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Columna
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El Síndic de Greuges

Vengo siguiendo la actuación del Síndic de Greuges desde hace algún tiempo y he podido advertir en ella síntomas muy positivos, de una clara mejoría. Al día de hoy, yo diría que nos encontramos ante un comportamiento del Síndic bastante más activo del que era habitual en épocas pasadas. Es posible que, con las memorias de gestión en la mano, se me pueda rebatir esta idea. No lo sé. Pero mi impresión es que, superadas las tensiones que acompañaron a su designación, Bernardo del Rosal y sus colaboradores se han tomado su trabajo muy en serio. Se detecta, en los asuntos de los que se ocupan, que ponen la voluntad y dedicación precisas para que ese organismo tan delicado que es la Sindicatura de Agravios funcione de una manera más que aceptable. Y eso hay que elogiarlo, sobre todo si tenemos en cuenta cómo andan las cosas de la política en nuestra Comunidad.

Las últimas decisiones tomadas por el Síndic han tenido un indudable carácter práctico. Eran decisiones que incidían de una manera directa en la vida de los ciudadanos. Todas ellas se han formulado, además, con prudencia y firmeza, que es la única manera posible de expresar sus recomendaciones para que produzcan algún resultado útil. Esto ha contribuido a que la institución sea cada vez más respetada y los ciudadanos cobren confianza y recurran a ella con mayor frecuencia. Que los ciudadanos se habitúen a presentar sus quejas al Síndic es, sin duda, la mejor prueba de su buen funcionamiento. Algunos impacientes opinarán que nos encontramos todavía muy lejos de que la figura tenga un peso específico en nuestra sociedad. Es probable que tengan razón. Pero el único modo que tenemos de acercarnos a ese punto es continuar en la dirección actual.

Yo soy un decidido partidario de la existencia del Síndico de Agravios. No porque crea que puede solucionar los problemas que se nos presentan a los particulares en nuestro trato con la Administración, que tal cosa sería una quimera. Pero veo en su funcionamiento un baremo muy fiable del estado en que se encuentra nuestra democracia. Al carecer la institución de cualquier capacidad ejecutiva, el cumplimiento de sus recomendaciones depende siempre de la voluntad que muestren las autoridades. Basta ver la respuesta que dan éstas a las peticiones que el Síndic les formula, para hacernos una idea de la temperatura democrática que registra la Comunidad. En este sentido, la contestación destemplada de tantos alcaldes, no invita al optimismo.

El obstáculo más difícil que debe salvar el Síndic de Greuges es, precisamente, el de su independencia del poder político. La tentación permanente del político, sea cual sea su ideología, es eliminar cualquier crítica a su conducta. Cuando menor sea el ánimo democrático de este político, mayor empeño pondrá en ello. Durante el gobierno de Eduardo Zaplana, la figura del Síndic de Greuges atravesó momentos de gran debilidad, que le llevaron a perder gran parte de su crédito. A la vista de alguna actuación que se produjo entonces, llegué a escribir que su trabajo consistía en defender al Gobierno de los ciudadanos. Fueron unos momentos de gran confusión, en los que el poder político se hizo omnipresente en la sociedad para ejercer su dominio. Las propias Cortes valencianas quedaron, en la práctica, vacías de contenido en ocasiones.

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