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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

¿Del G-8 a un nuevo G-9?

Timothy Garton Ash

Quién debe sentarse a la mesa más importante de la política mundial? La pregunta ha estado presente en la reunión iniciada en Gleneagles el jueves, pero las respuestas son cada vez más complicadas. ¿G-7? ¿G-8? ¿G-8 + 5? ¿G-22?

Hubo un tiempo, durante la crisis del petróleo de los años setenta, en el que Estados Unidos creó una cumbre informal denominada el Grupo de la Biblioteca. Reunía a altos responsables económicos de Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania y Japón. En 1975, Francia elevó la categoría a jefes de Gobierno e insistió en que estuviera también Italia. Al año siguiente, Estados Unidos contrarrestó con la entrada de su Italia del otro lado del Atlántico: Canadá. Había, pues, siete osos en la mesa. Todos ellos eran importantes democracias industriales y potencias políticas en el Occidente de la guerra fría; Japón, pese a ser el Lejano Oriente, era un miembro honorario de Occidente. Al terminar la guerra fría, a instancias de Washington, se añadió otro oso distinto: Rusia. Fue en 1998: el Gobierno de Clinton pensaba, con optimismo, que la Rusia de Yeltsin estaba empezando a ser una democracia y que con ese paso se le ayudaría a que siguiera siéndolo. A partir de ahí fueron ocho.

¿Qué Estados debemos considerar como las principales potencias? ¿Debe contar la riqueza 'per cápita' además de la gran economía en su conjunto? ¿Deben ser democracias?
Resulta cada vez más absurdo que las grandes potencias de otros continentes no tengan presencia permanente en esta cumbre de la política mundial
Para vergüenza de todos menos de Putin, el año que viene le toca a Rusia ser la anfitriona de la reunión. Tal vez puedan celebrarla en Yalta

Ah, sí, y también se invitó a participar en cada cumbre anual al presidente de la Comisión Europea y al presidente de turno de la Unión. Es decir, 8 + 2 asistentes habituales. Mientras tanto, para aumentar la confusión, aparecieron otros dos grupos más amplios: el G-20, de ministros de finanzas de países ricos y pobres, y el G-22, que representa enérgicamente los intereses de los países en vías de desarrollo en las negociaciones comerciales desde la reunión de Cancún en 2003. Para no hablar de otra coalición más antigua, del "tercer mundo", denominada G-77.

El grupo central

En resumen, ¿quién ha estado en Gleneagles? El grupo central lo formaban los líderes del G-8 más el presidente de la Comisión Europea. Como la presidencia de turno de la UE le corresponde al Reino Unido, no había necesidad de otro dirigente más (Tony Blair ha sido dos en uno, casi una trinidad). No obstante, hubo una reunión de trabajo y una comida con los líderes de la India, China, México, Brasil y Suráfrica, el secretario general de Naciones Unidas, los responsables de la Organización Mundial de Comercio y el Organismo Internacional de la Energía Atómica, el presidente del Banco Mundial y el director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional. No es que haya podido entrar cualquiera, pero sí mucha más gente que en la reunión íntima del Grupo de la Biblioteca, hace 30 años.

A diferencia del Consejo de Seguridad de la ONU, el G-8 es un organismo informal que puede ampliarse como quiera sólo con el consentimiento de quienes ya son miembros. La pregunta de quién debería figurar en él no es una mera cuestión para que se excite la gente de protocolo. Es la expresión de una serie de interrogantes fundamentales sobre el carácter de la política mundial a principios del siglo XXI.

¿Qué Estados debemos considerar como los principales potencias de nuestro tiempo, y con qué criteriops? ¿Debe contar la riqueza per cápita además de ser una gran economía en su conjunto? ¿Deben ser democracias? ¿Cuál es el equilibrio apropiado entre los Estados y las organizaciones internacionales? ¿Y qué tal si ofrecemos cierta representación a las organizaciones no gubernamentales y los movimientos de protesta que esta semana han escenificado un festival de Edimburgo alternativo?

La verdad es que no tengo una opinión clara al respecto; mejor dicho, no sé cómo podría hacerse. Supongo que la mezcla de Estados y organizaciones internacionales está bien, aunque no sé por qué tiene que contar la UE con dos representantes, mientras que, en mi opinión, el secretario general de la ONU debería estar por derecho propio. Pero las preguntas más acuciantes son seguramente las dos primeras.

El rasgo que define al G-8 es que se trata del club de los ricos y poderosos; poderosos, sobre todo, porque son ricos. Hay dos formas de considerar que un país es rico o tiene poder económico: por su PIB total o por su PIB per cápita. Según el primer criterio, China es la segunda economía del mundo (si empleamos paridades de poder adquisitivo, más realistas que los tipos de cambio del mercado) pero, de acuerdo con el segundo, está mucho más abajo. Luxemburgo encabeza la lista per cápita, pero es el número 93 por PIB total. En mi libro Free world figura un mapa en el que he intentado combinar las dos formas de medir. En él, los países son bloques geométricos cuyo tamaño es proporcional al PIB total. Pero cada bloque está sombreado con arreglo a la renta per cápita, de forma que el más oscuro es el que tiene una renta anual per cápita superior a 25.000 dólares de promedio. Así, Estados Unidos es un bloque gigante y negro, Luxemburgo es negro, pero pequeño (tan pequeño que no se ve), y China es grande, pero de color gris claro. O sea, China es grande, pero pobre; un gigante económico y, al mismo tiempo, un país en vías de desarrollo.

Ahora bien, con el máximo respeto posible hacia el Gran Ducado de Luxemburgo, no creo que ni siquiera el propio gran duque piense que su país -con una población aproximada de 470.000 habitantes- tiene verdadero derecho a formar parte del G-8. ¿Pero qué ocurre con China? ¿Qué ocurre con la India? Ambas economías son mayores que la de Alemania, si se mide el PIB total según la paridad de poder adquisitivo. Y ambos países están creciendo a un ritmo mucho más rápido que las viejas y cansadas economías de Occidente. Cada uno de ellos tiene más de 1.000 millones de habitantes; entre los dos acogen a más de un tercio de la humanidad. Muchos de los asuntos que hoy destaca el G-8, como el alivio de la pobreza y las emisiones de CO2 que contribuyen al cambio climático, sólo pueden abordarse con la participación de estos dos gigantes. Son las grandes potencias del futuro. ¿No deberían tener un puesto permanente en la mesa principal?

Legitimidad

Y si entran la India y China, ¿por qué no Brasil? En el cuadro del tamaño de la economía (siempre por paridad de poder adquisitivo) ocupa el décimo puesto, por delante de Canadá. Es más, a diferencia de China, es una democracia. Y eso también importa. En la página de preguntas frecuentes dentro de la página web del Gobierno británico, alguien supuestamente interesado ha planteado: "¿Qué legitimidad tiene el G-8?". La respuesta: "Los países del G-8 están representados en la cumbre por los jefes de Estado o de Gobierno, personas democráticamente elegidas para dirigir los Gobiernos de sus países". Excepto Vladímir Putin, claro, cuya última elección no fue ni libre ni justa, decididamente. Pese a ello, para vergüenza de todos menos suya, el año que viene le toca a Rusia ser la anfitriona de la reunión. Tal vez puedan celebrarla en Yalta.

En un mundo ideal, los Estados miembros del G-8 -o G-X- serían las democracias que poseyeran las mayores economías del mundo. Eso significaría expulsar a Rusia e incluir a la India y Brasil, para formar un nuevo G-9. Me gusta la idea. El tamaño importa, pero también importa la libertad.

Claro que ¡imagínense la indignación en Moscú! ¡Piensen en la ira de Pekín! Así que el G-8 seguirá arreglándoselas como pueda: ya no está sólo Occidente, pero tampoco están todos. Sin embargo, con el tiempo, a medida que dejemos el siglo americano para adentrarnos en el siglo asiático, resultará cada vez más absurdo que las grandes potencias de otros continentes no tengan presencia permanente en esta cumbre informal de la política mundial.

Blair y Chirac (en primer plano) conversan en Gleneagles, mientras Bush y Koizumi hacen lo mismo tras los cristales.
Blair y Chirac (en primer plano) conversan en Gleneagles, mientras Bush y Koizumi hacen lo mismo tras los cristales.REUTERS

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