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Columna
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Abríguense

Hoy Camps irá a la Moncloa para pedirle más agua a Zapatero. ¿Para qué? Para fabricar nieve. Como lo oyen. Es la alternativa del PP al turismo de sol y playa. Y es que hace unas semanas los periódicos se hacían eco de un proyecto empresarial para construir, con todas las bendiciones, un complejo de ocio con dos pistas encapsuladas para practicar el esquí con nieve artificial, en el barrio de Malilla. Lo mejor del asunto es que los promotores aseguraban que la tecnología para regenerar la nieve será respetuosa con el medio ambiente. "Hola buenos días señor medio ambiente ¿cómo está usted?", dirá la señora tecnología con suma educación mientras gasta kilowatios y hace un brindis al sol. Mientras tanto, en Suiza están forrando con plástico el glacial de Zermatt para evitar que se derrita y poder prolongar el negocio turístico, porque el retroceso de los glaciares en los Alpes es un hecho y ya nadie niega que estamos ante el inicio de un cambio climático. Pero lo de Zermatt parece un simple apaño que no quita posibilidades al turismo valenciano, que como complemento de los campos de golf podría intentar desarrollar el turismo de nieve artificial. ¿Golf en Escocia? ¿Nieve en Suiza?, qué absurdo, todo en Valencia. No es broma, es literal: "Esta oferta deportiva", ha dicho el promotor Jafaar Jalabi, "multiplicará el atractivo turístico de Valencia porque será la única ciudad de sol y playa en la que se podrán practicar deportes de invierno con nieve natural (sic) y perpetua". Así que abríguense.

Con todo lo más fuerte del proyecto de Malilla es su nombre, Neutopía. Pobre, santo Thomas More, o Moro, con perdón. Se revolverá en su tumba, aunque no pueda levantar la cabeza que, veinte años después de escribir su famosa Utopía, le cortó Enrique VIII. Pero Neutopía no estará sola. Junto a las pistas de esquí, habrá catorce salas de cines, varios restaurantes y una "ciudad del automóvil" de 30.000 metros cuadrados, donde se instalarán una veintena de concesionarios de vehículos y, que para completar el exceso, recibirá el nombre de Autopía.

Todo ello nos llega envuelto además en un providencialismo para besugos, porque todo lo hacen por nuestro bien: "Quiero contribuir con algo al esplendor de esta ciudad y estos es lo único que le faltaba", aseguró también el generoso Jalabi en la presentación de Neutopía.

La obra sobre la Insula Utopía (del griego sin lugar) ya señalaba en su largo título que trataba del mejor estado posible, iniciando una corriente de pensamiento que impregna toda la conciencia moderna, desde la literatura de Swift a las Cartas Persas de Montesquieu, o el socialismo utópico de Fourier. Pero hasta aquí hemos llegado y por algo se habla de nuestros días como el tiempo del fin de las utopías. Adiós utopías, hola neutopía, bienvenido a autopía... aunque reviente la capa de ozono.

Y lo que en Tomás Moro (Utopía), en Tommaso Campanella (Civitas Solis) o en Francis Bacon (Nova Atlantis) era especulación filosófica, en manos de estos promotores, ahora se traduce literalmente en especulación pura y dura. Hagan la prueba y seguro que encuentran promociones urbanísticas con los nombres de las dos obras: Ciudad del Sol y Nueva Atlántida. Así que al final logran cerrar el círculo y además de contaminar la atmósfera, ensucian las palabras.

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