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Columna
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'Umberto D'

En 1952, Vittorio De Sica y Cesare Zavattini realizaron Umberto D., una película que el periódico del sábado me ha devuelto a la memoria como un puñetazo. Es la historia de un jubilado que vive con dificultades económicas que lo obligan a esconderse continuamente de la casera y que tiene como único amigo a su perro Flik, un chucho escuálido que apenas cabe en una mano. La película empieza con una imagen que ahora, 50 años después, resulta más aterradora aún que entonces, por lo que pueda tener de anticipación de un futuro no tan lejano: es una manifestación de jubilados a los que una pensión escuálida ha puesto en la miseria y que dan vueltas en una plaza llevando unas pancartas más débiles que sus cuerpos doblados. Umberto D. probará el truco de hacerse ingresar en un hospital para asegurarse cama y comida. Pero finalmente el desalojo, el abandono a su mísera suerte, acabará llegando, y al no ver otra solución, Umberto decidirá suicidarse. Intenta tirarse a un tren que pasa junto a un parque. Pero Flik, al que había dejado atado a un árbol, se escapa. Y Umberto siente que debe ir en su busca. Corre tras el perro. Y se van juntos. Fin.

No dispongo de un archivo que me permita decir el número exacto de residencias para ancianos (o familiares enfermos, necesitados de un cuidado incómodo) que en realidad son recintos dedicados al saqueo de la bolsa y de la vida de las personas recluidas en ellas. Pero es una noticia frecuente. La de la semana pasada tiene agravantes serios. Tanto el Ayuntamiento de Alhaurín de la Torre como la Junta de Andalucía habían sido ya advertidos de que allí pasaba algo grave, pero parece que los expedientes que se abrieron no pasaron del examen de la licencia de apertura. Lo que ahora se destapa produce escalofrío: "presuntas estafas, malos tratos y sedaciones", dice este periódico. Y esta es la cuestión: existe una industria de recoger y sedar ancianos que, salvo los casos de rentas muy altas, vive de una sisa diaria de cantidades que pertenecen al orden de la miseria. Asco puro.

Dos cosas: en primer lugar, parece evidente que, ante el número de casos que ya vamos conociendo, la Junta de Andalucía debe plantearse un plan de inspección de este tipo de establecimientos lo suficientemente tupido como para que no se escape ni uno solo de esos nidos de alimañas. Segundo (y lamento repetirme): en estos crímenes están pringados, además de los que montan el negocio, los familiares que ponen en sus manos a esa gente que no tiene ni a un perrito que camine a su lado. Y esos familiares sólo pueden ser dos cosas: o imbéciles absolutos que no piensan que un día sus hijos harán lo mismo con ellos, o terroristas de una fe más inhumana que cualquier otra conocida y según la cual ese destino al que ellos condenan a sus mayores es el que merecemos todos.

¿Ha cambiado tanto el destino de Umberto D., el personaje de Vittorio De Sica? No dejamos de oír que uno de los problemas más graves de la Unión Europea es el envejecimiento de la población. La duda está en si la Unión se va a hacer cargo de sus viejos o preferirá soterrar las vías del tren. Y prohibir que los perros entren en los andenes.

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