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Columna
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Salchicha de 'tofu'

Leo que la ONU acaba de lanzar un videojuego humanitario. Se llama Food force y "pretende concienciar a los niños sobre el problema del hambre". Promete "mucha acción", pero -no faltaría más- no es violento. Sólo les diré que uno de los objetivos que deben cumplir los jugadores es lanzar sacos de ayuda humanitaria a los habitantes de una isla virtual del océano Índico que sufre problemas de abastecimiento y está sumida en una guerra civil. Nada que ver con atropellar prostitutas con un coche robado, vamos. Ni nada que ver con el mítico videojuego -y no menos concienciado con los problemas de la mujer- llamado Falling dildos.

Si los de la ONU han decidido educar a los críos con un videojuego en lugar de hacerlo con una campaña en las escuelas protagonizada por mimos en leotardos, es porque son conscientes de la popularidad de los videojuegos entre los niños (y de la impopularidad de los payasos). Ahora bien: los videojuegos son populares precisamente porque son violentos. Querer hacer un videojuego no violento es como comerse un plato vegetariano en forma de salchicha de Bratwurst. Pero me temo que los padres modernos que se preocupan por la violencia gratuita de los videojuegos también se preocuparán por los valores que transmite éste. Yo no soy quién para opinar, porque los juegos en los que se matan periodistas me encantan (y eso no significa que quiera asesinar a Jiménez Losantos en la vida real). Pero diría que el Food force es prepotente y vejatorio hacia los nativos de la zona del Índico. Y eso a pesar de que los de la ONU, curándose en salud, han decidido que la isla donde ocurre todo sea imaginaria. No importa. Habrá padres que no verán bien que sus hijos europeos y sin problemas de abastecimiento jueguen a salvar a los niños pobres. ¿Y qué pasará en las familias que tengan un hijo biológico y otro adoptado en la zona del Índico? Además, para un niño violento de verdad, todo el pacifismo del juego no será un impedimento, sino un gran aliciente para canalizar sus tendencias malvadas. Todos sabemos que la plastilina ecológica comprada en la cooperativa Abacus ha servido, en más de una ocasión, para fabricar ametralladoras de colorines. Sin querer dar ideas, uno de los objetivos del juego es lanzar sacos de ayuda humanitaria desde un avión. Me temo que el jugador desaprensivo no tardará en descubrir un objetivo paralelo: lanzarlos sobre la cabeza de los oenegeros y nativos.

Claro que, si es preocupante que los videojuegos transmitan violencia, también es preocupante lo contrario. Me refiero a que transmitan tontería. Estamos de acuerdo en que un videojuego es la mar de influyente para con los cerebros maleables de nuestros hijitos, ¿no? Entonces, lo es en todos los sentidos. Si un niño maleable juega al Food force y ve que en la isla donde transcurre la acción hay guerra civil, pero ve también que nadie usa armas, puede llegar a creer que la guerra no es peligrosa y que dialogando con el enemigo consigues salvar la vida. ¿No es eso tan peligroso como que crea que todo se arregla con las armas?

Pero, vaya, esta iniciativa humanitaria de la ONU me parece muy bien y sólo espero que no sea la única. Necesitaríamos un juego para los catalanes. Porque hay muchos modos de ser humanitario. Se llamaría Operación Francfort. El jugador ganaría puntos cada vez que matara a un columnista escritor (podría torturarnos). Su misión sería impedir que desde ahora y hasta la feria del libro de Francfort nadie más nos volviera a dar la brasa sobre qué escritores merecen ir y qué otros no merecen ir de ninguna manera. No me digan que no sería humanitario que la ONU acabara con esto.

moliner.empar@gmail.com

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