Exotismo y melancolía
He aquí un libro curioso, inusitado, tanto por su contenido como por su forma y, en alguna medida, también por su ejecución. Según reconoce Estrella de Diego en unas -quizá demasiado breves- páginas introductorias, la iniciativa de este ensayo nació de la inquietud y el interés que le inspiraba el gusto decimonónico por lo exótico y que ella relaciona, por razones que no explica del todo, con cierta necesidad que tendríamos de establecer el vínculo con lo extraño a través de nuestra propia otredad; es decir, a través de lo otro de nosotros mismos.
Los trastornos de la identidad suelen ser siempre versiones ajenas a quienes los padecen y -cuando no sirven de coartada para ideologías bobas, como el nacionalismo- suelen ser principalmente motivos literarios; aunque cabe recordar que la más célebre exposición literaria de un conflicto de identidad sigue siendo una incógnita: tampoco el desdichado Jeckyll supo nunca cómo y por qué se convertía en el abominable Mr. Hyde.
TRAVESÍAS POR LA INCERTIDUMBRE
Estrella de Diego
Seix Barral
Barcelona, 2005
292 páginas. 19 euros
No está claro que haya habido una fascinación con lo otro en el culto por el exotismo. Los europeos se dieron a esta inclinación cuando conquistaron el mundo y se toparon con sociedades muy diferentes de la propia. Que se aficionaran a ellas era una manera de incorporarlas y, de hecho, la consecuencia inevitable de la conquista. Todo español debería saberlo: la conquista se salda con un acto de amor como el de Napoleón en Egipto quien, tras acabar con los mamelucos, importó el exótico estilo imperio a la Francia jacobina y acabó por inventar la arqueología. O bien se traduce en bárbara destrucción, como se hizo en las Indias Occidentales.
España es la excepción en la afición europea por lo exótico, quizá por ello De Diego tan sólo incluye dos fuentes españolas -una de ellas, ella misma- en la frondosa bibliografía de su libro. En cambio, repasa nostálgicamente la literatura de viajes anglosajona, reconstruye el gusto de Gauguin por las tahitianas de piel broncínea, la aventura de Shackelton en la Antártida y la de Stanley en África o la pasión de Hamilton por los volcanes y halla en esos viajes iniciáticos un signo, la incertidumbre, que busca reproducir en la factura misma del libro, escrito como un viaje, una travesía sin trayecto, una deriva de y hacia lo incierto, que por momentos parece servir como mera ocasión para que la autora convoque infinidad de referencias inasimilables donde se cruzan y se comparan, entre muchas otras, las obras de Boltanski y Twombly, los epistolarios, Pessoa, Las meninas de Velázquez, el Hombre Elefante y las momias de Lenin y Tutankamón, como en una Wunderkammer.
¿Cuál es la clave plausible
de este trabajo? De Diego investiga la pulsión por lo exótico (que es la suya propia), y más tarde parece que se decide a hacer un ensayo sobre la narración de esos exotismos pero, cuando intenta enlazar ambiciosamente las referencias que ella misma ha convocado, descubre que apuntan a su propia mirada. ¿Y cuál es el signo de esa mirada? Sin duda la melancolía, apenas exorcizada en los apuntes sobre los textos de Freud y Lacan que emplea para interpretar su propia aproximación a las numerosísimas fuentes iconográficas y librescas utilizadas. Una melancolía que se deja ver ya en la sucesión de noes que unifica los títulos de las secciones del libro y en las lecturas semiológicas de las fotografías emblemáticas que las introducen, una melancolía persistente que se fija en esas imágenes como si estuviesen muertas, en los viajes como iniciativas absurdas, en las cartas como misivas que no se reciben, etcétera, y muestra el talante personal de la autora, aunque al final enarbolada como la condición de nuestro tiempo y como alternativa al orden de las certezas que -afirma- es la pauta dominante en el saber occidental. La incertidumbre sería entonces lo otro de Occidente: una propuesta demasiado radical a tenor del método escogido para demostrarla y del libro que la contiene, pródigo en referencias cultas pero tan ilusorio como un trampantojo.
Aunque es probable que esté justamente aquí, en su manera de ejercicio neobarroco, el valor de este ensayo singular, la pulsión a reconocerse otro como rasgo de nuestra cultura moderna debería haber sido analizada con algo más que ilusiones y juegos de espejos para ser convincente. Y, por otro lado, la elaboración teórica de sus implicaciones no debería haberse confundido con un duelo personal.
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