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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El Joan

Decía el pasado jueves Joan Ginjoan (Riudoms, Tarragona, 1931) en este periódico: "Schönberg es un cosmos aparte y yo soy el Joan". Y remataba: "Pues eso, pues ya está". Nadie le ha pedido jamás al compositor catalán que sea Schönberg pero el viernes en el Auditorio, después de que la ministra de Cultura le entregara el Premio Tomás Luis de Victoria, todos le agradecimos que nunca hubiera dejado de ser el Joan, es decir, una suma intransferible de genio y bondad. Lo segundo no añade un ápice a lo primero pero qué gusto cuando, como en él, coinciden y se complementan una cosa y otra. No había más que verle recoger su estatuilla, entre azarado y contento, y agradecer al final del concierto los aplausos de un público entregado.

Orquesta y Coro Nacionales de España

Josep Pons, director. Vladislav Bronevetzki, piano. Obras de Joan Ginjoan. Auditorio Nacional. Madrid, 24 de junio.

El homenaje tuvo la virtud de dar una muestra de la versatilidad de una creación admirablemente personal, fresca y comunicadora desde la sabiduría y hacia, como el propio Ginjoan diría, las cosas nuevas. También en estas páginas definía su trabajo -y a sí mismo de paso- con lo que podía ser muy bien el lema de una vida y una obra siempre juntas: "El Mediterráneo con espíritu cartesiano". Clarísimo y redondo. Y en el concierto del jueves pasado -que, en cierto modo, complementaba el que Música de Hoy dedicó hace unos meses a su música de cámara y para piano- quedaron claros los factores de ese credo: luz, acción, reflexión y estilo.

Escuchamos, bajo el título de Trencadis, la vitalidad escénica del ballet de su ópera Gaudí, la pertinencia de su origen espiritual y estético mostrada en el uso -como un artesano del azulejo del que viene el nombre- de mil celulillas, de ritmos varios, de colores diferentes. Y en la excelente -y a veces bien difícil para las voces- escritura coral de In tribulatione mea, invocavi Domini, cómo ni el pretexto ni la ocasión pueden con eso que llamamos inspiración y que cada uno define de la misma manera que se deja llevar por ella: como puede. Y, para rematar, una obra maestra: su Concierto nº 1 para piano y orquesta. Ginjoan, que habla de sus cosas con una naturalidad que desarma, se siente en ella heredero de Ravel y hasta de Chopin -después de haberse estudiado la mejor parte del repertorio del siglo XX-, como muy consciente de eso de que lo que no es tradición es plagio. La pieza combina un virtuosismo implacable con una escritura impecable, va sumando datos, acrecentando sensaciones y se remata con un final que es una lección de cómo se compone. Se contó como solista con Vladislav Bronevetzki, un ruso afincado en Barcelona, que anduvo sobrado de técnica y, como ama la obra, se aplicó a un análisis que no dejó nunca de lado la cordialidad.

Pons y la Orquesta y el Coro Nacionales -este último estupendamente trabajado por Lorenzo Ramos, quien a la sazón se despedía de su puesto de director titular del mismo- rindieron con entrega y cariño en una demostración más de que esta temporada las cosas han ido francamente bien. Preparar con ese interés una sesión única no es moneda corriente, ni aquí ni fuera. Sería cosa de que la fiesta bien lo valía, de que hay gente que da la sensación de que se lo merece todo. No es de extrañar, por tanto, que los resultados correspondieran a la ocasión: un gran concierto. Pues eso, pues ya está, que diría el Joan.

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