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Columna
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Paciencia

Aunque tienen fama de raros, locos, atrabiliarios, imprevisibles, amigos de las pasiones y los desenfrenos, de las barrabasadas y las imprudencias, los poetas son seres pacientes, que pueden pasarse los días a la espera de un adjetivo. La paciencia es la mejor lección que los poetas pueden ofrecer a la sociedad en épocas de calumnias y amenazas, cuando las voces más conservadoras se vuelven atrabiliarias y amigas de los desenfrenos y las barrabasadas. Siempre resulta beneficioso sentarse a esperar que lleguen los adjetivos apropiados, mientras la realidad se ordena de forma natural en las estrofas. Podemos permitirnos ese lujo. La sociedad no necesita poemas malos, puede sobrevivir sin ellos, no se trata de una urgencia, de una prisa a vida o muerte. De manera que los poetas tienen tiempo. Las crispaciones sólo son peligrosas cuando llueve sobre mojado, o sea, cuando los gritos alimentan el odio de la pobreza, del hambre, de las injusticias excesivas, de las libertades humilladas por caciques todopoderosos. Afortunadamente ése no es el caso de España en el día de hoy, de manera que podemos permitirnos el lujo de la paciencia, aguardando a que la realidad vuelva a disponer de buenos sujetos, verbos y predicados. Es cierto que la derecha y sus medios de comunicación están provocando una desgarradura en la sintaxis democrática y que propician la combustión interna de las bandas ultras. Es cierto que indigna enterarse de que una falange violenta destroza una librería, le parte la cara a Santos Juliá y pretende agredir a Santiago Carrillo. Es cierto que asustan los grupos de muchachos racistas y episcopales que vigilan las calles de Granada, repartiendo palizas entre los negros, los mendigos y las parejas de homosexuales que se atreven a darse la mano. Pero paciencia, porque la crispación es puramente superficial. Me refiero, claro está, a la piel de la sociedad española, no a las heridas de las víctimas.

A la hora de escribir un buen poema, la paciencia significa tanto tranquilidad como firmeza. Tranquilidad para no acudir a la cita allí donde nos espera el enemigo; firmeza para no renunciar por miedo a ninguna de las aspiraciones legítimas que debe tener cualquier escritura del porvenir. Como el enemigo crispador nos espera en las esquinas de la crispación, es conveniente acercarse a él a través de la política tranquila, evitando los insultos, las guerras sucias. No conviene asumir un ritmo que sólo sirve para enfangarlo todo y desacreditar la claridad de los versos y los pensamientos. Pero junto a la tranquilidad, resulta imprescindible la firmeza, para no caer en la trampa de una renuncia autoimpuesta. La crispación en una sociedad no crispada es propia de partidos que necesitan consolidar los votos de sus tribus leales, aunque eso implique a la larga una pérdida general de votantes. Supone también una estrategia para centrar a otros partidos, obligándolos a olvidarse de sus programas. El grito de la caverna no debe significar una vez más la renuncia, supuestamente equitativa, a los valores públicos, laicos, sociales, que definen las políticas de progreso. No hay que ser más papistas que el papa; basta con tener paciencia, sin entregarse al enemigo. Paciencia y barajar, es la lección de los poetas.

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