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VISTO / OÍDO
Columna
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Morir es fracasar

Los suicidas de Londres, como los de Leganés o los de Palestina, tienen su mente envenenada por la religión. Entiendo por religión un código de creencias y comportamientos, premios y castigos para vivir en una sociedad dirigida con los principios adulterados por un poder terrenal para triunfar sobre otros. Fuera de esta desgracia, el ser humano, el animal y hasta el vegetal tienden a no morir nunca, y el crecimiento de la edad máxima es uno de los triunfos sobre la naturaleza que solemos llamar civilización: volar sin alas, oírnos y hablar a distancia, trepar hacia los astros: el bisturí y su mano prodigiosa, amar sin procrear. La muerte no existe, no es ningún ser como los que aparecen en el cine, sea dama enlutada o esqueleto con guadaña; es nuestra naturaleza lo que nos lleva a acabar. La muerte es una dictadura. Si hubiera algo sagrado, habría que creer en un dios malvado. No es dulce morir por la patria, como decía uno de los envenenadores, el gran poeta Horacio -muchos poetas han colaborado con la quinta columna de la traición-; ni dulce, ni decoroso. El suicidio elegido por esos caballeros londinenses para poder matar a otros conciudadanos es repugnante.

No por ellos: nunca lo es quien da su vida por una creencia inculcada, sino quienes la inculcan hasta alienar a sus elegidos. El suicidio, como el nacimiento de otro, sólo puede hacerse voluntariamente; y entonces sería también una defensa contra la dictadura no escrita de las religiones del destino. Muero yo porque ya no quiero que me vivas tú, o que me condenes a vivir según tus órdenes, atribuyendo así una personalidad civil a la circunstancia o al concurso de sucesos que los dirigentes de la sociedad me imponen como insoportables. La idea de inscribir en los cuarteles "con letras de oro" la frase de Horacio es aberrante. Los ejércitos no inducen al suicidio; en la instrucción de cuartel y en las academias se enseña a resguardarse, a sobrevivir. Para cualquier ejército, la reducción de bajas es un éxito. Lo que Estados Unidos tiene como éxito en Irak es que, mientras han muerto unos 1.500 soldados propios, las bajas del enemigo pueden ser unas 30.000 (cifras inseguras). Quizá moralmente -si hubiera una moral- es un éxito el arma musulmana: tres o cuatro muertos propios por cincuenta o sesenta enemigos. Cuatro suicidas: envenenados, descerebrados por la religión del séptimo cielo.

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