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Crónica:TOUR 2005 | Decimoctava etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El rey de la creación

Marcos Serrano consigue, en la subida a Mende, el tercer triunfo de etapa para el ciclismo español

Carlos Arribas

Lance Armstrong ha desaparecido. Lance Armstrong ha sprintado una vez más nada más cruzar la meta hacia el camión del control antidopaje, un proceso que cumple diariamente, desde que es líder, a toda velocidad, aunque ayer se demorara un poco más. Aparte de la consabida orina, le extraen también muestras de sangre. Después, siempre al sprint, se lanza hacia el podio, hacia el 80 maillot amarillo de sus siete Tours, hacia el número que le permite superar a Hinault y acercarse un poco, pero qué lejos está, a los 115 maillots de Eddy Merckx, récord absoluto del Tour. Después, desaparece.

El asfalto arde, pero la brisa refresca. El Tour circula por el Midi, en un verano canicular, pero por las alturas del Midi, en el corazón del macizo de las Cévennes, en el aeródromo de Mende, altitud 1.050 metros. Ivan Basso acaba de cruzar la meta. Está seco, sin oxígeno, está que arde. La mirada negra, el gesto exagerado, la rabia. Su eterna serenidad, su máscara de sufrimiento, hermosa, sutil, está rota. Discute, grita. No hay quién lo entienda. ¿No debería estar feliz? ¿No debería sentirse satisfecho?

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Ha cumplido con su palabra, no ha fallado ningún día desde los Pirineos, desde que la carretera se inclinaba se ha puesto al frente del pelotón y ha acelerado, ha tirado, ha muerto sobre la bicicleta, ha sufrido. Ha intentado ganar el Tour. También allí, en las vertiginosas alturas de Mende, allí, en el último puerto duro del Tour, en los apenas tres kilómetros de la subida de la Cruz Nueva, corto pero empinado como un palo, al 10%. Lo ha intentado como si la vida le fuera en ello, ha pedaleado fuerte, sin volverse, y sin volverse, sin necesidad de girar la cabeza, ha comprendido enseguida que esta vez tampoco. Siente que bajo el sol implacable de julio su cuerpo proyecta en el asfalto una sombra amarilla, una sombra ligera, volátil, ágil, una sombra que vuela sobre una bicicleta como si entre plato y piñones no hubiera cadena, como si mover los pedales en molinillo en esa subida mortal en la tercera semana del Tour no costara nada. Pero eso ha sido así todo el Tour, ha sido todos los años, ha sido así toda la vida. Basso no conoce como corredor de Tour otro ganador que Armstrong. ¿Por qué iba a perder el temple, su calma, su razón, justo el último día?

"Ivan siente escalofríos", dice rápido uno de su equipo. "Ivan ha llegado a la meta empapado de sudor y nadie le tenía preparado un maillot seco, limpio, e Ivan se está quedando frío. Por eso está enfadado". Ivan Basso se mete bajo el maillot frío, empapado, entre la piel y el tejido, un par de folios blancos. Ivan Basso huye de la llegada sin decir palabra, con la mirada loca. Ivan Basso huye del peligro, de un resfriado, de un catarro, de una fábrica de mocos en su interior como la que llevan Mancebo -una víctima de los aires acondicionados, de los cambios bruscos de temperatura, que ayer sufrió como nunca para terminar como siempre, en el grupo de siempre-, como la que sospecha que tienen otros compañeros a los que oye resoplar, escupir, limpiarse las narices.

Escalofríos también sufre, a apenas cinco metros de allí, apenas 10 minutos antes, la misma tarde, Marcos Serrano. Tiene la piel de gallina, los ojos, tan expresivos, más saltones que nunca, el pecho empapado, la boca de la felicidad. La mente, fría, cerebral. Sabe lo que ha hecho, cómo lo ha hecho, por qué lo ha hecho, las consecuencias íntimas de lo que ha hecho. Está empapado, suda, siente frío, pero Marcos Serrano no huye. Marcos Serrano está plantado en medio y se deja rodear, se deja abrazar, exprimir, agobiar. Marcos Serrano acaba de ganar una etapa del Tour y tiene derecho a sentirse el rey de la creación. Ocho años lleva Marcos Serrano (Chapela, Pontevedra, septiembre del 72) corriendo el Tour, recorriendo los lugares en los que se ha escrito la leyenda, sintiéndose parte de la leyenda, y sólo ayer se sintió protagonista de la leyenda. Escritor. Inspirador. Lo consiguió en Mende, que no es un sitio cualquiera.

Mende son cinco letras con una fuerte carga simbólica en la historia de los equipos de Manolo Saiz, en la historia del Tour también, en la historia de los Tours de Indurain. En Mende, camino de Mende, en las alturas de Mende, Manolo Saiz se sintió un día también el rey de la creación. Fue hace 10 años. El equipo de Indurain salió mal y él lanzó un ataque demoledor con todo el equipo. Indurain se quedó aislado y Jalabert, la punta de lanza del ONCE, que entonces se llamaba así el equipo de Saiz, llegó a contar con más de 10 minutos de ventaja. Sólo la generosidad de otros equipos salvó a Indurain, su quinto Tour. Así que Mende es también sinónimo de lo que pudo haber sido y no fue. No para Serrano. Para Serrano, el más fuerte de los diez fugados de la mañana, el más listo también, lo que pudo haber sido, fue. Su rival más duro, el bravo Zandio, cometió un error de juvenil vaciándose en un puerto de tercera que precedía la subida final. Zandio efectuó la selección y Serrano, en el sitio exacto, en el último kilómetro, con pequeños acelerones, con ataques de prueba, rompió las últimas resistencias, las de Vasseur y Axel Merckx. Y ganó.

Marcos Serrano muestra su alegría en el podio tras la victoria en Mende.
Marcos Serrano muestra su alegría en el podio tras la victoria en Mende.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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