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A MANO ALZADA
Columna
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Guerra entre terrorismos

Teorizar y pronosticar sobre terrorismo en el mundo parece tan arriesgado como abstenerse de hacerlo. Se diría que nadie sabe por dónde van los tiros. Que la ignorancia es general. Y que en lugar de ser sinceros y confesar esa ignorancia, los llamados expertos en la materia hablan sin decir gran cosa y transmiten severos juicios o simples opiniones nada convincentes. Vemos a estos especialistas en las televisiones, siempre respaldados por alguna universidad o think tank, y nos entran ganas de sintonizar el canal de dibujos animados. Pluto o el Pato Donald quizá den antes que ellos en el clavo.

Ningún vaticinio de próximos atentados podemos tomarlo en serio. Y esto es así porque la ignorancia del fenómeno terrorista es la clave misma del terrorismo. No saber qué bomba va a estallar, ni cuándo, ni dónde, ni a qué número de seres va a alcanzar la matanza constituyen la finalidad del acto terrorista, su inspiración y su procedimiento.

Mientras George Bush esté en la Casa Blanca, las cosas sólo van a empeorar. No es una profecía, sino la conclusión a que se llega siguiendo su desastrosa trayectoria política. ¿Fue un éxito para el Pentágono la intervención militar en Afganistán? En absoluto. Allí sigue la insurgencia mientras la seguridad está bajo mínimos. Tampoco es ningún éxito la invasión de Irak, con esas cifras de muertos que se suceden a diario. La guerra preventiva contra el terrorismo capitaneada por Bush multiplica sus efectos perversos hasta convertirlos, por sí mismos, en una nueva amenaza global.

El apoyo popular al terrorismo desciende en los países islámicos que ya han sufrido atentados. Parece una buena noticia. Pero esto es una parte del problema que no impide que Al Qaeda cuente con el respaldo del 60% de los jordanos y el 51% de los paquistaníes, según un reciente sondeo del Pew Center realizado en 17 países islámicos. Entre la población de los países islámicos que ya han sufrido atentados, como Indonesia y Marruecos, el apoyo a Bin Laden habría descendido a la mitad.

¿Y qué alcance tiene esto? Las conclusiones de este macrosondeo (EL PAÍS 16 de julio) efectuado en la fase más inquietante de la Administración Bush, nos permiten sospechar que la misma Administración, cautiva de sus errores, pueda ceder a la tentación de cometer atentados encubiertos en países islámicos con el noble fin, que justifica toda clase de medios, de debilitar el apoyo popular a Bin Laden.

El escritor británico John Berger nos ofrecía esta misma semana en estas páginas un sugestivo análisis de las causas de la situación actual. El dogma del G 8, decía Berger, es que "el principio que rija la humanidad tiene que ser la obtención de beneficios y, todo lo demás, pertenezca al pasado tradicional o al futuro al que aspira, debe sacrificarse por ilusorio". Más adelante cercaba el concepto al afirmar que "la llamada guerra contra el terrorismo es, en realidad, una guerra entre dos fanatismos", pues uno de estos fanatismos se propone matar mientras que el otro (el que podríamos calificar de bueno) tan sólo saquea, abandona y deja morir. "Uno reivindica el derecho a derramar sangre inocente, el otro vende toda el agua de la tierra".

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Pero ambos fanatismos que existen amparados por dogmas opuestos nos conducen a un resultado de muerte y devastación para la humanidad atrapada en esa lucha sin cuartel. No se trata de una simple guerra contra el terrorismo, sino entre terrorismos.

En el año 2002 uno de los principales instigadores de la invasión de Irak, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, aprobó una serie de técnicas que pueden considerarse terroristas para ser aplicadas en los interrogatorios de los detenidos en Guantánamo. Las mismas dieciséis formas de tortura, que incluyen el uso intimidatorio de perros, se aplicaron en la prisión de Abu Ghraib, y seguirán aplicándose donde haga falta. Dichas técnicas las califica el Pentágono de procedimientos "creativos y agresivos", de probada eficacia tanto para hacer hablar a presos mudos como para, según la jerga militar, acallar a "los ruidosos".

Varapalo

Buen varapalo le da el profesor norteamericano Norman Birnbaum al nuevo embajador estadounidense en España, cuyo nombre ni siquiera se toma la molestia de citar a lo largo de su artículo Las maneras del embajador. Carece de importancia cuál sea el nombre de pila de este rudo subalterno de Condolezza Rice, pues Birnbaum, catedrático emérito de la Facultad de Derecho de Georgetown, en Washington, un buen conocedor y amigo de España, lo que pretende con su particular varapalo es refrescar la memoria del embajador al decirle que no sólo representa a Bush en nuestro país sino también, y lo que es más importante, a todo el pueblo norteamericano, incluidos quienes, como Birnbaum, desaprueban la política de la actual Administración. Porque la mayoría de la población estadounidense cree que el actual presidente y su Administración no representan, ni mucho menos, las verdaderas tradiciones de la democracia de aquel gran país. Y en este sentido, el profesor Norman Birnbaum censura las primeras declaraciones efectuadas por el embajador cuando, nada más poner pie a tierra en España, dijo que del Gobierno de Zapatero no sólo espera palabras, sino actos. Le faltó añadir, aunque no hizo falta, que esos actos deben ser siempre del agrado del emperador. Birnbaum aconseja al funcionario la lectura de The Education of Henry Adams, obra del nieto y bisnieto de dos presidentes norteamericanos, un tratado sobre el arte, el rigor y los modos de la diplomacia.

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