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Reportaje:FÚTBOL | La lacra de la xenofobia

"¡Coge una patera y vuelve a tu país!"

Jean Mboune, árbitro camerunés, denuncia el aumento del racismo en los campos españoles en los últimos meses

Jean Jaurés Mboune, árbitro camerunés de 32 años, suspendió el partido en el minuto 42. Entró en el vestuario y se sentó, inmóvil, paralizado por el miedo. Había sido víctima un día más de los insultos racistas que arrecian desde la grada. Esta vez, con un agravante: el emisor de los improperios era el presidente de uno de los equipos, el Natzaret juvenil, conjunto de un barrio de Valencia, ofendido porque el colegiado no le había dejado sentarse en el banquillo al carecer de la licencia para ello. El delegado del otro cuadro, el Albal, llamó a la policía, que instó a Mboune a denunciar lo sucedido. Éste prefirió que quedara simplemente expuesto en el acta del encuentro.

"En los minutos que estuve esperando a la policía me sentía tan mal que quería quitarme la vida", recuerda ahora Mboune, nada más acabar de pitar un partido de la selección valenciana infantil femenina, dos semanas después de aquellos hechos, que se repiten cada jornada. Puede cambiar alguna coma, pero los insultos y los comentarios burlescos desde la grada son los mismos. Hay poca imaginación: "Coge una patera y vuelve a tu país", "negro de mierda"... "Al principio, pensé que era un cachondeo pasajero, pero luego vi que se repetía cada fin de semana y decidí denunciarlo", cuenta Mboune, que lleva cinco años pitando en España y que ha observado en los últimos meses un empeoramiento muy significativo: "No sé si es una moda o qué, pero ha ido a peor cada jornada". Sin ir más lejos, el sábado actuó de árbitro asistente en el Canals-Parreta, de Regional Preferente, y la humillación, junto a la línea de cal, se hizo más cercana. Física. Los ultras locales impedieron que Mboune pudiera moverse con libertad por la banda.

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Mboune entiende perfectamente la impotencia que sienten los futbolistas negros en sus aventuras por los campos de la Liga española. Hace un par de semanas, por ejemplo, presenció en directo cómo los ultras madridistas arremetieron con aullidos simiescos contra Ettien y Congo, ambos del Levante, y este último, indignado, se encaró con los radicales. La diferencia es que, mientras los jugadores cuentan al menos con el apoyo de su hinchada y una buena cantidad de dinero al acabar la jornada, los árbitros negros en España, la mayoría en categorías inferiores, ganan poco, unos 22 euros limpios por un partido de juveniles, y están solos, ya que, más allá del delegado de la federación territorial, nadie parece dispuesto a echarles una mano.

¿Qué les lleva, pues, a semejante ejercicio de masoquismo? No es el dinero en el caso de Mboune, puesto que no lo necesita para vivir. Licenciado en Económicas en su país, trabaja de comercial para Telefónica y, además, posee varios locutorios. Es la pasión por el juego lo que le hace soportar el escarnio. "Lo único que me gusta es el fútbol y lo más cerca que podía estar de él es a través del silbato. Un día en Paiporta [localidad cercana a Valencia, en la que vive] me dijeron que probara de árbitro. Lo hice bien, fui al comité, aprobé varios exámenes y ahora puedo arbitrar en el fútbol base y la Segunda Regional y ser asistente de Preferente", explica.

El fútbol, en efecto, está muy presente en la vida de los Mboune. Su hermano juega en la Serie B italiana mientras que dos de sus propios hijos apuntan alto: Lionnel, que destacó en el torneo de Brunete de 2000, figura en los cadetes del Madrid, y Pierrick, en los del Valencia. Lionnel, delantero goleador de 15 años, también sufrió en su piel las punzadas del racismo: un día, ejerciendo de recogepelotas en el Bernabéu, cayó cerca de los Ultra Sur y atronó contra él una lluvia de desprecios. De los aficionados de su propio equipo.

"Soy valenciano y me siento muy integrado en esta sociedad. Otra cosa es lo que sucede en los campos", se queja Mboune, a quien lo que más le duele es que le griten que se vuelva a su país. Precisamente a él, que carga con una dramática historia a sus espaldas. Se escapó de Camerún en agosto de 1998, no recuerda bien qué día. Había huido de la cárcel judicial de Yaundé, la capital, tras soportar "unas condiciones deplorables", gracias a que su padre, un próspero químico y empresario "con mucha pasta" sobornó a los carceleros. "Estuve en prisión por mi activismo político contra el dictador Paul Biya. Yo pertenecía al Frente Democrático del Pueblo y distribuí unos pasquines contra las elecciones amañadas del 11 de octubre de 1997. Dos policías de paisano me apresaron". Cuando escapó, no pudo visitar a sus padres ni a su esposa e hijos, uno de los cuales, entonces recién nacido, Michel, moriría seis años más tarde sin que llegara a conocerlo. El día de su huida, subió al primer barco que encontró. Convenció al capitán con parte del millón de francos cameruneses que le había dado su padre. El buque atracó en Cádiz y se le recomendó que se marchara en autobús a Madrid si no quería ser devuelto a Camerún. Allí era donde podría pedir el asilo político. Se lo concedieron en 1999, pero no así la reagrupación familiar por una serie de malentendidos con la embajada española, según relata.

Seis años después, Mboune sigue sin poder ver a un hijo de siete años y a su primera mujer. Tampoco a su padre, de 97 años, ni a su madre, de 87. Ahora reside en Paiporta con su segunda esposa, compatriota suya, con la que ha tenido otros dos hijos, los dos futbolistas citados. "El fútbol me ayuda a no pensar en esto. En el campo disfruto cuando veo jugar bien -¿ha visto a la 16 de la selección valenciana?; es buenísima-, pero lo que no esperaba es sufrir este rechazo de los aficionados".

Jean Jaurés Mboune, el miércoles pasado, en Picassent, arbitrando un partido entre un equipo femenino y otro masculino.
Jean Jaurés Mboune, el miércoles pasado, en Picassent, arbitrando un partido entre un equipo femenino y otro masculino.TANIA CASTRO

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