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Reportaje:

El buque era un cebo

La policía realizó una operación contra el tráfico de drogas que llevó a los 'narcos' a caer en la trampa: contrataron un barco controlado por agentes británicos para llevar 5.000 kilos de cocaína

El notario de la cocaína no daba crédito. Unos tíos armados hasta los dientes acababan de abordar en plena noche el pesquero Atlantic Warner y la tripulación, un pelotón de ingleses y un portugués, no había movido un músculo. Es más: le pareció que ayudaban a los asaltantes del Grupo Especial de Operaciones (GEO) a tomar el barco. El hombre no podía imaginar que la tripulación -habitualmente gente que ni oye, ni ve, ni pregunta- estaba formada por policías ingleses y un militar de la Marina portuguesa. Ni que la embarcación llena de cocaína de la que era responsable la había fletado la policía británica. Una operación encubierta en toda regla.

El abordaje del GEO en mitad del Atlántico era el final de una historia que comenzó a miles de kilómetros de allí, hace unos dos años. Empezó cuando los agentes antinarcóticos (de la llamada Udyco central) de la Comisaría General de Policía Judicial se sorprendieron al ver cómo miembros del clan gallego de Los Caneos habían establecido relaciones con un grupo de delincuentes británicos en la Costa del Sol. Los expertos aseguran que es la primera vez que se detecta una operación entre narcos ingleses y gallegos.

Un policía británico se infiltró en una red de la Costa del Sol y un español en 'Los Caneos'
La tripulación (agentes ingleses y un portugués) fue 'detenida' tras un abordaje del GEO

Los británicos, tres, estaban liderados por Timothy K., una de esas personas que lleva una buena vida en Marbella. El plan era el habitual: los colombianos ponían la droga, los gallegos disponían la infraestructura para colarla y esconderla en Europa y los británicos se la acabarían llevando a sus islas para consumo interno. La policía pronto se dio cuenta de que estos ingleses y gallegos eran huesos difíciles de roer, gente acostumbrada a ser perseguida y a eludir la acción de la justicia.

El jefe de Los Caneos, Daniel Baulo, por ejemplo, usaba decenas de teléfonos móviles para hablar con su gente. Los usaba y los tiraba. Incluso le había pagado a un peluquero amigo suyo para que le dejara usar su teléfono. O tiraba directamente de satélite. Los investigadores se dieron cuenta de que por los métodos tradicionales no iban a sacar nada en limpio y que, si un golpe de suerte no lo remediaba, colombianos, ingleses y gallegos iban a abrir una nueva línea para introducir grandes alijos de cocaína.

La única manera era infiltrar a alguien en la red, colar un topo en la madriguera de los malos. La policía fue al juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande-Marlaska y le planteó la posibilidad de montar una operación encubierta. Es decir, que a uno o varios policías se les permitiera actuar bajo una identidad supuesta, que se la facilitaría el Ministerio del Interior por el plazo de seis meses (prorrogables), y, bajo control judicial, pudieran participar en las actividades de la red investigada (artículo 282 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal). Ésta es la primera vez que la policía desarrolla una operación de estas características y que policías británicos actúan bajo el amparo de un juez español.

Había un problemilla. Que un policía español se infiltrase en una red gallega, aunque muy, muy difícil, no era imposible. Pero que se colase en una red británica asentada en la Costa del Sol era misión imposible. Había una alternativa. Que se infiltrase un policía británico. El juez aceptó el envite y dio cobertura a la participación británica en la operación.

Costó, pero lo lograron. Así supieron que los ingleses querían una partida grande de cocaína, como de 5.000 kilos, y que, si salía la cosa bien, querrían más. Los productores colombianos del Valle del Norte iban a facilitar la droga, que iba a salir por los canales fluviales de Venezuela hasta el Caribe. El punto de conexión era la isla Margarita, donde la droga sería montada en un barco para llevarla hasta alta mar.

En pleno Atlántico, en una zona de aguas internacionales, fuera de los controles de españoles, británicos, franceses, portugueses y norteamericanos, ese barco tendría que encontrarse con un segundo buque para trasegar la droga y acercarla a las costas gallegas. Allí, cuatro lanchas planeadoras saldrían al encuentro del barco nodriza, cargarían la cocaína y la llevarían a tierra, a algún punto de la costa gallega, para dejarla oculta hasta encontrar el momento más propicio y menos vigilado para sacarla.

Negocio redondo. La cocaína viene a salir a unos 600 euros el kilo en origen si se compra un buen mogollón. En Europa, vendida al por mayor, el kilo viene a salir a 30.000 euros. El gramo en la calle, ya cortada la droga, se pone a entre 60 y 80 euros. Calculen. Los gallegos, eso sí, se quedan con una parte como pago por correr con casi todos los riesgos. Ellos se encargan de montar la operación, llevar la cocaína a tierra y esconderla. Es decir, que siempre los pueden pillar con el carrito del helado.

Faltaba un detalle. Ni los ingleses ni los gallegos disponían de un barco seguro para recoger la droga en alta mar y arrimarla a las rías de Galicia. La policía tuvo una idea: "¿Y si fletamos nosotros un barco y sembramos el camino de miguitas para que estos pájaros acaben contratando nuestro barco?". La policía británica tenía uno, un pesquero de altura pintado de azul, rebautizado con el nombre de Atlantic Warner, que estirando la traducción se podría decir que significa El chivato del Atlántico. Muy apropiado para la misión, muy de humor británico.

El anzuelo estaba lanzado. Ahora sólo tenían que picar. Los topos policiales fueron llevando a los malos hasta las inmediaciones del cebo. Y lo mordieron. El Atlantic Warner fue contratado por los traficantes con toda su tripulación. Estaba formada por agentes ingleses con pinta de anuncio de caramelos de Fisherman's friend (El amigo de los pescadores) y un portugués, oficial de la Marina de Guerra lusa. Éste iba por dos motivos: porque hubo momentos en que parecía que la droga se iba a descargar en ese país y porque un barco de estos raros sin que haya portugueses, gallegos, coreanos, griegos o filipinos es sospechoso para los malos que lo contratan.

El barco recibió la orden de zarpar por la radio de onda corta. Tenían que esperar en unas coordenadas determinadas la llegada de otro barco, un avión o lo que fuera que dejaría en esa zona 157 fardos de arpillera rellenitos de cocaína. Simultáneamente, el patrullero de altura Centinela, de la Armada española, salía a su encuentro, como quien no quiere la cosa, con el equipo de asalto de los GEO, gente bragada. El numerito tenía que ser completo, con abordaje incluido, porque, inicialmente, se barajó la posibilidad de reutilizar el Atlantic Warner para otros ardides.

El viernes 27 de mayo, en plena noche, el notario de la droga vio entrar a unos tíos con cascos y armados hasta los dientes que le apuntaban directamente con sus armas y le gritaban, "al suelo, alto policía". Los GEO. El hombre sólo había ido allí a certificar la entrega en alta mar de 157 fardos de cocaína y a asegurarse de que los 157 paquetes de arpillera llegaban a las costas gallegas. Lo normal entre grupos delictivos que, con buen criterio, no se fían los unos de los otros. El notario trabajaba para el clan gallego de Los Caneos, y, además de levantar acta de la entrega era el encargado de las particiones: una para los gallegos (por montar la operación y guardar la droga en tierra) y el resto para unos británicos que pensaban nevar con cocaína del cartel colombiano de Valle del Norte el verano del Reino Unido. El envío era de 5.000 kilos. Buena calidad.

Miembros del GEO examinan la bodega del <i>Atlantic Warner</i>, repleta de fardos de cocaína.
Miembros del GEO examinan la bodega del Atlantic Warner, repleta de fardos de cocaína.

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