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Reportaje:

El 'misil' que dictará las reglas de juego

Pascal Lamy, ex comisario europeo de Comercio, asumirá el 1 de septiembre la dirección general de la OMC

Carlos Yárnoz

El 30 de mayo del año pasado, domingo, en una habitual jornada lluviosa en Bruselas, Pascal Lamy -cabeza rasurada, paso firme y respiración rítmica- corría el medio maratón (20 kilómetros) de la ciudad y marcaba a sus 57 años un más que respetable tiempo de 1h 51m 3s. Se clasificó en el puesto 8.015 entre 25.000 participantes. Hoy se celebra de nuevo la prueba anual y quizá intente mejorar su puesto, pero su verdadero maratón arranca el primero de septiembre, cuando tome posesión como director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), su campo de batalla de los últimos años como comisario europeo de Comercio. En esa nueva carrera de resistencia, El Exocet, como se le conoce en Bruselas, tendrá que modernizar una institución que él mismo calificó de "medieval".

"Europeísta y federalista convencido", como le gusta definirse, Pascal Lamy ha dedicado 15 años de su vida a la construcción europea
Lamy vislumbra dos objetivos: potenciar las reformas en las ayudas agrícolas occidentales e impulsar el acercamiento de Rusia a la organización

El apelativo referente al misil francés responde a la capacidad del socialista Lamy (Levallois Pret, Francia, 1947) para perforar cualquier objetivo que se proponga, por mucho blindaje que tenga. Su táctica y estrategia tienen como base la completa dedicación a las misiones que se fija sin permitirse la mínima distracción particular ni personal, que lo pagan, como él mismo reconoce con cierta amargura, su esposa, la abogada Geneviève Luchaire, y sus tres hijos (Julien, David y Quentin).

De esa dedicación nace el segundo apelativo que le dedican sus amigos, "el monje soldado". Él mismo cuenta que sólo se permite un vicio: fuma unos pequeños puritos de olor nada agradable que saca de vez en cuando de una cajita metálica. Pero incluso ese vicio está medido: sólo cinco puritos al día que corta por la mitad con una tijerita para otros tantos 10 momentos de mínima debilidad. Y, eso sí, después de haber comenzado la jornada a las 6.30 con unas carreras que en Bruselas practicaba por el parque del Cincuentenario.

"Europeísta y federalista convencido", como le gusta definirse, Pascal Lamy ha dedicado 15 años de su vida a la construcción europea y hoy preside Notre Europe, el prestigioso e influyente centro de análisis que estas semanas ha combatido a favor del en el referéndum que hoy se celebra en Francia sobre la Constitución europea.

En el proyecto de la construcción europea se enfrascó Lamy de la mano de su mentor, maestro y amigo Jacques Delors, el mejor presidente que ha tenido la Comisión Europea y al que la Unión debe el gran impulso al mercado único y el euro. Con Delors llegó a Bruselas en 1984 y fue su jefe de Gabinete durante 10 años, dos legislaturas clave para el proyecto europeo. En ese puesto, su asistencia a las reuniones del Grupo de los Siete y Grupo de los Ocho enriquecieron su experiencia internacional ya iniciada en los años previos como frustrado responsable del intento de reflotar el conflictivo Crédit Lyonnais.

Formado como tantos líderes franceses en la École Nationale d'Administration (ENA), compañero de pupitre de la ex ministra Martine Aubry, este inspector de Finanzas ha sido aupado a puestos de responsabilidad por protagonistas de la reciente historia de Francia. Militante socialista desde 1969, cuenta que en su adolescencia tomó conciencia política cuando leyó resúmenes de la encíclica Rerum Novarum (1891), del papa León XIII. En 1981 ocupó su primer puesto en el Ministerio francés de Economía, con Delors como ministro. Después, trabajó en gabinetes al servicio de François Mitterrand, Pierre Mauroy o Laurent Fabius.

Entre sus amigos, sin embargo, también figuran Bruno Rebelle, responsable de Greenpeace en Francia; John Monks, secretario general de la Confederación Europea de Sindicatos, o Jeremy Hobbs, responsable de la militante organización Oxfam. Porque Lamy hace gala de su militancia política y explica que, para él, esa "economía social de mercado" en la que cree tiene como divisa esta explicación: "Sí a la economía de mercado, pero no a la sociedad de mercado".

Con esta mentalidad, su gran triunfo como comisario, como él destaca, el protagonismo que jugó para revitalizar en Ginebra en julio pasado la negociación internacional a favor del desarrollo tras el fracaso de Seattle (1999) y Cancún (2003). Su aportación clave para que la Ronda de Doha -él la ha rebautizado como Agenda de Doha para el Desarrollo- consistió en convencer a europeos y estadounidenses de que debían reducir sus subsidios a las exportaciones agrícolas para beneficiar a los países en vías de desarrollo y no convertirles en las grandes víctimas de la globalización. "Si no se compensa a los débiles para integrarlos, el sistema explotará algún día", suele comentar.

Fue con esa política con la que Pascal Lamy se ganó también el respeto y la amistad, como cuentan sus colaboradores, de los ministros de Comercio de China, Singapur, India, Kenia o Suráfrica.

Por eso, al frente de la OMC se convierte ahora en un buen árbitro para que el mundo pacte unas reglas de juego adecuadas para resolver las enormes diferencias entre los países del planeta. Es el objetivo que perseguirá al frente de ese club de 148 países en el que hay cuatro equipos en liza: EE UU, la UE, el Grupo de los 20 (países más desarrollados) y el G-90 (los menos desarrollados).

Sus privilegiadas relaciones con la UE han quedado de manifiesto con el cerrado apoyo de la Unión para que sustituya al tailandés Supachai Panitchpakdi al frente de la OMC. Entre los 25 socios europeos, su éxito como comisario de Comercio (1999-2004) quedó marcado por el hecho de que, en los cinco años de su mandato, los líderes de la UE mantuvieron un cerrado consenso sobre la política comercial exterior de la Unión, una de las pocas con competencia federal que posee la Comisión. "Cuando la UE se da medios para desplegar una verdadera política federal, juega un papel determinante en el mundo", dijo al despedirse de la Comisión el pasado noviembre.

Lamy mantuvo ese consenso pese a las dificultades internas y externas. Las internas procedieron en ocasiones de su propio país, que rechazó inicialmente la reducción de subsidios agrícolas y el plan Todo menos armas que el comisario apuntaló para potenciar el comercio con los 50 países menos desarrollados del planeta.

Los verdaderos contenciosos, no obstante, vinieron del exterior, y sobre todo de EE UU. Su amistad con el entonces secretario de Comercio, Robert Zoellick, con quien corría por las mañanas cuando coincidían en Washington o Bruselas, superó las difíciles pruebas de los litigios comerciales transatlánticos que Lamy ganó por goleada gracias, sobre todo, a la OMC.

Fue la OMC la que autorizó a la UE a imponer a EE UU sanciones comerciales por valor de 4.000 millones de dólares por la ley americana, ya reformada, que permitía exportaciones a través de paraísos fiscales. Y fue la amenaza de Lamy de recurrir a la OMC la que hizo a George Bush dar marcha atrás en su anuncio de aplicar aranceles especiales del 30% a las importaciones europeas de acero. Como fue la determinación del comisario francés la que impulsó a los europeos a plantar cara a Washington, en un conflicto aún sin resolver, en su afán por suprimir las ayudas a Airbus cuando EE UU mantiene las de Boeing.

Zoellick, como otros políticos estadounidenses, han valorado de Lamy su franqueza y determinación a la hora de plantear esos litigios. "Dispara de frente, no por la espalda", han dicho de él en el Congreso norteamericano. Es ante los congresistas donde Lamy dio la cara y lanzó sus retos en 2002 y en 2004.

En su nuevo cargo, Lamy ya vislumbra dos grandes objetivos, según dicen sus amigos: impulsar profundas reformas en las ayudas agrícolas occidentales, empezando por las estadounidenses, e impulsar el acercamiento de Rusia a la OMC.

SCIAMMARELLA

Un club variopinto con sabor 'medieval'

Pascal Lamy presentó ante la OMC su discurso, el pasado 26 de enero, como candidato oficial al puesto. Lo maduró en su casa familiar de Normandía y fue consciente de que iban a tenerle en cuenta que había calificado de "medieval" a la organización porque, en su opinión, la toma de decisiones por consenso en un club tan variopinto lo convierte en poco operativo. "Es como tener 150 miembros en el Consejo de Seguridad de la ONU", decía.

Fiel a su estilo, en sus palabras como candidato optó por dar la cara, mencionó esa dura crítica y trató de rectificar un poco: "Todos aprendemos más de nuestros errores que de nuestros éxitos. El consenso debe seguir siendo la base para tomar decisiones en la OMC", donde hay que practicar "el arte del compromiso entre naciones soberanas".

Dicho eso, lanzó un aviso a navegantes y dejó claro que su lealtad a los cargos no pone en juego su independencia: "Pueden estar seguros de mi capacidad para resistir presiones".

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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