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DON DE GENTES
Columna
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Mi filosofía

Elvira Lindo

COSAS QUE IBA pensando ayer mientras paseaba con mi iPod por Central Park cantando a voz en grito la canción Payaso, incluida en la recopilación de grandes éxitos de Bambino, ese monstruo:

Vaya por delante una verdad como un templo: mi respeto por la vida privada de los demás es nulo. A mí me gusta más un chisme que a un tonto un lápiz. Pero por Dios bendito, ¿qué es toda esta exaltación absurda de la vida privada, en qué mundo degradado estamos cayendo, qué es esto de que a los hijos de los famosos se les tenga que poner una banda negra en los ojitos como si fueran delincuentes? ¿Qué es esto de que ya no podamos ver a los niños del presidente jugando en los jardines de La Moncloa, qué hago entonces yo con los libros de fotografía que tengo sobre la familia Kennedy, sobre el pequeño John-John jugando debajo de la mesa de su padre, el gran follarín, o qué hago, decidme, con las fotos de mi admirada Drew Barrymore a los ocho años, con su gorrito de fiesta ladeado, cuando estaba a punto de hacerse drogadicta y de desintoxicarse y de haber acabado con todos los vicios posibles y todas las rehabilitaciones a los quince años para convertirse en el mujer desenganchada que es ahora? ¿Pero qué es esto, señores míos, de que los actores no quieran que les saquen fotos en las discotecas con una copa en la mano, qué hago entonces con mis álbumes de Estudio-54, con las fotos en las que aparecían mis borrachos favoritos, Truman Capote, Liza Minelli, Jack Nicholson, Andy Warhol, qué hago, me las como con patatas? ¿Qué es esto de que los artistas digan que no contestan a preguntas sobre su vida personal?, ¿es que quieren martirizarnos con la vieja historia de cómo se prepararon el personaje? Séanme sinceros, de verdad se lo pido: ¿No es un rollo sideral eso de tanto escuchar cómo se prepara un personaje? Hombre, por Dios, que escucha uno cada cosa. Cuando el periodista de turno le pregunta superserio, un suponer, a Brad Pitt si fue muy duro el rodaje, te dan ganas de entrar en el plató y decirle a dicho periodista de turno: "Pero alma cándida, ¿tú sabes lo que se lleva este tío por sesenta días de trabajo?". ¿Que tiene que rodar de noche? Ah, se siente, como si no duerme. La de gente que firmaría por no dormir sesenta días y llevarse a casa mil millones de pavos. Y luego le diría al actor: "Y tú, un poquito de respeto, cariño, no te repantigues en la butaca, quítate la gorra, que estás saliendo por la tele, que pareces tonto, hijo mío, no te rasques la cabeza cada dos por tres, que hay que venir de casa con la cabeza rascada, un poquito de educación a las personas de la audiencia". ¿Qué haría yo sin esas fotos que aparecen en el número de la revista People dedicado a las imágenes más espontáneas de los artistas, esa foto de Diane Keaton, en la puerta de su casa de Beverly Hills, llevando de la mano a su niño adoptado, maravillosa, con la cabeza llena de rulos enormes, pantalones remangados, gafas de ver y echándole un vistazo a New Yorker? ¿Qué haríamos nosotros, los chismosos, si no hubiera revistas como Vanity Fair que elevan el chisme a la altura del reportaje literario y que dedican páginas y páginas en su último número a contar las relaciones estrechísimas de Frank Sinatra con la Mafia y de cómo sus amigos mafiosos le libraron de un contrato que le ataba a una productora cinematográfica? ¿Qué haría sin las fotos de Jackie, de esa Jackie pop que surgió después de Onassis, que salía a pasear por Central Park en zapatillas y escondida detrás de unas gafas enormes, casi más elegante aún que pintada y con tacones? ¿Qué gracia tendría el periodismo de sociedad si no se pudieran leer espléndidos reportajes sobre por qué John-John tuvo que salir de noche en la avioneta que le llevaría a la muerte? No fue sino porque a la boba de su mujer, que era una pija perjudicada por las píldoras, no le gustó el color de la manicura, montó en cólera y pidió que se las volviera a hacer otra vez y John-John esperando, con el motor en marcha. ¿Qué sería de mí si no existieran memorias tan morbosas que cuentan que el ordinario de Onassis le dedicó a Jackie, la gran dama, una sonora ventosidad en pleno intercambio sexual? ¿Hacia dónde vamos, queridos lectores, pensé en mi paseo por Central Park, mientras espiaba a la megaperfecta Marie Chantal de Grecia, que paseaba a sus niños ayudada por sendas tatas? Por cierto, recordé unas declaraciones de Marie Chantal en Hola que me dejaron tumefacta: "Mi madre me enseñó dos cosas: a tener siempre las uñas y el pelo en perfecto estado?". Eso es una madre, sí señor.

Pues vale, que eso es lo que iba pensando yo (concretamente), que cuando me imbuyo en mis pensamientos soy tremenda. Eso pensaba, que mi respeto por la vida privada de las personas es cero patatero (Aznar dixie-pixie). Y en esto que veo que me están mirando de lejos dos individuas, y yo nada, yo a lo mío, yo cantando por Bambino, pero ellas, hala, venga a mirarme, y entonces voy y pienso, éstas son españolas seguro, porque a las españolas se nos reconoce a la legua. Y van y me sueltan las tías: "Anda, Lindurri, que ya te vale". Y yo, megamosca, pero qué pasa. Y ellas: "Cuando volvamos a España y digamos que te hemos visto cantando por la calle van a alucinar". Me jodió, la verdad. Me jodió la intromisión. Y será tontería, pero antes de que lo cuenten ellas en plan maldad (porque las españolas tienen muy mala lengua), me adelanto yo. Prefiero hablar yo mal de mí a que hablen otras. Es mi filosofía.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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