La Comunidad de Blasco
Yo vivo en una Comunidad Valenciana muy distinta de la que habita el consejero Blasco y para ser feliz, todo lo que debería hacer es abandonarla y mudarme a la suya. Porque la Comunidad en la que vive el consejero es, desde todos los puntos de vista, superior a la mía. De eso, no me cabe duda. No es sólo que me lo repita el Gobierno cada mañana, con una fervorosa tenacidad, sino que yo mismo he podido comprobarlo. Y puesto que las condiciones materiales son tan importantes para lograr la felicidad -digan lo que digan algunos filósofos- estoy convencido de que seré más dichoso el día que logre vivir en la misma Comunidad que Rafael Blasco.
Lo difícil, sin embargo, es encontrar el camino que conduce de una a la otra. Sobre todo, cuando no sabemos si se trata de un camino espiritual o, más bien, de uno material. Si tuviera que atender a mis escasas condiciones para moverme por la vida, preferiría, sin duda, que se tratase de un camino espiritual. Es probable que, ayudado por las fuerzas de mi espíritu, en un momento u otro, lograse dar con él. Pero algo me dice que un camino material ha de resultar más apropiado para el propósito. Presumo que una persona capaz de procurarse unos ingresos similares a los que obtiene anualmente Carlos Fabra -por poner un ejemplo de actualidad- tiene bastantes más posibilidades de hallar ese camino que un simple periodista.
¿En qué se diferencia la Comunidad Valenciana en la que vive Rafael Blasco de la mía? Yo salgo de mi casa, doy un paseo por cualquier lugar o tomo el autobús para hacer un viaje y todo cuanto veo, a un lado y otro del camino, son viviendas en construcción. Las hay de todas las clases y calidades, y edificadas en cualquier lugar, con preferencia próximo a la costa. Hay edificios enormes y edificios medianos. Los hay de excelente arquitectura y de una tremenda vulgaridad (los más). Hay chalés, bungalós, urbanizaciones inmensas que, esparcidas sobre la falda de una colina, provocan un efecto perturbador. A poca sensibilidad que se tenga, no hace falta decir que la visión de un paisaje de estas características resulta poco agradable.
Tras el paseo, uno regresa a casa con la pesadumbre que produce el haber visto una costa, hasta ayer magnífica, convertida en edificios de hormigón. Es entonces cuando tomamos el periódico del día para distraernos un rato y nos encontramos con las declaraciones de Rafael Blasco. Leyendo la descripción de la Comunidad Valenciana que allí hace el consejero, reparamos en que no se parece en nada a la que hemos percibido durante nuestro recorrido. Donde nosotros no veíamos más que amontonamiento y desorden, el consejero ve un territorio primorosamente conservado. Y aquel paraje que juzgamos arrasado por las construcciones, resulta ser un espacio natural protegido por las leyes. Y no por unas leyes cualesquiera, de esas que burlan los constructores de escasos escrúpulos, no, sino por las leyes ambientales más avanzadas de Europa. Al menos, eso es lo que afirma el consejero.
Uno de estos días, voy llamar a Rafael Blasco para que me explique cómo puedo cambiarme a su Comunidad Valenciana. Estoy cansado de vivir en la mía, destrozada por la codicia de unos cuantos. Siendo el consejero un hombre de recursos, tan avezado en los intríngulis de la política, seguro que conoce algún atajo y no tengo que esperar.
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