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SAN FERMÍN
Columna
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Locos romanos

El A San Fermín pedimos... que los corredores del encierro cantan cada mañana ante la efigie del ídolo, tiene algo de "Ave César, los que van a morir te saludan". Máxime cuando la invocación ritual va acompañada de ese gesto tan romano que consiste en alzar los puños hacia el santo, asiendo un periódico apergaminado.

Pero el ritual no viene de los tiempos de Pompeyo, a quien se atribuye la fundación de Pamplona, sino de la época en que Samuel Bronston, tras hacer buenas migas con el inquilino del Pardo, instaló sus reales en Madrid y produjo cumbres del arte como El Cid o La caída del Imperio Romano.

El Cid es hoy uno de los pocos toreros ante los que se rinde la afición romana de la plaza de Pamplona y, en cuanto a la caída del Imperio, recordemos que la misma comenzó a precipitarse con la corrupción de Cómodo. Aburridos de los excesos de Cómodo, los senadores le enviaron a un sicario que, según le clavaba una daga, había de decirle: "El Senado te manda esto".

El Cid es uno de los pocos toreros ante los que se rinde la afición de Pamplona
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"Las tradiciones se deben mantener"

Como vimos en vísperas sanfermineras, los "senadores" regionalistas de Unión del Pueblo Navarro, aburridos de los excesos de su socio, el popular Ricardo de León, Embajador del Reyno, le enviaron una cuchillada política.

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Lamentablemente, a esta hora, el por lo general locuaz diputado Jaime Ignacio del Burgo, amigo, correligionario y defensor del infortunado, no ha comparecido por los sanfermines para comentar la senatorial jugada.

El A San Fermín pedimos... lo compuso el maestro Turrillas, autor de pasodobles tan inolvidables como Pamplona perla del norte, allá por los tiempos en que el rudo Charlton Heston campaba por Castilla. Así nació una de las tradiciones más romanas de los sanfermines. La invocación ritual se dirige hacia una hornacina donde se halla una réplica del ídolo y, junto a él, dispuestos como las águilas de las legiones, los "pañuelicos" de las peñas.

El casco viejo de Pamplona está llenó de hornacinas de ésas, pero como todas son pocas, no hace mucho, el gobierno regional inauguró un túnel a las afueras con otras dos más: una para alojar a un San Fermín y la otra para dar cobijo a un San Cristóbal -siempre al quite en lo proceloso de las carreteras-.

La hornacina del San Fermín al que se dirige la invocación ritual de los corredores del encierro está al pie del Museo de Navarra, institución que debe sus primeros momentos de esplendor a María Ángeles Mezquíriz, especialista en excavaciones romanas, ayer honrada con el premio Gallico de Oro.

Entre los muchos aciertos de la señora Mezquíriz no se cuenta el haber dicho que, a ciencia cierta, el poblamiento romano de Pamplona nunca llegó hasta la plaza del Castillo. Sin encomendarse más que a la ciencia de la señora Mezquíriz, la alcaldesa de Pamplona empezó a cavar y la aparición de unas termas romanas no se hizo esperar. Las termas siguen dándole dolores de cabeza y reveses judiciales.

Termas hay muchas en la Navarra romanizada y muy buenas. Pese a la diaria invocación al "capotico" del santo, el encierro de ayer fue de mucho sobresalto. Aun con su aspecto de gladiator romano y toda la ciencia sanferminera que le acompaña, el divino más atlético fue de nuevo volteado por las fieras de este circo. ¿No será hora de pensar en irse a tomar las aguas?

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