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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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El día siguiente

PARECE QUE FUE ayer, pero han pasado ya cuatro años y estamos otra vez ante unas elecciones generales en Euskadi. Y otra vez, como entonces, dando por supuesto que en unas elecciones, cuando se trata de Euskadi, nos jugamos algo más que un simple reparto de escaños en un Parlamento; que todo puede cambiar según sea el recuento de las papeletas que los ciudadanos depositen hoy en las urnas. Una vez más, en fin, se pide a las papeletas de voto lo que ellas, en cualquier circunstancia, pero sobre todo en Euskadi, no pueden dar: que nos cambien la vida.

No lo pueden dar porque, en una democracia, las elecciones sirven para cambiar el Gobierno, pero no para cambiar el sistema, menos aún la vida. Cuando de ellas se espera otra cosa es porque, más que aceptar la realidad, los políticos obligados a administrar el resultado electoral pretenden configurarla a su imagen y semejanza. Bastaría entonces la ventaja de un escaño, si de él dependiera una mayoría absoluta, para transformar ese resultado en un triunfo plebiscitario y convertir una mínima ventaja electoral en un cheque en blanco que el conjunto de la sociedad habría otorgado al ganador.

Tal es la cuenta que se ha hecho el lehendakari desde que emprendió la aventura de elevar su proyecto de país al rango de aspiración irrenunciable de "los vascos y las vascas". Bastaría la ventaja de un voto para que esa aspiración se transmutara, por arte de birlibirloque, en clamor unánime. Y entonces a quienes piensan o sienten de otro modo no les quedaría más remedio que despejar la plaza pública para que todo su espacio lo llenen las voces de los triunfadores. Los vascos y las vascas que hubieran votado nacionalista se habrían convertido así en todos los vascos y las vascas, dejando a los demás la única opción de encerrarse en casa y renunciar a sus derechos de ciudadanía.

Éste es el supuesto al que debemos, desde hace años, el particular dramatismo que rodea cada convocatoria electoral en Euskadi. Pero cuando se acaba la noche electoral y se procede al recuento, el resultado viene a ser más o menos el mismo, con desplazamientos de votos en el interior de cada campo que no llegan a afectar profundamente a su fortaleza relativa. Por más que se ha empujado y presionado, por más que se han puesto en práctica políticas de acoso y exclusión, por más que se ha premiado a unos y castigado a otros, los acosados, excluidos y castigados no se han plegado a las presiones y vuelven a sacar la cabeza y a mostrar su presencia en cada convocatoria electoral; son casi la mitad de los ciudadanos de Euskadi.

La coalición de partidos nacionalistas tendrá, en algún momento, que tomar nota de esa situación que tiene todo el carácter de un dato estructural: el País Vasco es así, ésa es su configuración histórica: una sociedad políticamente pluralista que en una considerable porción de sus miembros no encuentra dificultad alguna en compartir varias identidades. Llevamos un incontable número de muertos, llevamos décadas pretendiendo modificar ese dato, y cada encuesta de opinión nos vuelve a golpear en la cara con la aplastante evidencia de que no se trata de una coyuntura modificable a voluntad de los políticos, por más que se hayan aplicado a fondo durante veinte años en cambiarla.

No lo han conseguido hasta ahora y no lo conseguirán hoy. La gente saldrá a votar y lo hará en términos similares a los que ya lleva años y años haciéndolo. Sin duda, la presencia de tal partido y la ausencia de tal otro pueden restar o añadir a los demás unos cuantos votos. En ningún caso serán suficientes para interpretarlos como si se tratara de un sí o un no al último proyecto presentado por el lehendakari con el propósito de consolidar el terreno para seguir avanzando por el camino de la secesión. Hoy no se pregunta a los vascos por el plan Ibarretxe; hoy se les llama a enviar a sus representantes al Parlamento de Vitoria. Por eso será obligación de los elegidos llegar a acuerdos sobre su futuro que cuenten con el consenso suficiente para ser presentados con garantías de éxito ante las instituciones del Estado.

Negociar desde el día siguiente a las ocho de la mañana, pide Ibarretxe. Hombre, tampoco hay por qué madrugar tanto después de haber malgastado tantísimo tiempo. No desde las ocho de la mañana, pero sí negociar, entre vascos y vascas, entendiendo con tan hermosa denominación a todos los ciudadanos y ciudadanas que depositen hoy su papeleta en las urnas.

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