Tokio ya sabe decir 'ole'
Una notable gala de bailaores clausura el primer ciclo del festival flamenco
Las galas tienen eso: se hincha uno a aplaudir. A mucha gente le dan miedo porque suelen salir frías, deslavazadas, lentas. A veces, si hay ensayos y director artístico (había y bueno: Manuel Marín), respiran y parecen casi un espectáculo pensado. Eso pasó ayer: la gente se hinchó a aplaudir. Con los lógicos altibajos, la Gala Flamenca que cerró la primera semana del Festival de Tokio fluyó suelta y variada, tuvo medida, un nivel notable y destellos de emoción y arte. La reaparición de Merche Esmeralda tras tres años sin bailar fue la cima emotiva. En cuanto al arte, brilló el rescate de los tangos en pareja: breve obra maestra de El Güito y Carmen Cortés.
Tras cinco noches de flamenco bueno y mejor, la entregada afición japonesa se soltó ayer el pelo y se puso a decir "ole" con precisión pasmosa. Según Kioko, maestra de baile y ex alumna de El Güito, "los japoneses aprenden todo, flamenco incluido, a velocidad de vértigo". Pues sí: la primera vez fue un "ole" metálico, con ecos de catana y haraquiri, pero la segunda ya decían "eeele" con una largura y un conocimiento que el Tokio International Forum parecía Lebrija.
El primer "ole" se lo dijeron a El Güito en la espectacular presentación por martinetes de toda la compañía, aunque sería mejor decir elenco, dada la corta vida de esta pobre gala: repite el jueves en la Expo de Aichi y se disuelve. Allí estaban los tres jóvenes, Rafaela Carrasco, Rocío Molina y Carlos Rodríguez; y los tres maestros: Merche Esmeralda, Carmen Cortés y Eduardo Serrano, El Güito. Dos generaciones, o quizá tres, y dos maneras de entender el flamenco.
Los jóvenes son como son: ágiles, técnicos, flexibles, guapos, se dejan llevar por los vientos de la danza contemporánea y bailan con fantasía y facultades (enormes las de Carlos Rodríguez, muy aplaudido en su sudado baile por nanas junto al saxo de Perico Sambeat y la guitarra de Gerardo Núñez, quien luego regalaría un solo eléctrico y sutil coronado con "oles" y "eles"). Rafaela Carrasco y Rocío Molina también cosecharon ovaciones, tanto juntas (en unas alegrías deslavazadillas) como por libre: Molina por guajiras, con su inesperado homenaje a Merche Esmeralda (sacó un abanico de no se sabe dónde); y Carrasco en las difíciles malagueñas, más meritorias aún visto el pantalón de pana.
Los maestros son otra cosa: majestuosos, quietistas o arrebatados, elegantes de natural, gente que lo ha visto todo y sale al escenario a morir y matar. Así salió Merche Esmeralda por siguiriyas, guapísima y poética con su mantón, como si el tiempo no hubiera pasado. Ha pasado, pero ella lo ignora a base de convicción. Sigue siendo muy seductora, y si falta leña se dobla entera hacia atrás a compás, o se levanta la falda hasta el tuétano, o se tira al suelo: ¡larga vida!
El arrebato fue gitano, como suele. Carmen Cortés es pólvora y raza, las manos a lo bonzo, los brazos como aspas. Se comió el escenario y perdió todos los avíos que llevaba en la soleá. Pero su maravilla fue antes, con El Güito por tangos, en clásica creación a medias, abrazados un rato, fuera de simetría a veces pero siempre geniales, sobre todo en el mutis, antología de flamencura.
La soleá de El Güito acabó entre "oles", "eles" y "ales". Fue más corta de lo habitual por necesidades de medida de la gala, pero tuvo lo suyo: empaque y torería, los paseos flamenquísimos, los pies acariciando la tierra...
Luego fue el fin de fiesta, el hasta luego del romance Tokio / flamencos. En las inevitables pataditas, todos brillantes, incluso el director artístico. Y los asistentes a la gala, ejerciendo: hinchándose a aplaudir. Para que fuera gala-gala sólo faltó Mar Saura presentando los números: "¡Cómo lo estamos pasando en Mazarrón, señoras y señores!".