomahawk, armados con cabezas nucleares.

En los años noventa se avanzó un escalón más con la "revolución en los asuntos militares" (en inglés, RMA). Para los entusiastas de la RMA, la tecnología de la información es tan revolucionaria como la invención del motor de combustión interna. La RMA es guerra espectáculo, batallas organizadas desde lejos gracias al uso de ordenadores y nuevas tecnologías de la comunicación. Un aspecto importante es el perfeccionamiento de los juegos de guerra virtual, que subraya hasta qué punto las concepciones contemporáneas de la guerra tienen un carácter imaginario.

El general William Wallace, comandante del V Cuerpo del Ejército y responsable de todas las unidades militares de Estados Unidos en Irak, ha dicho que "el enemigo contra el que luchamos (en Irak) es un poco distinto al que combatíamos en los juegos de guerra".

En el Gobierno de Bush, la RMA se ha visto sustituida por el término "transformación de la defensa". Donald Rumsfeld asegura que la transformación de la defensa "consiste en algo más que construir nuevas armas de alta tecnología, aunque, desde luego, eso es una parte. Consiste además en nuevas formas de pensar y nuevas formas de luchar"; en vez de hablar de "fuerza aplastante", él propone "fuerza vencedora".

Sin embargo, es difícil no llegar a la conclusión de que lo que se está haciendo es injertar la tecnología de la información en las ideas tradicionales sobre las fuerzas militares y las estructuras institucionales de defensa de toda la vida.

Los métodos no han cambiado gran cosa desde 1945. Consisten en combinar los bombardeos aéreos a larga distancia con rápidas maniobras defensivas. Y los videojuegos que se utilizan están basados en las ideas de los jugadores, formados en el contexto de la guerra fría.

Irak, ¿guerra o ejercicio?

Irak es un buen ejemplo de cómo se está aplicando la tecnología de la información a concepciones de la guerra tradicionales y se ha hecho de tal forma que se ha ocultado lo que de verdad ocurría en el país. Fue un proceso espectacular y lleno de vanidad. Con la ayuda de una fuerza aérea cuidadosamente dirigida, las fuerzas de la coalición pudieron declarar que habían derrocado el régimen iraquí "con una mezcla de precisión, velocidad y audacia que el enemigo no se esperaba y el mundo no había visto jamás". Se habló mucho de la ventaja que tenía Estados Unidos en materia de información: las fuerzas aliadas podían procesar datos recibidos tanto en imágenes por satélite como a través de informes en tierra, de modo que en cualquier momento dado era posible ver en Internet -mediante conexión sin cables- el despliegue de tropas, con las fuerzas enemigas en rojo y las aliadas en azul.

Además, la guerra se presentó como una poderosa cruzada moral. La postura estadounidense durante la guerra fría siempre tuvo una veta idealista, de la que hablaban hace poco Anatol Lieven y John Mearsheimer en unos artículos aparecidos en openDemocracy. Existe una continuidad retórica entre el "imperio del mal" de Ronald Reagan y el "eje del mal" de Bush. El argumento es que Estados Unidos no es un país, sino una causa, con la misión de convertir al resto del mundo al sueño americano y librar al mundo de los enemigos.

La guerra en Irak se presentó como una victoria en la "guerra contra el terrorismo", un conflicto mundial tan vasto y ambicioso como la guerra fría, cuyo objetivo era establecer un nuevo orden mundial. En realidad, no hubo prácticamente resistencia sobre el terreno. El Ejército iraquí y la Guardia Republicana se desvanecieron. Los estadounidenses arrojaron panfletos en árabe en los que decían a los soldados que se quitaran el uniforme y volvieran a sus casas, y casi todos obedecieron.

Al principio, en las semanas posteriores al 9 de abril de 2003, la situación parecía tranquila, no porque la coalición dirigida por Estados Unidos controlase el país, sino porque el pueblo iraquí estaba dispuesto a conceder a la coalición el beneficio de la duda. Cuando visité el país en noviembre de 2003, los iraquíes seguían refiriéndose a la invasión como la liberación / ocupación. Ahora, las únicas zonas verdaderamente ocupadas por los estadounidenses son sus propias bases protegidas (y muchas no son completamente seguras). Todo el resto de Irak es muy peligroso para ellos.

En otras palabras, a la hora de la verdad, la invasión de Irak no fue una guerra, sino más bien una especie de ejercicio. Tampoco fue la victoria contra el régimen iraquí que siguen diciendo las autoridades estadounidenses. La Autoridad Provisional de la Coalición se comportó más como un ocupante victorioso, y muchas de sus medidas -como la disolución del ejército y la rápida desaparición del partido del Baaz- indignaron y humillaron precisamente a los que habían permitido que se produjera la invasión con una mínima resistencia. (...)

Calidoscopio de insurgencia

La nueva guerra de Irak se caracteriza por el tipo de lucha que emplean los participantes -redes poco rígidas de participantes públicos y privados-, más como un movimiento social que como la guerrilla de estructura vertical típica de otras guerras anteriores.

Nadie conoce la verdadera dimensión de la insurgencia. Hasta octubre de 2003, las autoridades estadounidenses insistían en que no había más de 5.000 rebeldes, fundamentalmente restos del antiguo régimen. En octubre de 2004, The New York Times contó que, según varios responsables, "el núcleo de resistencia" comprendía entre 8.000 y 12.000 combatientes, que subían hasta 20.000 si se incluía a los "simpatizantes activos o cómplices encubiertos".

Las informaciones más fiables indican que la rebelión está formada sobre todo por nacionalistas iraquíes e islamistas suníes, y que surgió de manera más o menos espontánea a partir del verano de 2003. Los reclutas más importantes son antiguos miembros del ejército, muchos de ellos ex altos oficiales establecidos en Faluya, Mosul y algunas zonas de Bagdad.

Muchas células nacionalistas e islamistas suníes, con nombres como Resistencia Islámica Nacional Iraquí, Brigadas de la Revolución de 1920, Frente Nacional para la Liberación de Irak y Resistencia Popular para la Liberación de Irak, están en contra de Sadam Husein, no sólo de la ocupación.

Los ex miembros del partido del Baaz parecen constituir un grupo aparte cuyas actividades consisten principalmente en financiar operaciones de resistencia, aunque también existen algunas facciones de lucha activa como el Movimiento Cabeza de Serpiente y Al Adawh (El Regreso). Asimismo existen algunos grupos chiíes, como el Ejército de Mehdi (dirigido por el líder populista Múqtada al Sáder), que desempeñó un papel crucial en el verano de 2004, antes de que muchos chiíes decidieran dedicar sus esfuerzos a las elecciones de enero de 2005.

También hay varios grupos extremistas islámicos que parecen especializarse en secuestros, capturas de rehenes y asesinatos. Tienen nombres como las Brigadas de la Ira Islámica, el grupo Banderas Negras o los Muyahidines de la Secta Victoriosa. Algunos de ellos están vinculados a Al Qaeda, como el grupo encabezado por Abu Musab al Zarqaui o los kurdos de Ansar al Islam. Además hay varios núcleos del crimen organizado, que actúan bajo la tapadera de la insurgencia y dan cabida a numerosos criminales a los que Sadam Husein sacó de la cárcel justo antes de la invasión.

Lo que tienen en común todos estos grupos es su oposición a la ocupación estadounidense. Como en el caso de los movimientos surgidos en otras "nuevas guerras", para entenderlos hay que tener en cuenta las condiciones que ha creado la globalización. Algunos luchan para defender su posición de poder; otros reaccionan contra la inseguridad de la situación actual, tanto física como material.

Aunque el islam y el nacionalismo iraquí son dos corrientes ideológicas importantes, y pese a que la mayoría de los rebeldes son suníes, sería un error atribuir una identidad concreta a la insurgencia. En realidad, a medida que aumenta la violencia, la rebelión parece dar cuerpo a la idea de una lucha contra Occidente, que es un reflejo del concepto estadounidense de "guerra contra el terrorismo". Da la impresión de que cuanto más se prolonga la contienda, más credibilidad adquieren los que formulan este enfrentamiento en términos islámicos, como una yihad a escala mundial.

Los grupos mencionados dirigen la inmensa mayoría de sus atentados contra las fuerzas de Estados Unidos y sus aliados en Irak. También atacan a las fuerzas de seguridad iraquíes, especialmente la policía, a miembros del Gobierno iraquí, funcionarios de la Administración y otros a los que consideran colaboradores, infraestructuras esenciales -sobre todo oleoductos y plantas de energía-, organismos internacionales y ONG, contratistas extranjeros y población civil. Las células participantes están muy descentralizadas y con frecuencia no conocen a sus dirigentes ni sus fuentes de financiación. Han desarrollado métodos complejos para eludir a los servicios de inteligencia de la coalición recurriendo al contacto humano, el uso de mensajeros y los mensajes de Internet en clave.

A medida que la rebelión se ha ido extendiendo, desde finales de 2003, también lo ha hecho su capacidad de espionaje y penetración en los organismos oficiales y los servicios de seguridad iraquíes. La consecuencia es que los atentados son cada vez más eficaces. Por ejemplo, en octubre de 2004, unos guerrilleros disfrazados de policías ejecutaron a 40 soldados iraquíes recién salidos del campo de entrenamiento en una remota carretera del este de Irak. Las víctimas se habían detenido en un control falso cuando volvían a casa después de completar su formación.

Es difícil establecer una pauta clara en los atentados de los rebeldes iraquíes. Pero lo que es innegable es que la diversidad y la fragmentación de la campaña contra la ocupación de Estados Unidos es precisamente lo que les permite mantener sus actividades. Además, el hecho de que los rebeldes sean capaces de desvanecerse antes de los atentados y su aparente capacidad de esconderse o incluso vivir al descubierto en grandes zonas de Irak hacen que el resultado más importante de su campaña consista en aumentar la sensación de inseguridad e injusticia y dar fundamento a las afirmaciones de que ésta es una guerra de Occidente contra Irak o el islam. (...)

¿Había una alternativa?

¿Había y hay una alternativa a la guerra de Irak? La estrategia más importante en el nuevo tipo de guerra es la restauración de una autoridad política legítima. Lo ha sido en otras guerras y lo ha sido en Irak, antes y después de la invasión.

En el periodo anterior a la invasión, la mejor justificación de la guerra era el cambio de régimen. El régimen de Sadam Husein fue uno de los más brutales del mundo; millones de personas murieron a causa de sus enloquecidas aventuras en el extranjero, el aplastamiento de las revueltas en el norte y el sur, las depuraciones y la represión, o la ruina económica. ¿Pero había otra forma de acabar con el régimen? Por discusiones mantenidas con miembros de la oposición en el interior de Irak, creo que existía una posibilidad real de abrir el régimen tal y como había ocurrido en Europa central y del este en los años ochenta, como resultado de las presiones externas, basadas en el Acta Final de Helsinki en 1975 y los movimientos desde abajo.

En Irak estaban pasando muchas más cosas de las que se pensaba. La oposición en el exilio y Sadam Husein compartían el interés en ocultar esa realidad. Existían movimientos y partidos clandestinos: el partido Da'wa (islamistas chiíes), el Partido Comunista, la Unión General de Estudiantes y la Liga de Mujeres Iraquíes. Asimismo existían varios esfuerzos de artistas e intelectuales para crear espacios públicos. (...)

Lecciones para nuevas guerras

A principios de junio de 2005 resulta difícil ser optimistas. La rebelión va en aumento, cada día hay más atentados, más víctimas, más grupos y más nombres. La imagen de Bush como líder victorioso de guerra, el primero en utilizar la nueva guerra tecnológica, contribuyó a su victoria electoral en noviembre de 2004, y después volvió a nombrar y promover a los halcones más duros de su primer mandato. La cruzada moral de Estados Unidos refuerza la idea de la yihad mundial de los insurgentes. La nueva guerra de Irak se puede ver cada vez más como el escenario de una nueva guerra mundial, que será difícil de contener a medida que se extiendan las ideas y las experiencias y difícil de acabar por el resentimiento, el miedo y el odio que suscita cualquier conflicto.

¿Pero cuánto tiempo puede sostenerse la idea de una vieja guerra imaginaria en el contexto de lo que en realidad es una nueva guerra? Las bajas de Estados Unidos crecen a diario. El dólar está cayendo y no está nada claro que se vaya a poder financiar el déficit de la guerra de manera indefinida; los estadounidenses ya van a tener que apretarse el cinturón como consecuencia de los recortes en la seguridad social. El ejército ya no da más de sí, y la desilusión y la insatisfacción entre los soldados, sobre todo los reservistas -que han tenido que cumplir mucho más tiempo del que se esperaban cuando los llamaron-, van en aumento.

¿Tal vez la realidad hará que se ponga en tela de juicio la idea de la vieja guerra y su relevancia actual? ¿Son capaces otros actores -las Naciones Unidas, la Unión Europea, la sociedad civil iraquí- de desarrollar, incluso en una fase tan avanzada, una estrategia alternativa, fundada en principios constructivos, democráticos y progresistas, que pueda ofrecer al pueblo de Irak una vía convincente para avanzar y tal vez ayude a evitar una nueva guerra de dimensión mundial?

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Personal especializado del ejército estadounidense, en un centro de comunicaciones instalado en Qatar en 2003.
Personal especializado del ejército estadounidense, en un centro de comunicaciones instalado en Qatar en 2003.AP

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