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Reportaje:TENIS | Torneo de Wimbledon

Nadal y el 'síndrome Borg'

El español, que debuta hoy, tendrá que demostrar la misma fuerza mental que el sueco

Santiago Segurola

Esto es lo que Rafael Nadal vio ayer en Wimbledon: a los grandes cañoneros sacando brillo a la bola en la primera ronda del torneo, en un día desacostumbrado en Londres, donde se ha disparado el calor y se pronostican altas temperaturas durante los próximos días. Las pistas parecen espejos. La hierba está verde, compacta y grasienta, lo que facilita el trabajo a los pegadores. Saque, volea y punto. Es lo que hizo el suizo Roger Federer frente al francés Mathieu, que sólo pudo admirar la clase de su rival, el favorito para conquistar Wimbledon. Federer consiguió su 30ª victoria consecutiva en pistas de hierba y no son pocos los que opinan que va directo hacia su tercer título. Dos de sus tres adversarios más temibles comenzaron ayer a todo trapo: el ruso Marat Safin, el hombre que un día dijo que nunca más volvería a Wimbledon, arrolló al tailandés Schrichaphan, cuyo destino fue el mismo que el del belga Rochus, abrumado por el australiano Lleyton Hewitt. También vio la victoria de Juan Carlos Ferrero frente al británico Jamie Delgado y del zurdo Fernando Verdasco ante Tommy Robredo.

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Wimbledon 2005

Esto es lo que verá hoy Wimbledon: la aparición como cuarto cabeza de serie de un chico de 19 años que está dispuesto a ganar el torneo algún día. Es Nadal, cuarto cabeza de serie muy a su pesar. Son tantas las expectativas que despierta, tanto el entusiasmo que ha generado en el mundo del tenis, que Nadal tendrá que soportar en Wimbledon un peso enorme. "No debería ser el cuarto cabeza de serie, pero tendré que aceptarlo", ha dicho el español, cuya victoria en Roland Garros ha removido los cimientos del tenis masculino, dominado por gente tranquila, como Federer o Andy Roddick, o por intempestivos, como Safin o Hewitt. Al tenis le faltaba un jugador con carisma, con un apetito juvenil por la victoria, una voluntad de hierro en cada jugada, un descaro ingenuo y un drive venenoso. El resto es química. A la gente le gusta Nadal. Y todo el mundo desea que le vaya bien en Wimbledon, aunque nadie le coloca entre los favoritos.

Nadal llega de la tierra, como todos los jugadores españoles. Llega de vencer en Roland Garros, como muchos otros jugadores españoles. Llega a una competición que está en las antípodas del torneo de París, en el que generalmente los ganadores españoles se despedían durante algún tiempo de la temporada. Wimbledon no entraba en sus planes. Demasiado rápido, demasiado impaciente, demasiado hermético. Nada que ver con las largas batallas sobre las pistas de tierra, donde el saque es infinitamente menos decisivo y las voleas se trabajan con calma y astucia. Pero Nadal dijo no hace mucho que su sueño es conquistar Wimbledon algún día. Suficiente para que algunos consideren que lo puede ganar dentro de dos semanas. No será así, salvo que se establezca un improbable amor a primera vista entre el español y la hierba. Nadal quiere aprovechar al máximo su trayecto por esta edición de Wimbledon para sacar conclusiones. Ha repetido por todas las esquinas que está lejos de Federer, Roddick, Safin y varios pegadores que no le durarían un asalto en Roland Garros, jugadores como el gigantesco croata Karlovic, un tallo de 2,08 metros al que nadie quiere enfrentarse.

Hay algo, sin embargo, que Nadal no puede controlar. Es el efecto de su fama. No es un especialista en las pistas de hierba, no tiene experiencia en Wimbledon, no dispone por ahora de las armas que distinguen a los favoritos. Es igual. En Wimbledon se espera a Nadal con una expectación enorme. Tiempo atrás, hace 25 años, un estricto jugador de tierra, enrocado en la línea de fondo, ganó 41 partidos consecutivos en Wimbledon, récord legendario que coloca al sueco Bjorn Borg como uno de los grandes maestros del torneo. Más que nada, Borg demostró que no había tierra ni hierba, que más que nada se trata de una cuestión mental. Nadal es otro tipo de jugador, menos hierático, menos pulido en muchos golpes, pero con la misma actitud hacia el juego. Es la cualidad que esperan ver los viejos expertos en este torneo singular. Saben, por supuesto, de sus carencias, pero quieren medirle en el plano competitivo. Quieren ver cómo aprende, cómo resuelve sus dificultades, que se antojan notables.

Hoy, frente al estadounidense Vincent Spadea, un jugador muy curtido en el circuito, Nadal comenzará a responder a todas las preguntas que merece su presencia en Wimbledon.

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