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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Afinidades efectivas

La gran oferta de exposiciones de PhotoEspaña permite al espectador hacer muchas cosas, incluida la de establecer asociaciones aparente o realmente imprevistas entre ellas, como la que puede establecerse entre Manila, la muestra de Ricky Dávila en la sala de la Comunidad de Madrid, y la de Fernell Franco en la Casa de América. Y eso a pesar del tamaño de las diferencias entre estos dos fotógrafos que se dan en términos de edad, origen social, formación cultural y experiencia profesional y vital. En realidad lo que los une es el tema del trabajo que ahora ambos exponen en Madrid y que en el caso de Franco es Cali, su ciudad, y en el de Dávila la ciudad de Manila, una ciudad que para él ha resultado una de esas ciudades legendarias con las que nuestra fantasía establece un compromiso. Pero lo que ha resultado de estas motivaciones tan distintas son fotos en blanco y negro que son simultáneamente imágenes de dos ciudades del Tercer Mundo, separadas por la enormidad del océano Pacífico y unidas tanto por las exhuberancias del trópico como por el pasado español y la presencia actual y apenas sin atenuantes del poderío americano. Inclusive las une la guerra de guerrillas, que tanto en Colombia como en Filipinas ya suma décadas.

FERNELL FRANCO

Casa de Ámerica

Paseo de Recoletos, 2. Madrid

Hasta el 24 de julio

RICKY DÁVILA

'Manila'

Sala de la Comunidad de Madrid. Santa Engracia, 125

Hasta el 25 de septiembre

Casa de América

Paseo de Recoletos, 2. Madrid

Hasta el 24 de julio

Cierto, las fotos que expone Franco no son más que una muestra muy reducida de su trabajo y por lo mismo no pueden competir con las muchísimas de Dávila en el propósito de ofrecernos la panorámica completa de una propia ciudad. De hecho la muestra de Franco la componen sólo dos series: Galladas, dedicadas a las bandas de jóvenes de los barrios populares de Cali, que en medio de la pobreza se empavonaban en los años setenta como auténticos gallitos, interpretando a su aire los dictados de la moda internacional a la que ya nadie era ajeno. Y ellos todavía menos. La otra serie, Amarrados, es mucho más reciente y su objetivo está puesto en los refinados empacamientos con telas y cuerdas de carros y de bultos que realizan clientes y vendedores de los mercados populares. El resto de las imágenes del ajetreo incesante, la vitalidad a prueba de balas y los enormes contrastes económicos y sociales que caracterizan a Cali y al resto de las ciudades del Tercer Mundo se queda a la espera de que Fernell Franco tenga en el futuro una nueva oportunidad de exponer aquí su trabajo.

La exposición de Dávila, en cambio, es lo suficientemente amplia y generosa como para que nos hagamos una idea de lo que es Manila vista en su conjunto. La Manila vista por un europeo que actúa al mismo tiempo como un flaneur y como un alma gemela de Alberto García Alix, tan dado a perderse por las calles de mala muerte y de juntarse con las tribus urbanas más salvajes. No es de extrañar entonces que el paisaje de la capital de Filipinas trazado por él manden las imágenes de calles atiborradas de tráfico y las de prostíbulos, gimnasios de boxeo, armerías, galerías de tiro, cárceles, bandas de delincuentes curtidos, salas con chicas de alterne, travestis, fiestas privadas muy pasadas de rosca, concursos de belleza, karaoke, cementerios chinos, puestos de venta callejera, crucifixiones y rituales, acampadas de huelguistas o manifestaciones políticas con banderitas americanas. Y cuando no es así, cuando lo que Dávila fotografía es al alcalde de la ciudad, a los clubes exclusivos de golf o de polo o a la recepción en la sede de una embajada, su mirada descubre siempre lo que tienen de anómalas esas situaciones y personajes convencionales. Ricky Dávila mira como un auténtico outsider tanto a los apocalípticos como a los integrados.

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