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VISTO / OÍDO
Columna
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Cuerpos y almas

El último lugar donde debía plantearse el arcaico problema del cuerpo y el alma es en la medicina, que tiene suficientes conocimientos hoy como para saber que somos una unidad. No digamos en las alcaldías, en los juzgados, donde están los funcionarios a los que los creyentes en el alma como una parte superior de la raza humana llaman a la desobediencia civil. Es difícil que las cosas que se saben hoy formen parte de la organización social, que es mucho más lenta en la evolución; y no me refiero ahora solamente a la polémica de nuestra sociedad contra la Iglesia en lo que he citado ya como "cristofascismo", con palabra no mía, sino de Estados Unidos, sino al conjunto de las religiones. En Afganistán ocupado por Occidente -con soldados nuestros, que Zapatero quiso cambiar por los de Irak-, la autoridad religiosa musulmana ha decretado y cumplido la lapidación a muerte de una mujer porque fue adúltera. Son países que estamos democratizando a la fuerza, y que a veces nos responden con atentados gigantes cometidos por suicidas, que creen que la muerte brutal de sus cuerpos permitirá un viaje deleitoso a sus almas. Cuanto antes nos libráramos de estas viejas obsesiones y del miedo infinito creado por los sacerdotes para favorecer sus Estados o a sus opositores -que son formas también del Estado, y de cuando en cuando alternan en representarlo- antes se empezarían a notar algunas libertades reales que ahora todavía fingen estas organizaciones dictatoriales.

El papismo que este mes ha crecido tanto, aunque muchas veces sea sólo folclórico y espectacular, muestra que ese tipo de sociedad represiva existe con mucha fuerza, y que está movilizado por asociaciones de políticos que ni siquiera engañan en sus propósitos de ocupar la sociedad y la economía. Es posible que toda la enorme campaña del disparate que se está lanzando en España desde un año, con mentiras y agresiones, tenga como base lo que llaman espiritual y mucha gente esté viendo "mal" lo que tradicionalmente estaba mal visto sin parar mientes en buscar razones. Esta vieja sociedad de machos no acepta la pérdida de un trono de supersticiones que hacía de lo viril la primera fuerza, y negaba cualquier clase de desafío: la misma aberración moral que la religión musulmana ha hecho a esta víctima en Afganistán no es muy distinta de la que aquí ejercen los despechados o los que ven su virilidad perdida.

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