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Reportaje:PERSONAJE

El regreso de TerminAitor

Carlos Arribas

¿Y qué dirá ahora Godefroot?, se preguntaba el escéptico el día que terminó el Giro y Paolo Savoldelli levantaba en el centro de Milán el trofeo de ganador y también el día que Santiago Botero ganaba la Vuelta a Romandía, se exhibía en el Dauphiné Libéré. Savoldelli y Botero habían estado dos años en el Telekom de Godefroot sin acercarse a las expectativas con las que habían sido fichados, por las que eran pagados, y fue marcharse a otro equipo, fue bajar el nivel de sueldo, fue volver a ganar.

¿Y, ahora, qué dirá Ferretti?, podría seguir preguntándose el escéptico -una especie moral que ha florecido extraordinariamente en los últimos años del ciclismo-, podría preguntárselo ayer contemplando a Aitor González exhibirse de una manera extraordinaria en la etapa reina de la Vuelta a Suiza, contemplando el regreso a la grandeza de aquél que fue conocido como Speedy González, más aún, como TerminAitor, aquel 2002 en el que se hizo con la Vuelta.

Deslumbrado con tales prestaciones, por su potencia contrarreloj, por la habilidad innata de Aitor González para buscar el contrapié en las llegadas de etapa complicadas, por su capacidad para resistir en la alta montaña, el viejo Giancarlo Ferretti no dudó en tirar la casa por la ventana para hacerse con sus servicios para el Fassa Bortolo. A las pocas semanas, Ferretti, a quien le gusta hacer honor a su fama de sargento de hierro, empezó a arrepentirse. Cuando se cruzaba con su fichaje estrella español, Ferretti no resistía la tentación y le pellizcaba en la cintura, y siempre entre su pulgar y su índice se interponía una linda capa de grasa. Aquello le volvía loco a Ferretti. No entendía cómo un ciclista profesional podía dejar crecer la grasa en su cuerpo. Aitor González le pagó a Ferretti con tres destellos, una etapa en el Giro, otra en el Tour, una semiclásica, y el otoño pasado, cumplidos dos años de contrato, se encontró en la calle, sin equipo.

A Aitor González le precedía la mala fama. A su alrededor se forjaban todo tipo de historias, se hablaba del clan de la toalla, de su moreno cuerpo al completo -sin las marcas, el estigma del trabajo, de la camiseta y del culotte-, de su buena relación con Eufemiano Fuentes, el médico que todo lo consigue, de su paso por el Kelme, el equipo de Manzano, de su Maseratti... Salió al mercado y nadie le quería. Parecía de repente el jovial Aitor González condenado a protagonizar una historia triste y tantas veces repetida. Finalmente, y por cuatro duros, le rescató de la calle el Euskaltel-Euskadi.

Aitor González, nacido en Zumárraga (Guipuzcoa) en 1975, se había ido a vivir de niño, con sus padres, emigrantes, a Alicante. Ni se consideraba vasco, ni los vascos le consideraban uno de los suyos. Ni siquiera el lehendakari Ibarretxe pensó en pasar a saludarlo el día del prólogo del Tour de 2002, cuando saludó personalmente y deseó buena fortuna a todos los vascos del pelotón. Pero ha sido como vasco oficial, vistiendo el maillot naranja, el color que durante el Tour simboliza a toda una nación, como Aitor González ha vuelto a ser TerminAitor, para gran alegría y felicidad de Miguel Madariaga, el mánager que lo contrató, de Julián Gorospe, el director que manejaba el coche ayer a su lado, que lo arropaba en el descenso del Furka, del puerto coronado por el inmenso glaciar junto al que nace el Ródano. Felicidad doble. Hace una semana, de manera inesperada, el Euskaltel ganaba el Dauphién Libéré por medio de Íñigo Landaluze. Ayer ganaba la Vuelta a Suiza. La ganó en la montaña, en un fin de semana pletórico. "Es curioso", dijo González, "antes iba mucho mejor contrarreloj. Ahora he perdido en ese terreno, pero subo mucho mejor". El sábado, detrás de Pablo Lastras, ya buscó las cosquillas, y las encontró, el líder, el australiano Michael Rogers, y a Jan Ullrich, que aún arrastra sobrepeso. Con la información recogida, actuó ayer de manera decidida. Atacó a 33 kilómetros de la llegada, a 10 kilómetros de la cima del Furka. Cadencioso, sentado muy bajo, moviendo a veces el plato grande, a un ritmo infernal, Aitor González adelantó a todos los escaladores que habían partido antes que él. En el descenso, pese a un buen susto en una cerrada curva, empujado por el viento, fue inalcanzable. Por 22 segundos batió a Rogers y, 32 años después de José Manuel Fuente, se convirtió en el segundo español que gana la ronda helvética. "La gente decía que era un vago, que no trabajaba", dijo TerminAitor, "pero he estado enfermo, porque mi sistema inmunitario no era lo bastante fuerte". No tanto como él, por lo menos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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