¿Era Juan Pablo II un economista?
Hace unos días, poco después del fallecimiento de Juan Pablo II, me preguntó un colega en las tareas universitarias: "De todo lo que dijo el Papa, ¿hay algo útil para nosotros, los economistas?". La pregunta me dejó un poco descolocado. Juan Pablo II no era un economista, de modo que, aparentemente, poco tenía que aportar a nuestra disciplina. Sin embargo, le contesté que sí, que había dicho cosas interesantes, más aún en una época en que vemos cada vez más claros los límites de la economía ante la psicología, la sociología, la filosofía y la política -o, para el caso, la teología-, y que lo que él decía sobre la economía sonaba a muy actual.
Tomemos el ejemplo de la empresa. Los economistas tenemos muy buenas explicaciones de lo que es una empresa: una institución creada para maximizar la eficiencia económica, para lo cual ha de concentrarse en la maximización del valor para el accionista; un conjunto de contratos que ligan a los factores productivos para la consecución de esa eficiencia máxima, bajo la batuta del gerente; una isla de autoridad (ordeno y mando) en un océano de democracia (el mercado), para optimizar aquella eficiencia.
El Papa reconocía el papel del beneficio, "como índice", decía, "de la buena marcha de la empresa"
Supongo que Juan Pablo II estaría de acuerdo con estas explicaciones, pero le habrían parecido insuficientes. En una encíclica publicada en 1991 afirmaba que una empresa es, ante todo, una "sociedad de personas". Lo de la eficiencia, sin duda, le parecería bien: es bueno que una sociedad sea lo más eficiente posible; pero la eficiencia no es el fin, como a menudo afirmamos los economistas, sino un medio.
Las organizaciones están al servicio de las personas: ésa era su idea clave. Llueve, es tarde y el autobús no llega. Alguien en la parada sugiere coger un taxi y compartir los gastos. Tres o cuatro están de acuerdo: se acaba de crear una sencilla organización humana. Por supuesto, todos quieren actuar con eficiencia: mojarse lo menos posible, llegar pronto a casa, que el viaje sea lo más barato posible... la eficiencia económica. Pero si paran un taxi no es para hacer más eficiente la sociedad en que vivimos, sino para satisfacer sus necesidades. La organización, esa minisociedad de cuatro extraños metidos en un taxi, está al servicio de todos ellos. Y claro está, también del taxista. Y de sus familias: de la sociedad.
Juan Pablo II reconocía el papel del beneficio "como índice", decía, "de la buena marcha de la empresa". "Cuando una empresa da beneficios, significa que los factores productivos han sido utilizados adecuadamente [ésa es la eficiencia de que hablamos los economistas] y que las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechas debidamente": no sólo las de los consumidores en el mercado, sino sobre todo las de los que forman parte de la empresa (propietarios, empleados, directivos) y las de los que giran alrededor de ella (clientes, proveedores, comunidad local).
"La finalidad de la empresa no es simplemente la producción de beneficios, sino más bien la existencia misma de la empresa como comunidad de personas que, de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y constituyen un grupo al servicio de la sociedad entera", afirmaba en 1991. Y unos años antes, en 1982, en Barcelona, recordaba que "la empresa está llamada a realizar una función social que es profundamente ética: la de contribuir al perfeccionamiento del hombre, de cada hombre, sin ninguna discriminación". Lo que Juan Pablo II decía no contradice lo que decimos los economistas. ¡No faltaría más!, porque los que sabemos de economía somos nosotros, no él. Pero él nos recordaba que las instituciones económicas están al servicio del hombre.
En la empresa "cada vez es más importante el papel del trabajo humano en cuanto factor productivo de las riquezas inmateriales y materiales". ¿Cuál es el núcleo de la empresa? Cuando Henry Ford montó su empresa, lo más relevante era la
planta, el capital físico. Hoy, en una ingeniería, en una agencia de publicidad, en una consultoría e incluso en una fábrica de coches lo más importante son las personas, el capital humano. Lo que decía Juan Pablo II suena -ya lo decía antes- a muy actual.
Pienso que su mensaje puede ser relevante para los científicos sociales: no porque tenga algo que decir en nuestra disciplina, sino porque nos puede ayudar a pensar sobre el sentido de nuestra disciplina y sobre sus supuestos de partida. La empresa es, claro está, un instrumento para la eficiencia, y en esto los economistas estamos en el buen camino. Pero no es sólo un instrumento para la eficiencia. Y aquí los economistas tenemos que ponernos a trabajar en serio. Porque las castañas del fuego no nos las sacarán las autoridades religiosas ni los grandes filósofos. Esa es tarea nuestra.
Antonio Argandoña es profesor de Economía del IESE.
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