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Columna
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Cavilaciones marroquíes

Las andanzas literarias del viajero le llevaron esta vez por tierras marroquíes. Allí coincidió -temeridades de la fortuna- con las de todo un presidente del Real Madrid y, por otro lado, con las de varios centenares de antiguos residentes en Tetuán. Cualquier comparación será ociosa. Florentino Pérez era agasajado en Rabat por varios ministros; los del protectorado consumían sus últimas nostalgias en hoteles de lujo, y el contador de cuentos se encontraba con un discreto, aunque inteligente auditorio, dispuesto a regocijarse con unas mismas historias, a uno y otro lado del Estrecho, pertenecientes al más hondo secreto de la tertulia campesina, andaluza o magrebí. Sucedía en el centro cultural que sostiene en Martil Desarrollo y Solidaridad, una ONG jerezana, impulsora de ejemplares proyectos de cooperación en sectores muy sensibles: niños abandonados, mujeres sin oficio, un polideportivo en zona marginal...

No hubieran cabido en más tiempo mayores contrastes. Pero la resultante es que se respiraba ambiente español por doquier. Ya del chusco episodio de Perejil apenas queda un mal sabor de boca, y los programas de cooperación se multiplican, sobre unas relaciones políticas normalizadas. (También las policiales, en materia de terrorismo; lean la prensa estos días). Tan sólo el Gobierno andaluz prevé invertir 42 millones hasta 2006, en saneamiento, electrificación, recuperación de zonas degradadas... (Una acción exterior, por cierto, bastante diferente de las frivolidades catalanistas en Oriente Medio).

Algo está cambiando en Marruecos. El viajero estuvo atento a otros signos. A cómo el país se recupera del trauma de hace ahora cuatro años, el atentado de Casablanca. Cuando el islamismo radical hizo su aparición en una escena donde se suponía que tal cosa no ocurriría nunca, y cuando todo Occidente se volcaba en ayudar a construir un modelo de país musulmán democrático y tolerante. Fue un golpe que ha dejado secuelas muy hondas. Y un hermanamiento, todavía más hondo, con la España que sufrió el 11-M. (Aquí cabe otro inciso: es opinión firme, en círculos marroquíes bien informados, que Aznar no hizo caso de los avisos que le pasaba el espionaje alauita). Si lo quieren a manera de sociología elemental, ya es casi broma contar los barbudos que quedan en el paisaje urbano, y el recuerdo de cómo, tras la masacre, el oficio que más trabajo tuvo fue el de los barberos. ¿Ha desaparecido el islamismo radical? Sería poco serio contestar que sí. Pero al menos se están trazando bases sociales para combatirlo, allí donde se nutre del dolor y de la miseria, que es justo donde la acción cooperativa del exterior disputa a los fanáticos ese hervidero de descontento. Pero el joven rey de Marruecos tiene que comprender que eso no va a durar siempre. Que, por ejemplo, Chaves no tiene fácil explicar a sus electores por qué emplea tanto dinero en un país que no da muestras más firmes de correspondencia en otras materias, como emigración clandestina, pesca, o derechos humanos. Aunque justo es reconocer que, con su audaz decreto contra la discriminación de la mujer, Mohamed VI ha dado un paso importante. Ése es el camino.

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