Se afianza el desprestigio
Todo es susceptible de empeorar. Decididamente, el triunfalismo se ha apoderado de La Maestranza; y la incompetencia, del palco. Conclusión: esto parece que no tiene arreglo.
El prestigio de plaza de tanta raigambre está por los suelos a causa de un público sin idea, poco exigente y ávido de orejas, y de una autoridad sin criterio ni personalidad que actúa como si presidiera un festival en una portátil.
Pero también lo ocurrido ayer es fruto de la decadencia; porque es evidente que, sin un mínimo de exigencia, esta fiesta corre el peligro de la vulgaridad.
César Jiménez cortó las dos orejas al quinto de la tarde, un nobilísimo toro al que le dieron la vuelta al ruedo. Pues ni el torero ni el toro merecieron un premio tan abultado. Pero lo más grave es que parte de ese público triunfalista solicitó con insistencia el indulto del animal, y el torero miraba con insistencia al palco a la espera de instrucciones al respecto. Ante la negativa del presidente, pinchó el torero, y sabe Dios lo que hubiera ocurrido si acierta a la primera.
Torrestrella / El Cid, Jiménez, Vega
Toros de Torrestrella, justos de presentación -el 2º, anovillado-, blandos, sosotes y nobles. Al 5º, nobilísimo, se le dio la vuelta al ruedo. El Cid: dos pinchazos y casi entera baja (ovación); estocada (silencio). César Jiménez: estocada muy baja (silencio); pinchazo y estocada baja (dos orejas). Salvador Vega: pinchazo y estocada (vuelta); media en los bajos y un descabello (silencio). Plaza de la Maestranza, 15 de abril. 15ª corrida de feria. Lleno.
El problema de Jiménez es que acusa un defecto capital: no manda en el toro, sino que acompaña la embestida con la figura muy compuesta. El toro va a su aire, largo en su recorrido, al margen de su matador. Así ocurrió en las dos primeras tandas de redondos, ejecutadas en el centro del ruedo. Mejoró Jiménez por naturales, más ajustados y ligados, en otras dos tandas meritorias, pero carentes de la profundidad que requería tan noble animal. Muy soso fue su primero, al que toreó en línea recta, y su porfía resultó insulsa.
Y el toro quinto, muy noble, dulce, dócil, que hizo una pelea desigual en varas, acudió presto en banderillas y fue un buen colaborador en la muleta, pero le faltó la codicia de los toros bravos y encastados. Aún así, muchos llegaron a pedir el indulto y, claro, el presidente no dudó en concederle la vuelta al ruedo.
Antes de que ocurrieran los referidos hechos, había matado El Cid su lote y no había pasado nada de interés.
Alguien lo acusó de no jugársela en su segundo toro, deslucido, y de conformarse con los dos clamorosos triunfos conseguidos en esta plaza. Puede que tenga razón el aficionado. Hubo una cierta decepción en La Maestranza cuando el torero se retiró en silencio tras una faena plagada de altibajos ante un animal soso, que amagaba sin claridad en cada cite y que no le permitió estar a gusto en ningún momento. Además, El Cid es como el algodón: no engaña, porque pretende hacer el toreo puro y se siente incapaz de taparse ante las dificultades.
Es deseable que tenga ya muchos contratos firmados, pero también es lógica la ilusión del aficionado por comprobar la gallardía y los arrestos de una figura que supera adversidades, se la juega de verdad y remata la feria con un triunfo de época.
Pero El Cid, además de un buen torero, es humano. Estuvo mejor, sin duda, en el primero, al que toreó muy bien a la verónica. Muleta en mano se lució en redondos perfectos, bien ligados y en el sitio justo. Faltó la casta del toro, lo que impidió la calidad del toreo con la zurda.
Y Salvador Vega lo intentó infructuosamente. Tiene hechuras de torero, pero se empeña en ser representante conspicuo de la modernidad. Garboso con el capote y muy vulgar con la muleta en ambos, voltereta sin consecuencias, incluida, en su primero. Sólo entonces toreó mejor.
Babelia
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