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CLÁSICA
Columna
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Divino tesoro

En la Orquesta Mundial de Juventudes Musicales no se trata de competir, sino de aprender, y estos muchachos -ellas, el jueves en Madrid, con la broma de llevar algo rojo en el vestido o hasta en la cabeza- lo han hecho con aprovechamiento. Lo demostraron a lo largo de casi todo un programa muy exigente y que traía obras de repertorio. Su director titular, Josep Vicent, lo negoció con mucha solvencia, de forma excelente en algún momento. Ahí estuvo la soltura rítmica de The chairman dances, de John Adams -una música estupenda que poco a poco se impone a quienes la trataron de pura modernidad sin fundamento- o la hondura y el sentimiento -dicho sea en el estricto sentido aplicable, qué sé yo, a Rafael El Gallo- de La oración del torero, de Turina. No funcionaron del mismo modo las cosas en el Bolero de Ravel. En la segunda suite de Romeo y Julieta de Prokofiev -con el colofón de La muerte de Tibaldo-, Vicent demostró que es un maestro muy musical, que incide en esas zonas de la partitura especialmente expresivas. Su técnica deja perplejo y no es difícil suponer que con más energía en los ataques y una gestualidad más funcional lograría resultados aún mejores.

Orquesta Mundial de Juventudes Musicales

Josep Vicent, director. Obras de Adams, Turina, Ravel y Prokófiev. Teatro Monumental. Madrid, 14 de julio.

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