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Columna
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Proverbios

Colin Thubron, escritor y viajero, pasea su mirada sobre ciudades que no evocan a ninguna otra, cuyos nombres tienen la rareza que se sale de la tierra, y por cuyos sonidos la imaginación excede los límites de la geografía. Mira Samarcanda, "¿no es la reina de la tierra? ¿no es la más altiva de todas las ciudades?", dicen llegó a preguntarse Edgar Allan Poe al contemplarla, dejando llevar su imaginación por lo que antaño fue el centro del mundo, desde Lisboa a Pekín, y hoy es el centro de la nada.

Quizá sea oportuno preguntarse sucintamente, ante la convulsa situación que se vive en Uzbequistán, por la evolución de las repúblicas ex soviéticas de Asia central, donde hace algo más de una década alcanzaron la independencia de la desaparecida URSS, y quizás ello nos ayude a entender algunas de las claves del peligroso conflicto que las rodea.

Allí donde las dominaciones, zarista primero y soviética después, llegaron a arrasar casi todo vestigio de civilización anterior, los actuales pobladores de las ciudades de estos territorios tienden puentes al pasado, buscando a Alá, como signo de identidad. El islam es el único camino que conocen para recuperar su pasado como pueblo. Su deseo es, no tanto una búsqueda divina como una indagación sobre su identidad. Un viejo proverbio asiático recuerda al respecto que vale más la hierba en campo propio que el trigo en ajeno.

Ante estas circunstancias y con el desmoronamiento del poder soviético, se aproximaron a Turquía planteando una propuesta nueva. En vez de ser ésta la humilde suplicante que, desde 1987, espera a las puertas de la Unión Europea para ser recibida, debe convertirse en la promotora de la comunidad económica para Asia central, presentando un modelo moderado entre los países de su entorno, presionando para conseguir la presencia de un bloque unido ante las Naciones Unidas, adoptando una moneda común, siguiendo los pasos de la Unión Europea, y llegando a sustituir el alfabeto cirílico por el latino, como en su día hiciera Ataturk en la propia Turquía.

Si uno quiere cambiar de casa, dicen con otro proverbio, lo primero que tiene que hacer es construirse otra nueva, y los principales presidentes de las repúblicas de Asia central se han declarado públicamente partidarios del modelo turco, primer estado musulmán laico. Se sienten herederos de Tamerlán, medio mogoles medio turcos, y afloran el sueño de Turania, un solo pueblo varias repúblicas, desde el Mediterráneo hasta casi el estrecho de Bering.

Lejos geográficamente de los lugares donde se adoptan las decisiones políticas, próximos a su vez al gigante China, resultan de importancia estratégica cuando descubren que sus cuestiones pendientes se revelan ahora como acuciantes y aconsejan una resolución estable desde los centros neurálgicos de la política internacional.

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Mientras ello llega echan mano de sus ancestrales costumbres, anteriores a la llegada de los bolcheviques, tras setenta años de ocultación. Fueron ciudadanos soviéticos, dejando de ser súbditos del zar, sin que nadie les hubiera consultado, y ahora necesitan del vínculo cultural, donde se reconocen como parte de la umma, la gran familia de pueblos musulmanes, para decidir cómo quieren vivir. Observan que nada es como recuerdan, y añoran aquello que les han contado que era, cuando la importante ruta comercial terrestre, la ruta de la seda, no se había visto eclipsada por la vía marítima abierta más tarde por los portugueses.

Diez años después de su independencia, desean sentirse responsables de su propia identidad perdida, y piensan que sólo recuperando su memoria histórica, serán realmente responsables de su futuro. El dilema estriba en que encuentren su propia identidad sin retroceder en los avances obtenidos. En pocas palabras, tratando de conciliar su encuentro con el pasado colectivo con el respeto de los derechos individuales.

Alejandro Mañes es licenciado en Ciencias Económicas y Derecho.

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