Tregua antes de los Alpes
Armstrong cede el 'maillot' amarillo a Voigt, del equipo de Basso, el día de la exhibición de Rasmussen
En 1997, el año de los milagros, Didier Rous, un francés con pinta de pollo desplumado, pasó el primero por la cima del Balón de Alsacia camino de una resonante victoria en solitario en Colmar. Ayer, Didier Rous, aún miembro del pelotón, llegó a Mulhouse con un collarín y dos puntos en la barbilla después de comerse una señal de tráfico. El conquistador del gigante de Alsacia en 1969 fue Eddy Merckx, que aquel día se vistió de amarillo por primera vez, un color que no abandonó prácticamente hasta 1973. Merckx, que ronda los 60 años y los 100 kilos de peso, no está hoy evidentemente para intentar subir en bicicleta ningún puerto. Antes que eso, prefirió trasfundir su espíritu exagerado, dominador, atrabiliario, a otro ser. No eligió para el proceso a su hijo Axel, también corredor del Tour, persona con la que la transustanciación debería haber sido más fácil, sino que, haciendo prueba una vez más de su carácter voluble y caprichoso, depositó sus preferencias en lo más contrario a su propia persona que podría haber elegido. No paró Merckx, El Caníbal, hasta dar con un danés chupado, meticuloso y listo.
El danés fue Merckx en estado puro desde el primer puerto hasta la meta
Dicen que Mickael Rasmussen, apellido que suena a aventurero de los polos, está tan delgado porque lleva en su equipaje una balanza de precisión con la que pesa al gramo exacto la cantidad de pasta, verduras, hidratos, proteínas, verduras y frutas, tan vitamínicas ellas, que ingiere cada día. Y dicen que sus ojillos claros, casi ocultos en su cara tan blanca, poseen una agudeza descomunal, ni asomo de presbicia, con la que descifra hasta la línea más pequeña de todos los textos de los envases de los alimentos envasados -cereales, productos energéticos, yogures desnatados y leches enteras, y quesitos- en los que de manera ininteligible se describen sus propiedades alimenticias y calóricas.
En ellos encuentra su fuerza; en Merckx, en su ejemplo, su impulso. Pero en un Merckx pragmático, luterano. Porque dicen también, y así lo cuenta Pedro Horrillo en su artículo, que Rasmussen es un hombre de ideas fijas y claras. Merckx era capaz de atacar porque sí y de ganar porque le daba la gana, fuera o no fuera necesario con vistas a su gran empresa. Rasmussen, de 31 años, campeón mundial de mountain-bike, disciplina de bichos raros, en 1999, llegó, en cambio, al Tour con dos obsesiones y un método. La primera era ganar una etapa; la segunda, el maillot de lunares, una prenda que ningún danés, ni siquiera el gran danés Bjarne Riis, logró llevar al país. El método, la fuerza bruta, la escapada en solitario. Merckx en estado puro fue Rasmussen desde el kilómetro 3 de la etapa, desde el primer puerto de tercera categoría, hasta el kilómetro 171, la meta de Mulhouse. Fue Merckx en un escenario irreal, de cuento infantil, bosques de abetos oscuros y profundos, montes suaves, cigüeñas volando... Fue Merckx perseguido por seis y por el pelotón, dos entes muy diferentes.
Al pelotón la fuga no le importaba en exceso. Rasmussen, el metódico, ya ganador solitario de una etapa de la Vuelta a España de 2003 en los Pirineos franceses, había tenido la precaución en la víspera de perder voluntariamente más de dos minutos para convertirse en un elemento indiferente en la clasificación general, por lo que a los ocho hombres de Armstrong -felizmente recuperados por su patrón para abrir el desfile de comparsas, de blusas de Vitoria organizadas en que se convirtió ayer el pelotón: aquí los Discovery, luego los T-Mobile, los CSC, los Balears...- ni les iba ni les venía en su aventura.
A los hombres de Armstrong, en cabeza desde el tercer puerto, se les había puesto la etapa de cara desde que el pobre Ullrich se cayera en el primer descenso. Las ganas que tuviera su equipo de poner a prueba al del norteamericano se quedaron en nada. El pelotón se paró a esperar, educado, y desde allí en adelante paz y placer, salvo para los demás caídos: para Igor González de Galdeano, tremenda costalada, que abandonó, o para el Pimiento Gómez Marchante, que se rompió la clavícula en el avituallamiento. Al pelotón sí que le interesaba el grupo de seis y al grupo de seis sí que le importaba Rasmussen. En el grupo de seis, junto a Vicioso, Zandio y otros tres marchaba Jens Voigt, el sólido alemán del CSC, segundo en la general, a un minuto de Armstrong. Y su interés radicaba en que Armstrong quiere llegar a los Alpes -mañana, tras el día de descanso- sin el peso de la púrpura sobre sus espaldas, con lo que fue Voigt toda la etapa líder virtual, un asunto que también le apetecía a él mismo, perseverante y trabajador, hombre de fe. Y, con todo ello, con Rasmussen queriendo la etapa, los seis queriendo cazarle para lo mismo y el pelotón queriendo dejar a los seis un poco de tiempo pero no excesivo, la travesía de los Vosgos se convirtió en una marcha estabilizada y regular. Al final, Rasmussen ganó la etapa y medio maillot de lunares, Voigt alcanzó el liderato y Armstrong lo cedió porque quiso y demostró, de paso, que tiene equipo. Todo racional, todo cartesiano y metódico.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.