Del mercadillo a la selección
Antonio López, el mejor pasador del Atlético, ha necesitado ocho años para convencer
Antonio López (Benidorm, 1981) tiene el pie pequeño, estrecho, casi afilado y preso en una bota de fútbol desde que, de niño, ayudaba a sus padres en los mercadillos de los pueblos de la costa alicantina. "No es tan pequeño", protesta; "es un 40, es normal". Aparentemente, sin embargo, es pequeño, estrecho y casi afilado. Como quiera que sea, Antonio López ha debutado ya con la selección española absoluta y es uno de los pocos jugadores con un perfil reseñable dentro del Atlético más gris de los últimos decenios. Ha marcado un gol de chilena -"el mejor de mi vida", dice- e incluso ha ejercido de modelo para los catálogos de ropa del club, aunque también eso le molesta. "Era una cosa del filial", alega mientras se ríe amenazando a todos los que le llaman "figurín". Su creciente peso en el equipo rojiblanco es nuevo.
Tuvo que probar tres veces para que le llamara el equipo juvenil rojiblanco
Hace cuatro años, Antonio López conducía un Volkswagen Golf, negro, el mismo coche que aún maneja, por el paseo de la Castellana en dirección Sur, hacia Neptuno. Nadie le hacía caso. El Atlético celebraba su ascenso a Primera y lo capitalizaban los uruguayos Diego Alonso y Correa. López conducía solo, hacia la fuente, sonriendo con discreción, sin apurar al acelerador, perdiendo la estela eufórica de sus compañeros, que, con sus vehículos potentes, viajaban tocando el claxon en grupos. En definitiva, era invisible.
Al año siguiente se marchó cedido por dos temporadas a Osasuna. Antes ya había pasado por un trance semejante. Una ilusión de invisibilidad. Con 16 años probó por el Atlético animado por un ojeador. Cumplió y regresó a Benidorm. Sin noticias. Pasó un tiempo y se olvidó del equipo madrileño. Entonces le llamaron: tenía que hacer otra prueba. Y cumplió. Regresó de nuevo a Benidorm, a ayudar a sus padres -"hoy en Altea, mañana en Denia"- en el puesto de ropa familiar. Volvió a transcurrir otro mes: "Pensé que ya se habían olvidado definitivamente de mí". Entonces, sonó el telefóno. Esta vez, sí. Y se enroló en el cuadro juvenil al tercer intento.
Una vez en Madrid -residencia, piso compartido con otros chavales...- los técnicos decidieron que no era mediocentro. Él creía que sí. "Puede que tenga que ver la visión de juego y el toque con que empezase en esa posición", reflexiona. Pero le vieron como lateral izquierdo: "Así que empecé a practicar los centros desde la banda porque, si eres jugador de banda, eso es importante". Practicó. Practicó más: "Un centro y otro centro y otro centro y otro centro y, al final, aunque sea de casualidad, alguno metes bien. Es como los jugadores de baloncesto, que, a base de práctica, acaban por meter alguna canasta". Los mete bien. Ha dado siete goles a sus compañeros, más que Ibagaza: uno cada 370 minutos de juego.
Sobre su posición en el campo no tiene remilgos. "Mejor ser interior izquierdo y lateral zurdo que no ser nada, que estar en el banquillo", dice resaltando su polivalencia. Una dualidad que le ha valido jugar en el Atlético de volante -más por impericia ajena que por otra cosa- y en la selección de Luis Aragonés de carrilero.
En el Atlético, ahora, más o menos, funcionan las bandas. En la derecha está Gronkjaer. López, acostumbrado al trato con extranjeros en el negocio de sus padres, le ayuda a entenderse "con palabras sueltas en inglés", aparte de haberle enseñado el tesauro básico de las palabrotas en español: "Es lo primero que hay que aprender en un vestuario".
No tiene proyectos. Sólo, retirar a sus padres, "que ya es hora de disfrutar", y volver a Neptuno, pero esta vez con la Copa y haciendo sonar el claxon desde su Golf negro sin dejarse ocultar por nadie. Sin ser invisible.
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