Un técnico al que sólo alteran los jabalíes
Rijkaard se ha ganado la estima del club por su equilibrio, inteligencia y control de la situación
No regaña; aconseja. No se queja; propone. No discute; dialoga. No se impone; convence. Si falta Coca-cola light en la nevera y no puede ofrecer un refresco al periodista que le entrevista, se lo recuerda a alguno de sus ayudantes, pero no lo convierte en una cuestión de estado, en síntoma del declive moral, como haría Louis van Gaal. Frank Rijkaard ocupa la misma zona del Camp Nou donde vivió su compatriota, a quien recuerda en muchos detalles. Debido al trabajo suele quedarse a comer en el vestuario y no es raro ver un pizzero llegar en moto al estadio preguntando por el técnico. Le encantan tanto las nuevas tecnologías que acaba de adquirir una nueva base de datos para la Palm especial con el objetivo de mejorar el seguimiento de un equipo de fútbol, y es tan ordenado como capaz de delegar en sus colaboradores.
Después del partido contra el Getafe, Txiki Begiristain recibió una llamada del vestuario: "¡Oye, que éste se carga a Ronaldinho el domingo!". Txiki fue al despacho de Rijkaard, que a diferencia de Van Gaal siempre tiene la puerta abierta. Tras hablar un rato del equipo comprobó que no le habían engañado y, al final, le dijo a Rijkaard: "...y si estás pensando en dejar en el banquillo a Ronie, hazlo lejos del Camp Nou y ahórranos el lío". Ronaldinho ha sido titular siempre. Donde con Van Gaal había un polvorín, Rijkaard ha montado un remanso de paz.
"Es muy tranquilo, sabe muy bien lo que quiere y lo transmite", le define Carles Naval, el delegado del equipo. Naval, como el resto de los que cada día trabajan con Rijkaard, está encantado. Incluso los jugadores. "Es duro cuando tiene que serlo y nos aprieta, claro, pero es muy didáctico y educado y nunca señala individualmente. Si tiene que hablar contigo, lo hace durante la semana. Eso se agradece", reconoce Xavi. "A mí me basta con una mirada para saber qué piensa. Es un gran entrenador", dice Ronaldinho, que como todos, elogia su tranquilidad y mano izquierda en el vestuario. "Afortunadamente habla más ahora que cuando éramos compañeros", bromea Albertini. Llueva o luzca el sol, gane o pierda, cuesta verle fuera de su careta. "Se le ve tenso, en especial antes de los partidos, y enfadado si pierde, claro", insiste el italiano, "pero es un hombre muy tranquilo, es cierto". Consumidor compulsivo de Barklays, aunque nunca fuma en público, Begiristain asegura que Rijkaard lo va a pasar mal durante las celebraciones. "Le agobia sentirse observado". Con la calma, parece haber domesticado el entorno. "No he visto a nadie con su control de la escena mediática", reconoce el vicepresidente Sandro Rosell. "Déjale jugar el partidillo y saldrá el jugador que lleva dentro, su mala leche", asegura Unzue. Carácter no le falta. Y valiente es. Pregunten a uno de los stewards del campo del Chelsea. "Impuso la ley de su físico", asegura un testigo presencial que usa tal eufemismo para recordar la pelea en el túnel del vestuario de Stamford Bridge.
Ese día, cuando fue provocado por el jefe de prensa del Chelsea, y la mañana después de cruzarse en Collserola con una manada de jabalíes mientras paseaba a su perro, un bulldog americano llamado Moby, son las únicas veces que se le ha visto alterado. "Es desagradable", corrabora. "Mi perro se pone muy nervioso". En parte por los cerdos salvajes y por Monique, su esposa, encargada de atender las muchas visitas de amigos que reciben de Barcelona -desea que pueda disfrutar más de la ciudad-, la familia Rijkaard se muda pronto de casa. Vivirá cerca de Johan Cruyff, que le presentó a Joan Laporta en julio del año 2001. "Cenamos en la Estrella de Plata, paseamos por el barrio gótico y aquella noche supe que es un tipo especial".
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