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La llamada de Chaves a Pasqual

Y una que pensaba que la primavera sólo activaba las hormonas de los pecadores. Pero, a tenor de la borrachera de alegría que estos días se están dando los castos, puros y ortodoxos, va a ser que la hormonación también es cosa de derechas. El bueno de Ratzinger, por ejemplo, estaba tan pletórico de ser Papa que casi se pone a dar saltitos en la ventana vaticana, exultante de una felicidad que el hombre no debe de haberse permitido demasiadas veces. Cuidadín, que dicen que el poder es erótico, y no vaya a ser que nuestro Benedicto pruebe, a sus años, las maldades del placer carnal. ¿Y qué me dicen de la alegría desbordante de la COPE toda, los pobres, tan sedientos en estos tiempos de talante zapateril, que llegaron al orgasmo con la elección papal? Después de lo de Blázquez, estaban tan catatónicos que sólo pudieron hincar el diente en la agresión al malo de Carrillo, pero Dios, que es de derechas, les ha echado una manita. Diríamos que vamos uno a uno, aunque, intuyendo los vientos vaticanos, veremos si Blázquez mantiene las posturas abiertas que podían vislumbrarse.

Cuando Manuel Chaves estornuda contra Cataluña, la gripe inunda los puentes del diálogo, contamina las complicidades necesarias y alimenta las retóricas del prejuicio

Pero el artículo no va sobre el Papa, aunque sea para empezar a olvidarnos de esta borrachera mediática que nos ha tenido a todos con cara de imbécil. Aunque sí pronostico un par de supuestos: que lo de Ratzinger es un enroque fruto de la debilidad y que lo de Carrillo no es una casualidad. Una de las Españas, la del cabreo, las esencias y la épica, convencida de que está en retirada, va a estar más cabreada que nunca, y se va a movilizar. Lo hará, tanto por el flanco moralista, ahora reforzado con los vientos vaticanos, como por el flanco político, liberada la extrema derecha de la necesidad de portarse bien. Porque algo es cierto: Aznar fue un paraguas que agrupó los sectores más irredentos y los silenció, encantados de un líder que de alguna forma los representaba. Pero ahora no está Aznar, Rajoy es demasiado tolerante -es decir, en gramática integrista, "es demasiado blando"- y gobierna una izquierda que toma decisiones. Para la extrema derecha, es hora de salir del armario. Y esto, me temo, irá a más. No lo digo en tono apocalíptico, sino por aquello sabio del prevenir y el curar.

Si tengo razón, si las Españas machadianas aún no están definitivamente resueltas y si puede que vengan tiempos algo pesados, ¿estamos tejiendo las complicidades adecuadas para defendernos con inteligencia? Me explicaré con meridiana claridad. Pasqual Maragall pasea por estos mundos una tesis de siembra propia que intenta romper la ancestral maldición del problema catalán. Decía Ortega que el problema catalán no se resolvía, sino que se conllevaba. Y fiel al paradigma orteguiano, los años de Pujol han sido una larga "conllevación" del problema, en una especie de pacto extraño entre Felipe y Jordi que les funcionó a las maravillas. Nunca plantearon en serio lo que tenía que ser Cataluña respecto a España, sino que se instalaron en la negociación de la moneda de cambio, para no resolver así la cuestión de fondo. Si en algún aspecto resulta incómodo -ergo, antipático- Maragall es en que ha optado por huir del debate contingente y ha planteado la cuestión en términos históricos. Es decir, Pujol paseó, limpió y usó el melón catalán, y Maragall ha decidido abrirlo. De la España invertebrada de la conllevancia, al debate maduro sobre el qué y el cómo, más allá de la pesada carga simbólica que cada uno usa y de la que abusa a su modo. Creo que es de justicia decir que, mientras Pujol optó por la retórica inflamada inserta en una práctica inmediatista y superficial, Maragall, sin demasiada suerte con la retórica, está intentando abrir el debate de fondo. La maldición orteguiana, por primera vez desde la democracia, tiene quien la combate seriamente. Sin embargo, el "escucha España" del nieto Maragall ¿tiene quien le escuche? Diré más, los interlocutores que pueden escuchar, tejer las complicidades e intentar romper con la visión crónica del problema, ¿están por la labor de hacer tal gesto de madurez? Mientras una España se organiza, se cabrea, recupera viejas maneras y se planta en la barricada dialéctica alimentando el esencialismo intransigente, la otra no se atreve a tender puentes, no tiene ningún interés en asumir retos históricos y, lo que es peor, de vez en cuando alimenta la bestia del anticatalanismo porque es un producto que siempre vende en los mercados de la demagogia.

Necesitamos a Chaves. No lo digo por decir, o porque me caiga mejor que otros, que no es el caso, sino por dos motivos sólidos: porque Cataluña no podrá replantear España si Andalucía, a su vez, no hace los deberes, y porque Chaves es el presidente del Partido Socialista, es decir, el referente básico de la izquierda española. Cuando Chaves estornuda contra Cataluña -y de vez en cuando le sale una curiosa alergia-, la gripe inunda los puentes del diálogo, contamina las complicidades necesarias y alimenta las retóricas del prejuicio. Es, pues, una gripe que sólo ayuda a los intransigentes. Que Chaves y Maragall no tengan una relación fluida, que no se llamen asiduamente para romper equívocos e, incluso, aunar estrategias, no sólo es malo para lo catalán, sino para lo español. Porque, seamos serios, la pinza Cataluña-Andalucía es mucho más relevante para el futuro de todos que cualquier otra pinza. De hecho, es la única que seriamente puede redefinir España, aunque el mito vasco nos sea tan agradable. Llámense, pues, ustedes ambos. Puede que en la política inmediatista venda bien la demagogia confrontista, pero en los horizontes lejanos de la política con ambiciones, ustedes tienen que ser aliados. Primero, para dejar de conllevar lo catalán y empezar a superarlo. Y segundo, porque una de las dos Españas tiene nostalgia épica y siempre intenta helarnos el corazón. Lean a Machado. Léanlo y después llámense.

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