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CLÁSICA

Creciendo

Lo de la Orquesta Sinfónica de Madrid es, dentro y fuera del foso, un caso perfectamente claro de crecimiento. Su prestación en La mujer sin sombra, de Richard Strauss, en el Teatro Real fue la demostración de ese paso adelante que se le pedía como titular del coliseo madrileño. El concierto del miércoles ha refrendado gozosamente lo que es, sin duda, el fruto de un trabajo bien hecho por parte de la formación y de su titular, Jesús López Cobos. Y lo ha hecho con el gran repertorio, con obras de las que cada aficionado lleva en el corazón su versión ideal, la revisa mentalmente antes del concierto y a esperar, generalmente con la escopeta cargada.

Orquesta Sinfónica de Madrid

Rafael Khismatulin, violín. Director: Jesús López Cobos. Obras de Haydn, Prokofiev y Chaikovski. Auditorio Nacional. Madrid, 1 de junio.

Ya desde el principio se comprobó que las cosas están cambiando. Las orquestas madrileñas suelen pasarlo mal con el clasicismo pero la Sinfonía La sorpresa, de Haydn, llegó ligera de texturas, aireada, irradiando felicidad, quizá porque llevar la lección bien aprendida influye en el buen humor. Jesús López Cobos ha hecho siempre bien al austrohúngaro y su versión con los sinfónicos no hizo añorar las que grabara en tiempos con la Orquesta de Cámara de Lausanne. Tan eficaz resultó que un señor que delante de este crítico leía la prensa gratuita mientras (creía que) escuchaba la música de Haydn, se sobresaltó cuando el célebre episodio del golpe de timbal.

Con todo, lo mejor vendría en la sobadísima Quinta de Chaikovski, cuya programación es tan de temer como la de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák: o te dan una lección o te matan de aburrimiento. Y hubo suerte, pues López Cobos lució su capacidad de análisis, le midió la distancia al autor sin dejarse llevar por efectismo alguno, aclaró el discurso en todo momento, se permitió aquí y allá detalles preciosos -formidable el Vals- y construyó su edificio sonoro con admirable lógica. Se le notó muy a gusto al maestro zamorano, casi tanto como cuando venía a Madrid con su querida Sinfónica de Cincinnati, antes de meterse en los berenjenales capitalinos y de correr el riesgo de que, al verle más a menudo, se le empezara a minusvalorar. En ese aspecto, el concierto fue bien revelador.

Uno de los concertinos de la orquesta, Rafael Khismatulin, se lució como excelente solista en el precioso Concierto nº 1, de Prokofiev. Fue una versión muy lírica, muy en la línea de la pieza, con un acompañamiento cuidadoso por parte de los compañeros del violinista ruso. Toda la sesión dio la sensación de haberse preparado a fondo, como si la entrega no fuera sino el motor necesario para una idea bien explicada en los ensayos y asumida por todos. Así da gusto.

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