Por qué Francia ha dicho 'no'
Desde la presentación de la Constitución en Tesalónica y su firma solemne por todos los jefes de Gobierno en el Capitolio de Roma, ésta fue objeto de una apreciación positiva por parte de los franceses. Esta aprobación se manifestaba en las encuestas, todas las cuales daban una mayoría al sí, superior al 60%. Ésa fue la reacción espontánea de los franceses. Esta situación se mantuvo hasta febrero de 2005. A comienzos de marzo de 2005 asistimos a un fuerte cambio de esta tendencia. El clima social y político se había deteriorado, bajo el efecto de anuncios sucesivos, ajenos al objeto del referéndum: la publicación de los beneficios récord de algunas empresas que contrastaban con el estancamiento del poder adquisitivo de los trabajadores; la orientación al alza de la curva del paro, pese a las iniciativas para contrarrestarlo; los rumores sobre próximas deslocalizaciones, y la revisión a la baja del crecimiento previsto para 2005. El deterioro del clima se veía en dos curvas que iniciaron una caída brusca y que se superponían exactamente: el clima de confianza de la economía francesa y las intenciones de votar sí en el referéndum. Paralelamente, la cota de popularidad de los principales responsables políticos experimentó un descenso que prosiguió inexorablemente de marzo a mayo.
En ningún momento se inició una reflexión colectiva sobre la estrategia del 'sí'. El resultado fue la dispersión en los medios de comunicación y un posicionamiento negativo
La observación más preocupante: los jóvenes han votado 'no' masivamente. Es una triste primicia en la historia política europea; siempre habían aprobado los avances de la UE
Hay que tener en cuenta otro elemento: se nota el efecto de las primeras maniobras, tanto en la izquierda como en la derecha, motivadas por las elecciones presidenciales de 2007. Esta anticipación no es anormal, si nos remitimos a la experiencia estadounidense. La cuestión planteada en los partidos de la mayoría era saber a quién beneficiaría el sí, y, por otro lado, se preguntaban si se podía apostar a doble o nada por el no. Con esta situación desestabilizada se abrió la campaña, ya desviada de su objetivo. El bando del sí sufría una doble desventaja. Fue cogido por sorpresa, ya que esperaba un resultado fácil; no previó una estrategia de conjunto y carecía de un gran proyecto europeo para galvanizar a la opinión pública. Mientras parecía que el sí iba a ganar con facilidad, la preocupación dominante era recuperar el éxito con vistas a las futuras elecciones presidenciales. De ahí el discreto cuidado en apartar a aquellas y aquellos grandes europeos -ex presidentes del Parlamento y de la Comisión- que habrían orientado excesivamente el debate hacia Europa. Cuando el no superó al sí, el tono cambió. El 24 de marzo, el primer ministro, en una entrevista en el canal TF1, se proclamó "jefe de campaña para explicar la Constitución". Más tarde fue el Ejecutivo el que se esforzó en marcar los tiempos fuertes de la campaña, a riesgo de dar pábulo al aumento del voto de castigo. En ningún momento se inició una reflexión colectiva sobre la estrategia del sí. El resultado fue la dispersión de las intervenciones en los medios de comunicación -los partidarios del sí de la izquierda realizaron, por su parte, una campaña digna y valiente- y un posicionamiento negativo del bando del sí, reducido a responder a las críticas hábiles y pérfidas de los partidarios del no. Hasta el último momento no se dio prioridad a la cuestión fundamental, la ratificación de la Constitución como tal, sino al papel de los actores en relación con dicha ratificación.
Para obtener en este contexto la ratificación de la Constitución habría sido necesario inscribirla dentro de una perspectiva más amplia, la de un verdadero proyecto europeo. En el periodo de la Convención, hablé del "deseo de Europa", o del "sueño de Europa". Salvo algunas personalidades con cultura europea, pocos eran los defensores del sí que ofrecían una imagen coherente y atractiva del proyecto europeo. Así, la cómoda costumbre adquirida hace 15 años de achacar a Europa todas las insatisfacciones y todos los fracasos de la política nacional, sobre todo en materia de crecimiento y empleo, seguía envolviendo con un velo de gasa la silueta de la hermosa ambición europea. Esta incapacidad para proponer y defender un "gran proyecto" europeo era todavía más lamentable porque tenía una posibilidad seria de actuar como elemento de movilización. Entre los votantes del sí, el 59% señaló que su motivación era "dar una mayor influencia a Europa en el mundo", lo que, en efecto, sigue siendo esencial.
El bando del no recurrió a un método diferente: eligió una táctica de acoso consistente en golpear ahí donde pensaba que podía hacer daño, sin preocuparse de la exactitud de sus afirmaciones. Dos de sus argumentos fueron devastadores. El primero consistió en afirmar: "Si dice no a la Constitución se podrá renegociar una mejor". Un argumento que posteriormente se vio reforzado por la referencia a un mítico Plan B, que hasta entonces hubiese permanecido cuidadosamente oculto en un cajón. Este planteamiento tenía la ventaja de disculpar a quienes "querían decir no a la Constitución, sin decir no a Europa". El hecho de que no tuviera ninguna verosimilitud y la ausencia de una voluntad política común para su puesta en marcha, así como el hecho de que el proyecto de Constitución fuera tan lejos en el sentido de las demandas francesas, e incluso más lejos de lo que muchos de nuestros socios europeos estaban dispuestos a aceptar, no impidieron que este argumento ejerciera su efecto seductor en muchos votantes. Al fin y al cabo, si bastaba con decir no para tener una Constitución mejor, ¿por qué privarse de este placer?
El segundo argumento consistía en denunciar el contenido ultraliberal de la Constitución y en mezclar la Constitución, la competencia, las ampliaciones, las deslocalizaciones y el paro. Este argumento tenía todas las posibilidades de ser escuchado en un país que sufre, desde hace ya 20 años, un nivel insoportable de desempleo. Fue utilizado con una mala fe y un cinismo que provocarían admiración si la causa defendida fuera justa. La única referencia que la parte constitucional del texto hace a la competencia -y no al ultraliberalismo- figura en el Artículo 3, que define los objetivos de la Unión: "Un espacio de libertad, de seguridad y de justicia sin fronteras interiores y un mercado interno en el que la competencia es libre y no fraudulenta". En esta definición no hay ninguna novedad: la "competencia no fraudulenta" también figura en el Artículo 3 del Tratado de Roma, en el ejemplar que tenía en 1978 en mi despacho del palacio del Elíseo, así como las "cuatro libertades, libertad de circulación de las personas, de los bienes, de los servicios y de los capitales", definidas en el Título III del mismo Tratado. La única novedad de la Constitución era que hacía referencia a una "economía social de mercado altamente competitiva con el objetivo del pleno empleo y el progreso social (para evitar el peligro de la deslocalización)". Así, el ataque contra la Constitución, en nombre de su falso ultraliberalismo, que no figura en ninguna parte, tuvo como único resultado descartar la economía social de mercado y la referencia al pleno empleo, para volver a las "cuatro libertades" que figuran en los Tratados, desde Roma hasta Niza. Los franceses de buena fe han sido engañados, pero aún no lo saben.
Balance de urgencia
Un rápido balance de la campaña muestra que apenas hubo oposición a la parte constituyente del texto. Algunos consideraron el término "Constitución" demasiado constrictivo, mientras que otros habrían deseado un procedimiento de revisión más flexible, ignorando el hecho de que era imposible obtener un consenso entre los 25 Estados miembros (entre ellos, Francia) sobre un texto preciso que permitiese ser modificado por la mayoría en contra de la opinión de la minoría. Un rasgo a destacar, en relación con la campaña en Francia, es el escaso interés dado al reparto de competencias entre la Unión Europea y los Estados miembros, una cuestión que, sin embargo, es crucial. Parecía que hasta el término "competencias" se entendía mal. La educación, la sanidad, la definición de los regímenes de protección social, el derecho civil, etcétera, ¿siguen siendo competencias nacionales? Sí, responde la Constitución; pero los franceses, a diferencia de los alemanes, se han interesado poco por ello. Vemos manifestarse su ausencia de experiencia federal. Están más acostumbrados a una sociedad centralizada y asistida que a una sociedad descentralizada y responsable.
En resumen, sobre la Primera Parte, es decir, la Constitución propiamente dicha, se hicieron algunas observaciones, pero no hubo ni rechazo ni propuesta alternativa. Sobre la Segunda Parte, la Carta de Derechos Fundamentales, la campaña se desarrolló, sobre todo, en Internet. Paradójicamente, la mayoría de las intervenciones sobre este texto, cuya inclusión había sido solicitada por el ala izquierda de la Convención, provenían de sensibilidades de la izquierda. Se inquietaban ante las interpretaciones del texto relativas a la pena de muerte, el aborto y el laicismo. Debieron provocar el regocijo de los miembros británicos y escandinavos de la Convención que no lamentarán que desaparezca esta parte del proyecto constitucional que difícilmente aceptaron. Recordaré simplemente que la Declaración de Derechos, o Bill of Rights, es la única enmienda que el Parlamento estadounidense incluyó en octubre de 1789 en la Constitución de 1787.
Así pues, fue en la Tercera Parte donde se centraron los ataques de los adversarios y se intercambiaron los argumentos. Un debate extraño, casi surrealista, ya que, repito, este texto no es más que un medio jurídico que permite proseguir las políticas de la Unión, decididas por los Tratados anteriores. Estos textos son de sobra conocidos: el Tratado de Roma tiene un carácter casi sagrado. El Tratado de Maastricht fue ratificado mediante referéndum en Francia, y los Tratados de Amsterdam y de Niza fueron firmados por Gobiernos de la izquierda unida, en los que figuraban ministros comunistas. Estos Tratados se establecieron sin limitación de su vigencia. Sólo podrán ser renegociados por unanimidad. Pero el proyecto de Constitución no cambiaba en nada las modalidades de su posible renegociación. Para limitarme a un único ejemplo, el Artículo 210 de la Constitución sobre la política "social" es la reproducción pura y simple, palabra por palabra, del Artículo 137 del Tratado de Niza sobre el mismo tema, que retomaba y completaba los Artículos 117 y 118 del Tratado de Amsterdam.
¿Qué estaba en juego en este curioso razonamiento? ¿Había que reabrir la negociación de los Tratados anteriores? En Francia, nadie lo ha pedido realmente. En otros países, esta cuestión no interesaba a nadie. Sin duda, con el tiempo, algunas de estas políticas podrían ser completadas, mejoradas, y sin duda se podrá discutir y aprobar también nuevas leyes europeas. Pero, ¿en qué podía contrariar este debate vacío sobre unos textos ya adoptados por todos los Estados miembros la adopción de las mejoras innovadoras propuestas por las dos primeras partes del proyecto de Constitución? Así, la parte fundamental del proyecto de Constitución ha salido, en el fondo, indemne de la campaña del referéndum, una constatación sorprendente.
Explicaciones de la votación
Los motivos del no han sido descritos por los analistas: el voto de castigo contra el poder, el paro, el rechazo a la competencia, el miedo a las deslocalizaciones y a las ampliaciones, y, en último lugar, la dificultad de comprensión del texto constitucional. Pero las interferencias entre estos motivos, la mezcla singular y explosiva que ha creado su combinación, reclaman nuestra reflexión si queremos ver más lejos. En otoño de 2004, la consulta interna del Partido Socialista dio, ante la sorpresa general, una amplia mayoría favorable al sí. En las encuestas a nivel nacional el sí superaba el 60%. En un breve plazo, desde comienzos de marzo hasta finales de mayo -menos de tres meses-, esta aprobación se transformó en un rechazo masivo. ¿Mediante qué alquimia? La del miedo y la desconfianza.
En el punto de partida se encuentra el paro y, una particularidad francesa, el miedo a ver desaparecer algunas ventajas estatutarias relacionadas con el empleo. Este temor es instintivo, pero está alimentado por la observación y la intuición. Los medios de comunicación anuncian supresiones de empleos. Hablan de proyectos de deslocalización. Los franceses saben que su entorno se ha vuelto competitivo. Adivinan que esta competencia, alimentada en otros países por un trabajo más intenso y unos salarios más bajos, puede poner en peligro las ventajas logradas y las costumbres tomadas. Tratan de protegerse. Aún no han aceptado que la protección más eficaz es ser más productivos, y, sin embargo, lo son en muchos sectores. Les gustaría poder replegarse en su modelo social como en una fortaleza. Y es ahí donde perciben a Europa como una amenaza, sobre todo desde su ampliación. Este miedo se ve reforzado por la desconfianza, la desconfianza hacia el poder actual, pero también hacia los dirigentes de todo signo. El votante de base se siente víctima de una conjura: "no me consultan", repite, "y cuando lo hacen, no tienen en cuenta lo que digo". El mantenimiento del Gobierno tras el desastre de las elecciones regionales, desastre que iba más dirigido contra el Ejecutivo nacional que contra los Ejecutivos regionales, fue percibido como la prueba de este rechazo a escuchar y "a tener en cuenta". De ahí la necesidad de un no fuerte para, por fin, hacerse oír. Esta desconfianza se extiende de forma totalmente natural a Europa y a quienes la gestionan. Sin atreverse a reconocerlo, buscaban el mismo objetivo: dislocar el "modelo social francés", considerado demasiado rígido y demasiado favorable a las empresas. Europa proporciona los argumentos, propone directivas y nuestros dirigentes políticos los utilizan como coartada para que se acepten sus decisiones: privatizaciones, reforma del régimen de pensiones y del seguro médico.
El miedo y la desconfianza también reinan en relación con las ampliaciones. "¿Por qué pedirnos nuestra opinión sobre un texto difícil de comprender, y, al revés, por qué no nos consultaron el año pasado cuando se admitió a 10 nuevos países en la UE? Diez países cuyos salarios, inferiores a los nuestros, y la débil protección social van a desbaratar nuestro sistema". La desconfianza se convierte en cólera cuando se trata del ingreso de Turquía en la EU y del riesgo a las deslocalizaciones adicionales que traería consigo. "Todo el mundo sabe que en Francia hay una amplia mayoría en contra del ingreso de Turquía, pero no se tiene en cuenta y se sigue avanzando a pesar de todo". Las ambigüedades del poder han alimentado esta desconfianza. Nos enteramos de que fue la delegación francesa la que insistió en el Consejo Europeo de Helsinki para que se fijase una fecha para el inicio de negociaciones de adhesión con Turquía, y la memoria colectiva no ha olvidado el sueño que tuvo en Berlín, el año pasado, el presidente de la República Francesa, de ver a Turquía entrar finalmente en la UE. La promesa de un referéndum al final del proceso no tranquilizó al electorado. "Nos consultarán cuando ya no sirva de nada", consideraron con su cultura de la desconfianza. "Y hemos comprendido", añadieron, "que tratan de timarnos". De ahí, sin duda, en gran parte, el impulso final del no. Tratan de conjurar el miedo y la desconfianza diciendo no. El no protege, esperan. El sí sería la resignación; el sí nos impedirá decir no a las consecuencias de la globalización. Esta mezcla de miedo y desconfianza, que ha terminado llevándose el gato al agua, al ir más allá de todos los pronósticos y barrer con un mismo rechazo al poder político, en primer lugar, y al proyecto de Constitución Europea, en segundo lugar.
Tres observaciones
En primer lugar, la ausencia total de comunicación entre las esferas en las que cada cual se expresaba. Los argumentos no pasaban de la una a la otra. Los partidarios del no se habían vuelto completamente sordos y opacos a los razonamientos del sí. En segundo lugar, los resultados de la votación, que han mostrado un estado sociológico preocupante de la sociedad francesa, tanto en la derecha como en la izquierda: el fuerte posicionamiento del no disminuye regularmente a medida que aumenta el nivel de formación: supera el 75% entre las personas sin título, es todavía del 65% entre aquellos que tienen un título inferior a la selectividad y se vuelve minoritario, con el 44%, entre los licenciados universitarios. El diálogo vertical, indispensable para el buen funcionamiento democrático y el movimiento de ascenso interno del tejido social, deja paso a una división que alimenta el anti-elitismo. Por último, y es la observación más preocupante: los jóvenes han votado no masivamente. Es una triste primicia en la historia política de Europa. Hasta entonces, los jóvenes siempre habían aprobado los avances de la UE. Se inscribían en una cultura de apertura hacia el exterior y de modernidad. Era todavía cierto en las encuestas de otoño de 2004. El paro no basta para explicar esta inversión de tendencia. ¿Se ha apoderado de ellos el temor al mundo de mañana o se trataba de expresar una demanda de renovación completa del sistema actual?
Esta reflexión sobre la votación sería incompleta si no se rindiera testimonio al 45% de votantes que se manifestaron a favor de la Constitución. Su voto no era fácil, ya que se inscribía en la contracorriente, atacado desde ambos flancos por las afirmaciones antieuropeas de la extrema izquierda y de la extrema derecha y confundido por los razonamientos de la izquierda oportunista. Mientras que los partidarios del no les invitaban a replegarse sobre sí mismos y trataban de alarmarles con una xenofobia simplista (la amenaza del desdichado fontanero polaco), optaron por una estrategia ofensiva, que daba una oportunidad a Europa, y a Europa su influencia en el mundo. Aceptaron adaptarse a la modernidad, para que ésta permita reanudar el progreso económico de Francia, tratando el problema del empleo desde arriba, es decir, por el crecimiento. Aunque sólo fueran una minoría, una amplia minoría, ésta constituye una base sólida sobre la que podrá apoyarse toda política activa de recuperación de Francia.
Traducción de News Clips.
Valéry Giscard d'Estaing
El ex presidente francés y principal protagonista de los redactores de la Constitución europea publicó un análisis de las causas que provocaron en su país el resultado negativo del referéndum. Aquí se publica una parte del extenso texto que ha aparecido recientemente en 'Le Monde'
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.