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Columna
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Clavijo

Es una calle corta y estrecha, un centenar de metros escasos junto al Manzanares entre el Paseo de los Melancólicos y el de la Virgen del Puerto. Así es la vía de Madrid cuya placa lleva el nombre de Ruy González de Clavijo, un personaje del que no es fácil hallar una sola referencia histórica en nuestros libros de texto. Paradójicamente a 6.000 kilómetros de la Puerta del Sol, en la mítica Samarcanda, una gran avenida recibe esa denominación castellana que probablemente a los uzbecos les costará pronunciar. Así recuerdan en aquella ciudad Patrimonio de la Humanidad la gesta realizada por el español Ruy González de Clavijo, un madrileño que en 1403 viajó hasta la capital del imperio de Tamerlán. Sólo una décadas después que Marco Polo y por la llamada ruta de la seda que siguió el viajero veneciano, González de Clavijo logró alcanzar la corte del gran Timur descendiente de Gengis Khan para entregarle una misiva del rey Enrique III de Castilla.

Con una visión geopolítica y estratégica absolutamente vanguardista para la época el monarca castellano, envió a su ayudante de cámara con el objeto de establecer con el emperador de los mongoles una alianza que atenazara al enemigo común, el imperio turco. Acompañado de un dominico y un oficial de la guardia real, el embajador español emprendió un viaje de tres años cargado de aventuras y emociones que probablemente empalidecerían las de cualquier héroe de ficción.

Buen ejemplo de ellas lo constituye la experiencia vivida en julio de 1403 cuando entre la islas de Strómboli y Vulcano les sorprendió una tormenta que les mantuvo a la deriva durante tres días. Cuenta en su relato cómo el fuerte viento les lanzaba gases y llamaradas de los volcanes que acabaron destrozando el velamen de su nave. Una experiencia muy distinta a la vivida en el durísimo desierto de Turkmenistán, cuya penosa travesía a punto estuvo de hacerles perecer a causa de la sed. Así, un percance tras otro hasta alcanzar la singular Samarcanda donde fueron agasajados con grandes fiestas que se prolongaron durante varios días. Tan celebrada fue su llegada que le pusieron el nombre de Madrid a una localidad en los arrabales de Samarcanda, nombre que actualmente conserva. Todo eso cuenta Ruy González de Clavijo en un libro titulado Embajada a Tamerlán, traducido a casi tantos idiomas como El Quijote y considerado en todo el mundo como un auténtico clásico del género de viajes. En marzo del año próximo se cumplirá el sexto centenario de la culminación de esa hazaña. No tengo la menor duda de que si el protagonista de esa proeza fuera vasco, se estudiaría en las ikastolas y habría monumentos conmemorativos en todas las ciudades de Euskadi. Otro tanto ocurriría en Cataluña de haber nacido en aquel territorio y además la televisión autonómica hubiera producido una serie de 20 capítulos con gran despliegue de medios. Excuso decirles la superproducción que montarían en Hollywood si el personaje fuera natural de Oklahoma, pero en aquel tiempo ni siquiera sabían que existía Oklahoma. Clavijo, sin embargo, nació en la Plaza de la Paja, en pleno corazón de Madrid y los héroes madrileños, como suele acontecer con sus ciudadanos, también parecen hijos de un dios menor. Son pocos los que saben de su existencia produciéndose una deuda histórica que ahora, aprovechando el sexto centenario, tenemos la oportunidad de aminorar. Un pequeño grupo de profesores universitarios y periodistas ha creado una asociación con el objeto de evocar, difundir y homenajear al que fuera embajador español. En esa línea se ultiman los preparativos de una expedición divulgativa que, partiendo desde Segovia y su Madrid natal, recorra todos los escenarios que vivió aquella embajada épica. Una iniciativa no exenta de complejidad, por los conflictos que aquejan el Asia Central y que pretende recuperar la memoria historia del personaje. Avalado por la Sociedad Geográfica Española, el proyecto contempla entre otras acciones la redacción de un libro de viaje que contraste las impresiones relatadas por la expedición originaria con las recogidas seis siglos después. Se trata, en definitiva, de proporcionar un buen soporte para que instituciones y organismos oficiales rescaten del olvido uno de los episodios más brillantes de nuestro pasado.

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