Culto a la velocidad
Cada fin de semana los medios de comunicación dan el mismo balance negro de muertes por accidente de tráfico. Jóvenes y no tan jóvenes dejan su vida, sus ilusiones y sus esperanzas en el asfalto por imprudencia propia o ajena. Accidentes que arruinan la vida de familias enteras, de madres, padres, hermanos e hijos que quedan huérfanos para siempre. Es una auténtica tragedia, principal causa de muerte entre los 20 y 35 años.
Sin duda, son útiles todas las campañas que ayuden a concienciar a los conductores de la responsabilidad que supone llevar un vehículo. También es positivo el incremento de los controles de alcoholemia y el futuro carné por puntos que quiere implantar el Gobierno el año que viene, pero quizás sería necesario algo más. En la mayoría de accidentes, el factor crucial es el exceso de velocidad y aquí es donde se debería actuar.
Vivimos en una sociedad frenética donde todos tenemos prisa por ir de un lado a otro. Habitamos en una cultura de la rapidez, donde hemos convertido la velocidad en un valor social y eso se nota a la hora de conducir. Los jóvenes que cumplen los 18 sólo esperan a sacarse el carné y comprarse el vehículo que más caballos y potencia tenga, porque el coche se ha convertido en un símbolo de estatus social.
Para que se reduzcan drásticamente los accidentes hace falta que las marcas de coches no los hagan tan veloces. ¿Qué sentido tiene construir vehículos que pueden llegar a 200 por hora si el máximo permitido es de 120? No es lógico. Es una hipocresía, y mientras se mantenga esta hipocresía del culto a la velocidad,recogeremos a los muertos de las cunetas cada fin de semana. Y algún día puede ser usted o yo.
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