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Columna
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Reloj

"MIRA, POR favor, mi reloj durante un solo minuto", le dice el joven y hermoso Yuddy a una dependienta a la que quiere seducir y, circunstancialmente, se le resiste. Cuando ha logrado su propósito, simplemente añade: "Este minuto de atención nos ha hecho amigos para siempre, porque nunca podrás negar que lo fuiste durante un minuto". No sabe la ingenua chica, que inmediatamente queda amorosamente enredada en esta historia, que, para Yuddy, no existe otro tiempo que el que le ha separado de su madre, la cual le abandonó, siendo un recién nacido, en brazos de otra mujer, y que, por tanto, esta pasión le absorbe hasta el punto de que lo restante es un mero y turbio entretenimiento. Según percibe la enamorada que no es, ni puede ser jamás correspondida, su pasión imposible se torna más imperiosa, creando en ella una herida incurable, que dolorosamente acabará compartiendo con otra mujer, que le sucede en el hueco que tiene Yuddy por corazón. Así que dos mujeres se disputan maternalmente sin saberlo el despojo sentimental de este galán abandonado al nacer por su madre, algo que podríamos definir como un triángulo escaleno femenino del desencuentro amoroso.

La acción de esta historia discurre en el Hong Kong de los años 1960, como casi todas las rodadas por el cineasta chino Wong Kar Wai, que tampoco varía de tema: la pasión erótica. En este caso, se trata del filme titulado Days of Being Wild (Días salvajes), que fue rodado en 1991. Casi nada cambia: ni el lugar, ni la fecha, ni el argumento, ni la tan importante música de fondo, que tiene siempre un aire latino, muy marcado por la época, ni, en fin, la sensación claustrofóbica del espacio, tanto más apremiante cuanto la descripción de los detalles más nimios es de una sutileza aterradora. Y, sin embargo, es tal la intensidad melancólica con que nos zambulle en el pozo sin fondo de lo pasional que vemos cada una de sus películas, a veces rodadas simultáneamente, como si fuera la primera vez.

¿Qué es, pues, lo que hace siempre nueva una pasión, así como tan ferozmente enredadora, tan provocativa, tan, en definitiva, contagiosa? La desgarradora conciencia de lo inabarcable del otro, que es amado precisamente porque no puede sino mirar en otra dirección diferente. Es la herida luminosa, que alumbra quemando los sucesivos corazones prendidos en su implacable fanal. Lo salvaje de esta ilusión llevada hasta el extremo es que consume la vida, pero, sin ella, nadie tendría la sensación de haber vivido de verdad.

Sin efectivamente apenas cambios, Wong Kar Wai nos lleva por esta misma senda, que acaba, más o menos rápidamente, en la muerte. La caída en el tiempo. Una imagen profundamente melancólica, que estrecha el mundo para despabilar su fuego, la ardiente entraña que nos consume. Un paisaje entrevisto en pasillos y pequeñas habitaciones, donde la naturaleza se atisba como a través de un tren en movimiento, porque esta visión, en realidad, mira a nuestro interior.

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