El legado de los pioneros
LA MÚSICA folclórica de este país no sería lo que hoy es sin la labor casi heroica de los que abrieron camino durante los años sesenta y los primeros setenta. La dictadura no entendió nada de esta música, desde luego, y salvo etnógrafos o antropólogos aislados (García Matos, Agapito Marazuela, Bonifacio Gil, Echevarría Bravo, Crivillé i Bargalló...), los mejores trabajos de campo los realizaron dos folcloristas estadounidenses, Kurt Schindler y el tejano Alan Lomax. Al calor de 1968 surgieron el segoviano Ismael o el zamorano Joaquín Díaz, quien apadrinó a uno de los primeros grupos pioneros, el octeto Nuestro Pequeño Mundo, influido por el folk estadounidense y donde despuntaba el mallorquín Juan Alberto Arteche, nombre luego habitual en producciones de Eliseo Parra o con el sello Música Sin Fin. En paralelo, movimientos de reivindicación territorial iban floreciendo en Cataluña (Els Setze Judges) o Euskadi (Ez Dok Amairu).
Desde aquellos años casi épicos han llegado hasta el presente algunos grupos que hoy ya más merecen el rango de institución. Tal es el caso de los vascos Oskorri, beneficiados por algún sortilegio de eterna juventud, que ya en 1997 celebraron sus bodas de plata con un concierto memorable en Getxo inmortalizado en el disco doble 25 Kantu urte. Sus homólogos gallegos son Milladoiro, que también preparan una antología de 25º aniversario (se cumplió en 2004) con un disco que recupera sus clásicos junto a colaboradores ilustres.
El capítulo de la incombustibilidad prosigue con los valencianos Al Tall, cuya mediterraneidad y sátira implacable continúan en buena forma en el muy reciente Vares velles; los canarios Los Sabandeños, que aún hace tres meses fueron finalistas de los Premios de la Música con su última Antología, y sus paisanos de Mestisay. Todo ello sin olvidar el refulgente ejemplo de la mallorquina Maria del Mar Bonet, de cuyo primer y homónimo trabajo se cumplen ahora 35 temporadas. Una reciente caja antológica, Collita pròpia, ha hecho justicia a su legado.
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