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¿Hay política más allá de los partidos?

Joan Subirats

Las dinámicas sociales que se están sucediendo en Europa nos indican que la desconexión entre el sistema político y la sociedad civil es algo más que anecdótica. La profusión de medios y el derroche de presión que las élites políticas ejercieron sobre la ciudadanía francesa y holandesa no tuvieron el premio esperado. Todos sabemos que si la ratificación del texto constitucional europeo se hubiera realizado en sede parlamentaria, el resultado habría sido muy distinto. El sistema representativo tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes, y en los últimos tiempos las insuficiencias destacan. A pesar de todo, este no es un artículo contra los partidos o las instituciones políticas. Vivimos demasiados años luchando por su existencia para que ahora no valoremos su labor y su significación. Pero convendría que fuéramos admitiendo que hay política fuera de los partidos. Una política difusa, una política de base, incluso, lo que algunos denominan, una "política molecular". Reconoceremos así que si entendemos por política el preocuparse de los bienes y valores públicos, de los intereses generales, del bienestar colectivo, del abordaje constructivo de los inevitables conflictos sociales, en nuestra sociedad hay miles y miles de personas que, a sabiendas o no, ejercen un papel claramente político. Seguramente nosotros mismos o personas de nuestro entorno más inmediato nos encontramos inmersos en actividades explícita o implícitamente de contenido político. Gente que se expresa y actúa en relación con asuntos de interés general, personas que se afanan para que se respeten los derechos fundamentales de individuos cercanos y lejanos, ciudadanos que defienden su territorio y su identidad, habitantes de cualquier lugar que se implican en asuntos de su vida cotidiana que se ven afectados por los poderes públicos o por otros actores. Ese conjunto de personas hacen política, pero en cambio no ejercen cargos de representatividad en las instituciones públicas, no concurren a las elecciones políticas, no administran directamente cargos de gestión y representación ni forman parte del proceso de selección de las élites políticas de cada ámbito territorial y administrativo. No se han especializado en política. No ejercen la profesión de políticos.

En momentos como los actuales nos convendría a todos reconocer la pluralidad y la riqueza de formas en el ejercicio de la política. Reconocer que tan digno es ejercer la profesión de político como preocuparse políticamente por los problemas colectivos. La primacía de los partidos en la labor de gobernanza pública no debe sobredimensionarse. Nadie discute la legitimidad de las elecciones y del sistema representativo en su conjunto, pero sería conveniente que todos reconociéramos también que esa labor y esa profesión no agotan la pluralidad de formas del ejercicio de la política, y que todas son igualmente dignas. No se trata de reivindicar una hipotética labor política inmaculada de la sociedad civil, ni tampoco de calificar como genéricamente degenerada la actividad de los políticos en las instituciones y en los partidos. Más bien se trata de ver cómo avanzamos en una concepción de la labor política que no confunda público con estatal o institucional, y que entienda que seguramente todos tenemos mucho que ganar si expandimos horizontalmente la política más allá de sus límites partidistas e institucionales más tradicionales. La política tiene que ver con el poder, pero no todo ejercicio ni actividad política debe tener forzosamente como objetivo la conquista y la gestión del poder. Incluso me atrevería a afirmar que no estaría mal tener como objetivo el de una sociedad que se autoeduca y se autoadministra, más allá de lo que hoy se entiende por política.

Es evidente que si se habla de sociedad civil, no podemos sentirnos satisfechos con ese ambiguo concepto ameba. Global Civil Society afirma: "La sociedad civil ocupa el espacio entre el Estado, la familia y las empresas, y sus organizaciones defienden el interés general". Pero otros incorporan a las empresas en el ámbito de la sociedad civil, y todos están de acuerdo en que detrás de esa etiqueta genérica, las diversidades y las diferencias de intereses y motivaciones son excesivos como para utilizar ese término operativamente. Lo cierto es que muchas veces se usa la idea de sociedad civil de manera antipartidista e incluso antipolítica. En estos días, en que quien más quien menos está atareado con la declaración de renta, nos volveremos a encontrar con la casilla del 0,52% dedicado voluntariamente a las organizaciones no gubernamentales. Creo que sigue siendo importante reforzar ese sector con la simple crucecita en el recuadro. Pero son muchos los que en el seno de los movimientos sociales y el mundo de las entidades discuten la conveniencia de ejercer labores de gestión de servicios, entendiendo que ello puede poner en peligro la labor transformadora y de denuncia que está en la base del origen de muchas organizaciones. A nadie se le puede ocultar que en muchas ocasiones prestando servicios y prestándolos de determinada manera, se está trabajando para la realización de los derechos civiles, económicos y sociales, pero es también cierto que las ONG pueden tanto correr el peligro de ser paraestado (cuando su autonomía y libertad de criterio quedan muy afectados por su dependencia económica de las instituciones y de sus conexiones políticas) como de acabar siendo paramercado (cuando las fronteras entre el lucro y el no lucro no son claras), difuminando así excesivamente su motivación originaria, que en muchos casos era genuinamente política y transformadora.

Desde mi punto de vista, buena parte del tercer sector expresa una idea de ejercicio de la política positiva e innegablemente necesaria. Expresa un me concierne, pero entiendo que en la situación actual ese me concierne no puede ser sólo un ejercicio de humanización de la dura realidad actual, sino que debe avanzar y potenciar alternativas económicas y políticas, superando una labor sólo correctiva de la desigualdad para proponer nuevos modelos de desarrollo. La radicalización (en el sentido de tratar los temas de raíz) y la politización (en el sentido de actuar en defensa de los intereses públicos) de movimientos y entidades del tercer sector pueden contribuir a construir otra economía, otra política, que no quiera sólo acceder y ejercer el poder. Todo ello no es contradictorio con la existencia de los partidos políticos, pero si lo es con una visión monopolista de la política por parte de los mismos.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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